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OPINIÓN: 'Zonas seguras' para acabar con la crisis de inmigrantes

Estados Unidos debe pensar en soluciones compasivas para salvar las vidas de los niños centroamericanos que huyen de la violencia en casa
jue 24 julio 2014 06:32 AM
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Nota del editor: David Gergen es analista político sénior de CNN y ha asesorado a cuatro presidentes de Estados Unidos. Se graduó de la Universidad de Harvard, da clases de Servicio Público y dirige el Centro de Liderazgo Público de la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard. Síguelo en Twitter en @david_gergen . Daniel Katz es su asistente de investigaciones y se graduó de la Universidad Brandeis.

(CNN)— Mientras Estados Unidos lidia con una crisis migratoria en su frontera sur, una imagen de otro tiempo parece inevitable: la de ese barco lleno de refugiados judíos en las costas estadounidenses en los albores de la Segunda Guerra Mundial.

La historia se desarrolló en 1939, mientras las familias judías que huían de Alemania viajaban a Cuba en el buque alemán St. Louis. Cuba decidió negarles la entrada, así que se dirigieron a Estados Unidos con la esperanza de que ese país se compadeciera de ellos.

Sin embargo, la situación política se había vuelto hostil hacia la creciente cantidad de inmigrantes judíos europeos. El 6 de junio de 1939, su barco transitaba las costas de Miami Beach y se enteraron de que el gobierno estadounidense les había negado la entrada.

Sin esperanzas, el St. Louis regresó a Europa y allá, en los meses y años siguientes, más de una tercera parte de sus pasajeros pereció a manos de los nazis. Estados Unidos ha tenido muchos despliegues de nobleza, pero ese fue un episodio vergonzoso que dejó una huella indeleble.

Setenta y cinco años más tarde nos enfrentamos con un nuevo grupo de personas desesperadas que navegan entre nosotros: esta vez se trata de niños centroamericanos que escapan de la creciente violencia que pocos podemos imaginar. Aunque ciertamente no es la Alemania nazi, la crisis humanitaria crece en sus países de origen y las crecientes tasas de asesinatos de jóvenes propician el éxodo.

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¿Cómo responderemos esta vez?

Como se ha reportado ampliamente, la cantidad de niños sin acompañante que llegan a Estados Unidos procedentes de El Salvador, Guatemala y Honduras ha aumentado en un 1,000% desde 2011 . No sorprende que el sistema actual, diseñado para procesar a no más de 8,000 niños, haya colapsado bajo el peso de 40,000 menores sin acompañante que llegaron desde octubre. Para finales de este año (según el gobierno estadounidense) se habrá aprehendido a hasta 90,000, tres veces más que el año pasado.

Pero como ocurrió con los refugiados judíos del St. Louis, estos inmigrantes no van a Estados Unidos en busca de una oportunidad ni de prosperidad. Esta es una historia de tres países asolados por las pandillas violentas, el caos y la pobreza que una familia prefiere pagar 18 meses de sueldo a un coyote para que se lleve a su hijo de 14 años en un viaje arriesgado de 45 días y más de 3,000 kilómetros antes que dejar que arriesgue su vida en casa.

Esta es una historia de tres países cuyo nivel de violencia se compara al de una zona de guerra. Honduras registró la mayor tasa de homicidios del mundo y El Salvador y Guatemala se encuentran entre los primeros cinco. De hecho, es dos veces más probable que maten a un civil en estos tres países que en Iraq durante el punto más álgido de la guerra.

También es la historia de tres Estados fallidos en los que las pandillas —algunas inspiradas en modelos estadounidenses— se infiltraron en la policía y en los gobiernos corruptos en todos sus niveles. Las instituciones están indefensas en su lucha contra el crimen organizado. En esta historia los niños son los más vulnerables. Las pandillas reclutan a los niños antes de que alcancen la adolescencia. Obligan a las niñas a tener relaciones con los pandilleros y las violan, abusan de ellas y a menudo las desechan después. Cualquier desafío invita a una represalia violenta y, con frecuencia, a la muerte.

Una defensora de los derechos de los inmigrantes recuerda que una mujer le dijo: "preferiría ver a mi hija morir en el camino a Estados Unidos a verla morir en mi puerta". Otra organización reportó que un niño explicó: "si te quedas, morirás; si te vas, tal vez mueras… De cualquier forma es mejor intentarlo".

