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OPINIÓN: Erdogan ¿un reformista democrático o un sultán autoritario?

La economía e infraestructura de Turquía han mejorado bajo su mando, pero los tintes autoritarios y represivos encienden las alertas
jue 28 agosto 2014 03:41 PM
Erdogan primer ministro Turquía
Erdogan primer ministro Turquía Erdogan primer ministro Turquía

Nota del editor: Rina Mussali es analista, internacionalista y conductora de Vértice Internacional y de la serie 2014: Elecciones en el Mundo, en el Canal del Congreso. Síguela en su cuenta de twitter:  @RinaMussali

(CNNMéxico) —  Este 28 de agosto, Recep Tayyip Erdogan se estrena como el doceavo presidente de la República turca.

Erdogan será el sucesor de Abullah Gul, después de las elecciones del 10 de agosto, que le dieron la victoria a quien fuera primer ministro por 11 largos años, un puesto que obtuvo frente a los comicios parlamentarios de 2002 y que renovó en 2007 y 2011, todos ganados por una amplia mayoría. Su ascenso a presidente llega gracias al 51.79% de los votos –cifra confirmada por el Consejo Supremo Electoral de Turquía– que lo hicieron esquivar una incómoda segunda vuelta electoral.

Erdogan jugó en un tablero electoral histórico con fichas privilegiadas. Las elecciones del 10 de agosto fueron las primeras elecciones presidenciales que se celebraron de manera directa, es decir, el ganador fue elegido por el pueblo y no por la Asamblea Nacional.

Esta no fue una batalla típica entre diferentes partidos políticos y candidatos, sino un ejercicio de confianza que se convirtió en un referéndum sobre el desempeño de Erdogan como primer ministro. Además, el Consejo Supremo Electoral de Turquía reportó que estas elecciones tuvieron un 74.13% de participación, una cifra baja respecto a comicios generales anteriores.

El proceso electoral arrojó la incógnita del reemplazo de Erdogan como primer ministro. El pasado 21 de agosto el Consejo Ejecutivo Central del Partido de Justicia y Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) detuvo la lluvia de especulaciones al elegir a Ahmet Davutoglu, el canciller que presume su cercanía con el autor de las reformas legales, políticas y económicas más importantes de la Turquía reciente y quien ahora promete ser controlado por el nuevo presidente.

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Por lo pronto, Davutoglu ocupará el cargo de primer ministro hasta que las elecciones legislativas de verano del 2015 sellen la transición.

Distintas cartas de juego ha ganado Erdogan en Turquía. Calzar a las fuerzas armadas dentro de los parámetros civiles fue determinante para un país que ha sufrido una historia de turbulencias políticas: golpes de estado, juntas militares, elecciones anticipadas y atropellos autoritarios.

Por otro lado, cifras del Banco Mundial reportan que, desde que Erdogan asumió el cargo de primer ministro hasta 2012, la pobreza disminuyó casi 22%, la inflación se redujo 16 puntos y la economía del país alcanzó, en 2010, un pico de crecimiento del 9%. Aunque hoy la economía se ralentiza, estas cifras muestran al desempeño económico como el mejor garantista de la continuidad de Erdogan frente a la toma de decisiones.

Entre las cartas de presentación para llegar a la presidencia, Erdogan mostró su sello en el auge que Turquía ha alcanzado en materia de infraestructura. No olvidemos que el exalcalde de Estambul incitó la construcción del “primer túnel intercontinental” –inaugurado en octubre de 2013– con financiamiento japonés y considerada la “obra del siglo” que conecta a Europa con Asia.

Sin embargo, las condiciones políticas y económicas que han influido en el éxito de Erdogan preocupan a propios y extraños debido a la partida de ventajas que maneja frente a otros jugadores. El hombre fuerte de Turquía podría reelegirse en 2019 y ver completado su sueño de prolongarse en el poder hasta 2023, fecha en la que se celebrará el centenario de la fundación de la República turca por Mustafá Kemal Ataturk. Su permanencia hasta esa fecha haría que incluso superara los años que gobernó el mismo Ataturk.

No es secreto que Erdogan trence todo un proyecto político en aras de reformar la constitución para transformar a Turquía en una república semipresidencialista, con el objeto de quitarle el sesgo ceremonial y protocolario al puesto de presidente y dotarlo de mayores facultades ejecutivas.

Por ello, en su hoja de ruta, se antojaba fundamental que fuera elegido por medio del voto popular para incrementar su dosis de legitimidad y facilitar a futuro la reforma constitucional. No obstante, la coronación de su proyecto político requiere del coqueteo con la minoría kurda, a propósito de asegurar 330 votos de los 550 escaños existentes. ¿Habrá llegado el momentum de los kurdos bajo los diálogos de paz con Erdogan?

El proyecto político de Erdogan también pasa por islamizar más al país y quitarle su sesgo de moderado, quizá una estrategia de campaña para seducir el voto del sector más conservador en Turquía pero que ha inflado las preocupaciones de una parte importante de la población y de Occidente.

Por otro lado, la alerta se agudiza con los tintes autoritarios y represivos del gobierno –que se sintieron con las protestas sociales que sacudieron a Turquía en junio del 2013- y que han escalado hasta notarse en la censura periodística, las restricciones al uso de internet, las propuestas de ley que incrementan el control del gobierno sobre la rama judicial y hasta la narrativa discursiva que se entromete en la vida privada de la gente. 

Erdogan, se balancea entre pasar a la historia como un reformista democrático o un sultán autoritario. La centralización del poder en el ejecutivo turco es un riesgo que hay que darle seguimiento.

Las opiniones expresadas en este texto pertenecen exclusivamente a Rina Mussali

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