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OPINIÓN: El día en que exhibieron a un hombre en un zoológico del Bronx

La exhibición de un joven congolés en un zoológico neoyorquino, a principios del siglo XX, revela la prevalencia de los prejuicios raciales
jue 04 junio 2015 02:17 PM

Nota del editor: Pamela Newkirk es directora de estudios superiores del Instituto de Periodismo Arthur Carter de la Universidad de Nueva York; escribió el libro Spectacle: The Astonishing Life of Ota Benga y editó el libro Letters from Black America.

(CNN) — En septiembre de 1906, casi un cuarto de millón de neoyorquinos acudió al Zoológico del Bronx para admirar a un joven africano de nombre Ota Benga —un supuesto pigmeo— al que exhibieron en una jaula metálica para monos.

Las protestas de un círculo de ministros y un grupo reducido de blancos de élite encontró resistencia, ya que la exhibición de Ota Benga (quien pesaba 47 kilos y medía 1.5 metros) recibió la aprobación discreta de las autoridades de la sociedad zoológica, el alcalde, los científicos, el público y muchos de los diarios de Estados Unidos, incluido el New York Times.

'Un aborigen comparte una jaula con los simios de Bronx Park', anunciaba el encabezado del New York Times del 9 de septiembre.

"El humano resultó ser un aborigen, de una raza que los científicos no consideran dentro de la escala humana", se leía en el artículo. "Pero para la persona promedio entre la multitud de espectadores, había algo desagradable en la exhibición".

A pesar de todo, hasta 500 personas a la vez se reunían en la sección de los monos para ver a Benga, quien a menudo se quedaba sentado en un banco, callado y estupefacto. El espectáculo suscitó titulares sensacionalistas en todo el país e incluso en Europa, y la afluencia al zoológico en septiembre fue del doble de la que se había registrado a lo largo del año anterior. En un solo día, 40,000 personas visitaron el zoológico, según los datos que se dieron a conocer.

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La explicación de las actitudes raciales

Unos días después del debut de Benga en la jaula de los monos, los editores del Times quedaron desconcertados con las objeciones de los ministros y dijeron: "no entendemos del todo las emociones que otras personas expresan al respecto".

Agregaron: "Según la información que tenemos, Ota Benga es un espécimen normal de su raza o tribu y su cerebro está tan desarrollado como el de sus demás miembros. Ya sea que se crea que son manifestaciones de atrofia y que son tan cercanos a los simios antropoides como otros aborígenes africanos o que se los considere descendientes degenerados de los negros ordinarios, son igualmente interesantes para el estudioso de la etnología y se los puede estudiar con provecho".

Este capítulo de nuestro pasado no tan distante revela las actitudes raciales perniciosas y prevalentes en la ciencia, la academia, el gobierno y los medios. Ilustran tanto el avance racial que se logró en un siglo como las actitudes residuales que persisten.

Más de un siglo después, el encarcelamiento masivo de varones negros jóvenes (en gran parte por delitos menores relacionados con drogas) y las matanzas generalizadas de hombres desarmados apenas empiezan a llamar la atención del país. Aunque el espectáculo televisado de los tiroteos policiales plasmados en video ha acrecentado la atención del público, muchos estadounidenses consideraban que era normal e incluso celebraban la criminalización de los hombres negros, de igual forma que el público insensible aprobó que se enjaulara a Ota Benga.

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Tal vez para los estadounidenses sería más fácil coincidir en que se debería equipar a los oficiales de Policía con cámaras que en abordar las posturas raciales que se han filtrado silenciosamente en cada segmento de la sociedad.

Cuatro años después de que se exhibiera a Benga, se señalaba en el libro The Basis of Social Relations: A Study in Ethnic Psychology (que G.P. Putnam & Sons publicó en Nueva York y Londres como parte de la Colección Webster de Antropología Social) que los africanos estaban "a medio camino entre los orangutanes y los blancos europeos". También señalaba que "los negros africanos actuales presentan muchas particularidades que se consideran pitecoides o simiescas".

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Desprecio cruel

Ciertamente fue un desprecio cruel a la humanidad de Benga que desembocó en su exhibición en el zoológico. Samuel Verner, supremacista declarado de Carolina del Sur y exmisionero en África, llevó a Benga a Estados Unidos. Dos años antes, los organizadores de la Feria Mundial de St. Louis le encargaron traer a los llamados "pigmeos" (los diminutos bosquimanos de África central), a quienes algunos científicos de la época consideraban erróneamente ejemplos de la forma más baja de desarrollo humano.

Antes de emprender la misión, Verner consiguió unas cartas de recomendación del secretario de Estado de Estados Unidos, John Hay; de William McGee, presidente de la Asociación Antropológica Estadounidense, quien supervisaba el Departamento de Antropología de la Feria, y de David Francis, exgobernador de Missouri y secretario del Interior, quien presidió la Exposición de la Compra de Louisiana, comúnmente conocida como la Feria Mundial de St. Louis.

