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OPINIÓN: ¿Cómo se da la relación entre el futbol y la política?

En el arranque del Mundial Brasil 2014 vale la pena reflexionar sobre los diferentes nexos que han tenido algunos políticos y futbolistas
jue 12 junio 2014 11:03 AM
presidentes viendo futbol
presidentes viendo futbol presidentes viendo futbol

Nota del editor: Jaime Porras Ferreyra trabaja en temas de educación internacional. Ha sido profesor universitario, participa en programas de radio y escribe crónicas y reportajes en distintos medios. Es licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de las Américas-Puebla y Maestro y Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Montreal.

(CNNMéxico)— Se respira futbol por todas partes. Los campeonatos de casi todos los países del mundo concluyeron hace apenas unos días y el Mundial de Brasil comienza hoy. Es un buen momento para reflexionar sobre los vínculos del deporte más practicado del orbe con la esfera política.

Resulta ya ingenuo describir al balompié como una simple disciplina deportiva; es también un espectáculo planetario, un negocio que genera enormes ganancias, una actividad con dimensiones sociales, simbólicas y culturales, al igual que un espacio de difusión de mensajes políticos de toda índole.

Durante décadas, fueron contados los momentos en los que los sociólogos y los politólogos se interesaron por el rostro político del futbol, seguramente influidos por la costumbre entre muchos intelectuales de mirar con menosprecio a este deporte, salvo contadas excepciones, como lo han sido los textos de Norbert Elías, Pierre Bourdieu y Eduardo Galeano en cuanto al tema. Sin embargo, desde hace algunos años han surgido por fortuna diversos análisis y estudios sobre la forma en que el balompié interactúa con la esfera política.

América Latina, al igual que las demás regiones del mundo, ha sido escenario de la instrumentalización del futbol con fines políticos por parte de gobiernos de todos los colores y en donde, además de los políticos, también han participado en dicho proceso jugadores, entrenadores, presidentes de equipos, autoridades federativas, aficionados y periodistas.

Organizar una Copa del mundo –o bien ganarla– puede representar en algunos casos una oportunidad para tratar de legitimar un régimen. Con el triunfo en el Estadio Azteca de Brasil en 1970, los militares en el poder sabían que podían respirar tranquilos unos años más: la victoria en las canchas de Pelé, Carlos Alberto y Rivelino aseguraba ensalzar el orgullo patrio y disminuir los ímpetus de cambio de muchos brasileños. En 1978, la junta militar argentina estaba consciente que la organización del mundial y el triunfo de su selección podían ser factores de importancia para mostrar al mundo un rostro del país distinto al de los campos de tortura, contando para ello con el apoyo total de la maquinaria periodística nacional.

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También ser sede del Mundial ha sido en varias ocasiones la forma en que un país desea hacer público que sus avances económicos le han merecido supuestamente codearse con los poderosos, aunque la ciudadanía exprese en las gradas o en las calles una opinión muy distinta.

Basta sólo recordar los abucheos a Miguel de la Madrid durante la ceremonia inaugural del Mundial de 1986, debido a que los resentimientos hacia el gobierno por su incapacidad para actuar con eficacia en el terremoto de 1985 estaban aún muy frescos. Ahora, sólo basta seguir la actualidad brasileña para constatar que muchos ciudadanos de aquel país no han perdonado a la presidenta Dilma Rousseffel el despilfarro de recursos materiales y humanos.

El futbol es de igual manera un terreno donde los políticos buscan pescar votos o provocar una cortina de humo que sirva para disfrazar grandes problemas nacionales. Hace algunos meses Radamel Falcao, letal delantero colombiano, sufrió una lesión que ha entristecido a millones de sus compatriotas. El presidente Juan Manuel Santos no tuvo mejor idea que ir a visitarlo y desearle la mejor de las suertes, como si Colombia no tuviese problemas más urgentes que encarar. Eso sí, se aplaude la respuesta de Falcao: se deslindó públicamente de cualquier mensaje político.

En estas estrategias político-futboleras, en agosto de 2009 la presidenta argentina Cristina Fernández anunció públicamente la transmisión por cadena nacional de los partidos de primera división. ¿Se trató de un acto de justicia para asegurar el bienestar de los argentinos o la mandataria recurrió al futbol como válvula de escape ciudadana?

En una crónica magistral, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski cuenta cómo el choque futbolístico entre Honduras y El Salvador fue utilizado como pretexto para que en 1969 se enfrentaran dichos países en un conflicto bélico debido a problemas agrarios y de inmigración ilegal. Y en estos esperpentos que manchan al balón, México no se salva: calendarios legislativos que coinciden con las actuaciones del equipo nacional y apapachos presidenciales a los guerreros aztecas.

Otro aspecto que permite constatar los nexos entre el balompié y la política es que varias personas ligadas estrechamente al mundo del futbol han querido y a veces logrado convertirse en políticos de tiempo completo, gracias al reconocimiento obtenido en la esfera deportiva. A pesar de sus millones en el banco, Mauricio Macri difícilmente hubiese conseguido el cargo de jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires sin sus años como presidente de Boca Juniors (son conocidas también sus relaciones con las barras más violentas del equipo y el uso político que ha hecho de las mismas); Romario es actualmente diputado federal por Río de Janeiro y no hace mucho el veracruzano Carlos Hermosillo tuvo su paso por la Comisión Nacional del Deporte.

Aunque también han existido futbolistas latinoamericanos sin ganas de vivir dentro del presupuesto, pero con la férrea voluntad de comprometerse políticamente: Sócrates, el genial jugador brasileño, nunca escondió sus simpatías hacia el retorno de la democracia en su país y encabezó un movimiento en su amado club Corinthians para democratizar la práctica deportiva. También es conocido el caso de Carlos Caszely, el futbolista chileno que nunca quiso bajar la cabeza ante Pinochet (las torturas sufridas por la madre de Caszely eran razón para no olvidar ni perdonar). 

Y a todo esto la FIFA, el máximo organismo mundial del futbol, no hace más que sumar polémicas por culpa de decisiones que tienen que ver directamente con la esfera política: designación de sedes bajo sospechas de corrupción, violaciones a las leyes laborales (jugadores sin control sobre su futuro, casos de tráfico de niños futbolistas), dueños de equipos con fortunas de dudosa procedencia (¿nada se aprendió de la experiencia de la liga colombiana con los barones del narcotráfico?), declaraciones de Joseph Blatter, presidente del organismo, en las que afirmaba que a veces no es una buena idea organizar eventos en países democráticos, entre otros casos más.

A partir del 12 de junio, nueve equipos latinoamericanos participarán en la máxima justa futbolística a nivel mundial. Conviene seguir de cerca los nexos que se puedan distinguir entre el futbol y la política en este evento.

El político francés Georges Clemenceau comentó alguna vez que la guerra es un asunto demasiado serio como para dejárselo a los militares. Del futbol probablemente los políticos puedan opinar algo parecido.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Jaime Porras.

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