¿Qué habría que hacer?

Podemos resolver la crisis inmediata de niños que se acumulan en los centros de detención. El Congreso puede —y debería— aprobar alguna versión de la solicitud presidencial de 3,700 millones de dólares (unos 48,100 millones de pesos) en fondos de emergencia. Podemos —y deberíamos— reforzar la seguridad en la frontera, contratar a más jueces para expeditar el proceso y rastrear a los niños que no comparezcan ante los tribunales. Podemos —y deberíamos— ofrecer un debido proceso a estos niños y ver quiénes cumplen con los requisitos legales para quedarse como refugiados. Los cálculos sobre la cantidad de niños que cumplirían los requisitos varían.

Lee: La crisis de inmigración 'calienta' el clima político en EU

Sin embargo, aquellas personas que piden deportaciones masivas para el resto tienen que pensar concienzudamente en la clase de suerte que correrán estos niños si son deportamos. A menos que cambien las condiciones, es muy probable que muchos de los niños a los que se obligue a regresar a sus ciudades mueran. Están ahora a nuestro cuidado. ¿Acaso no estamos moralmente obligados a evitar la posible muerte y los abusos en contra de estos niños?

Entonces, ¿cómo protegemos a estos niños sin provocar que oleadas de menores se arriesguen en viajes peligrosos y terminen en la abrumada frontera estadounidense?

Como estadounidenses ciertamente somos capaces de pensar en una solución creativa que sea compasiva y sensata, una solución que muestre al mundo (y a nosotros mismos) que seguimos aspirando a ser buenos, nobles pero pragmáticos.

Se nos ocurren tres pasos, pero los invitamos a que publiquen otros.

— Primero, debemos responder generosamente a esos niños que ya llegaron o que llegarán pronto. En los casos de quienes cumplan los requisitos para considerarlos refugiados de acuerdo con las leyes estadounidenses, deberíamos pedir a las familias de todo el país que ayuden a brindarles un nuevo hogar.

— En segundo lugar, deberíamos presionar para que se creen zonas seguras —bajo el control de la ONU y con el apoyo de Estados Unidos— para los niños que regresen con sus familias en sus países de origen, además de colaborar con esos países para reducir sus niveles de violencia y dar mayores esperanzas.

— En tercer lugar, una vez que se hayan desarrollado las zonas seguras, deberíamos establecer un plazo firme a partir del cual se deportará sin distinción a los niños que lleguen.

La idea de las zonas seguras no es nueva. La ONU estableció con éxito esa clase de áreas protegidas en dos casos importantes: para proteger a los refugiados en la crisis en Indochina en la década de 1970 y para proteger a dos millones de kurdos del genocidio por parte de las tropas de Saddam Hussein tras la Guerra del Golfo en 1991.

Aprendimos que la zona segura no funcionó en Bosnia en 1995, así que es esencial que haya tropas internacionales y regionales bien armadas para garantizar que no se sobrepase la capacidad de dichas zonas. En Bosnia, miles de personas perdieron la vida.

Es comprensible que muchos estadounidenses estén fatigados de tratar de ayudar a otros países cuando sus comunidades necesitan ayuda desesperadamente. Las encuestas muestran que la ciudadanía estadounidense está frustrada y molesta por los muchos años de guerras que han terminado mal y se oponen a que Estados Unidos asuma más tareas en el exterior que en los últimos 50 años.

Es cierto, la única forma de que esta crisis tenga buen resultado a largo plazo es que los gobiernos centroamericanos combatan con éxito a las pandillas violentas y la corrupción. Definitivamente tendremos que ayudarlos en sus esfuerzos como lo hicimos en Colombia, en donde nuestro apoyo económico ayudó a sortear la tormenta.

Sin duda se acercan momentos que definirán quiénes somos como pueblo. Como dice el dicho: no buscamos problemas, los problemas nos buscan. La respuesta que demos a esos miles y miles de niños desesperados y desamparados es uno de esos momentos.

¿Les daremos la espalda, cómo hicimos vergonzosamente con esos refugiados judíos hace tantos años, o viviremos de acuerdo con nuestros ideales?

Esa es la elección a la que nos enfrentamos ahora.

Lee: Niños migrantes, invisibles en la frontera sur

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a David Gergen y Daniel Katz

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