Verner también consiguió el respaldo del secretario de Estado de Bélgica, Chevalier Cuvelier, quien, de acuerdo con Verner, era "cercano al rey, el más influyente de los hombres con quienes habría de tratar". En ese entonces, el Estado Libre del Congo era propiedad exclusiva del rey Leopoldo II de Bélgica.

Con el visto bueno de las autoridades estadounidenses y belgas, Verner, armado y decidido, fue a cazar 'pigmeos', término con el que alguna vez se describió a los monos y que algunas personas actualmente consideran peyorativo. Se exhibió a Ota Benga y a otros ocho jóvenes congoleses de edades indeterminadas en la Feria de St. Louis, en donde los espectadores curiosos los picoteaban, los pinchaban y los molestaban de otras formas. Dos años después, Verner entregó a Benga en préstamo temporal al zoológico, en donde se volvió una gran sensación.

Benga solía sentarse amargamente en silencio o se burlaba de la multitud amenazadora mientras cientos de personas rodeaban su jaula. Otras veces, se distraía disparando su arco o jugando con el orangután que vivía en su jaula. Trataba de evitar a las multitudes aulladoras y molestas y suplicaba a sus captores con la mirada que dejaran de exhibirlo. A veces le permitían pasear por la arboleda bajo la vigilancia atenta de un guardia, pero una vez que lo detectaban, la multitud violenta lo perseguía y lo volvían a meter en la jaula.

Aunque al principio Benga parecía estar resignado a su suerte, a la segunda semana empezó a resistirse al cautiverio, ya fuera desvistiéndose o amenazando con patear, morder o golpear a los ayudantes cuando trataban de meterlo de nuevo en la jaula.

Su resistencia, aunada a las crecientes protestas, finalmente desembocó en que lo entregaran al reverendo James H. Gordon, quien dirigía el Orfanato Howard para Gente de Color en la sección Weeksville de Brooklyn.

Durante los siguientes diez años, Benga trató, sin éxito, de volver a casa mientras intentaba ajustarse a la vida estadounidense. Pasó los últimos seis años de su vida, entre 1910y 1916, viviendo en Lynchburg, Virginia, en donde empezó sus estudios en el seminario antes de conseguir un trabajo en una fábrica de tabaco y otros empleos eventuales. Se volvió un miembro entrañable de la comunidad afroestadounidense a la que pertenecía Anne Spencer, quien más tarde se volvería una poeta aclamada durante el Renacimiento de Harlem.

No obstante, la trágica historia de Benga (alerta de spoiler) tuvo un final aún más triste. Al parecer padecía depresión y se disparó en el corazón con un revólver.

Ecos del racismo

Los prejuicios que propiciaron la exhibición de Benga se han transformado en actitudes que, de acuerdo con los expertos, funcionan en el subconsciente.

En estudios recientes se ha demostrado que la gente blanca sigue desconfiando profundamente de los hombres negros. En el estudio Race and Punishment del Sentencing Project se señala que las tendencias de la gente blanca a relacionar a los negros con la delincuencia están generalizadas y muy arraigadas. En estudios de simulación de tiroteos en video, se descubrió que los participantes que no son negros tienen más probabilidades de dispararles a los negros desarmados. Estas actitudes pueden tener consecuencias letales.

En un informe reciente de la ACLU (Unión para los Derechos Civiles de Estados Unidos) se descubrió que en Maryland, al menos 75 negros habían muerto en encuentros con la Policía entre 2010 y 2014. Casi la mitad iba desarmada.

Aunque los negros representan el 69% de las personas a las que la policía mató, representan el 29% de la población de Maryland. Incluso en incidentes que se capturaron en video —desde la golpiza de Rodney King en Los Ángeles hasta la muerte por ahorcamiento de Eric Garner —, los agentes usualmente eluden el castigo.

En el caso de Eric Garner, el 90% de los negros y solo el 47% de los blancos a los que encuestó el centro Pew creyó que el jurado de acusación se equivocó al no consignar. Se encontraron disparidades raciales aún mayores en los asesinatos de Trayvon Martin y Michael Brown .

En esos casos, el 82% de los negros y solo el 33% de los blancos creyeron que la raza había sido factor en la decisión de los jurados de acusación en Ferguson y del caso de Garner.

Aunque los políticos de ambos partidos reconocen finalmente que se necesita una reforma penal, las actitudes profundamente arraigadas que permitieron que la sociedad satanizara y enjaulara a los hombres negros y aprobara la aplicación exagerada de la ley siguen siendo tema de reflexión.

Aunque los republicanos y los demócratas actuaran de alguna forma para erradicar las políticas que tuvieron como consecuencia que la población penitenciaria masculina se triplicara entre 1980 y 1999, ¿cómo abordamos la forma de pensar que permitió que la guerra contra las drogas se volviera una guerra contra los hombres negros, cuando tienen las mismas probabilidades de abusar de las drogas que los blancos?

Más de 100 años después de que los prejuicios descarados permitieran que se enjaulara y se traumatizara a un ser humano en un zoológico, nos corresponde a todos pensar en las repercusiones de las ideas que están firmemente arraigadas en la mente de los estadounidenses.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Pamela Newkirk.

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