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Zanzíbar, la ruta de las tortugas y el 'glam rock'

Los habitantes de esta isla en el océano Índico recurren a la conservación y al turismo para mejorar su calidad de vida
mar 30 junio 2015 07:18 AM

Ali Hamadi habla de las tortugas marinas que nadan hacia él en la laguna como un padre habla de sus hijos.

Y ciertamente tiene todo el derecho.

Él ha criado más animales de los que puede recordar y les ha dado una vida nueva en el océano Índico.

Desde un pequeño rincón en la playa Nungwi, en Zanzíbar, él y su equipo de la Laguna de Conservación de Tortugas Marinas de Mnarani crían a las tortuguitas recién nacidas hasta la adolescencia y rescatan y curan ejemplares adultos.

Sin embargo, una de las labores más difíciles ha sido convencer a los pescadores de un país en el que la pobreza es una realidad de que no se coman a las criaturas heridas o de que no vendan las conchas de las tortugas carey que atrapan por error.

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"Si la tortuga está herida y sangra, atraerá a los tiburones, pero ahora nos la traen", dice Hamadi.

Durante nuestra visita, el santuario albergaba a 15 tortugas verdes y a dos careyes, así como a más de 20 crías que nacieron de huevos rescatados.

Cada mes de mayo llegan más, ya que los huevos quedan enterrados y eclosionan en una zona arenosa segura.

Cuidan a las crías hasta que están lo suficientemente maduras como para liberarlas.

"En febrero las liberamos y es un gran día para nosotros", dice Hamadi, quien ha trabajado con la organización comunitaria desde hace 15 años.

"Si las crías salen solas al mar, muchas morirán, así que si consigo 100 huevos sé que ya salvé a 100 tortugas".

Cinturones de pobreza

Es asombroso que esta clase de conservación florezca cuando hay cinturones de pobreza muy cerca de allí.

La costa de Nungwi está llena de pescadores amigos de las tortugas que dan mantenimiento a las lanchas y cosen redes antes de una expedición al atardecer.

Más allá, los carpinteros construyen dos dhows nuevos de caoba.

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"Las herramientas son básicas y es un trabajo duro, pero las habilidades se transmiten de generación en generación", dice nuestro guía mientras un trabajador talla la madera bajo la sombra.

El guía también nos cuenta que algunos de los aldeanos nunca en su vida viajan más allá de Zanzíbar, la capital, situada a 75 minutos en auto, al sur.

Eso podría no parecer tan malo en vista de que el mar azul cambia de color al ritmo de la luz. Y aunque la vida parece dura y algunas casas están construidas burdamente, las risas y las bromas en swahili nunca están lejos.

Cruceros al atardecer

La gente anima a los huéspedes de las posadas y resorts cercanos a pasear por la aldea; los habitantes les dicen jambo (hola) o karibu (bienvenidos) al pasar.

A pesar de estos recorridos, a los pescadores locales y a sus clientes todavía les parece divertido que los visitantes muestren interés en sus transacciones de rutina, aunque la alcancía de propinas del mercado Soko La Samaki indica que conocen bien las cámaras de los turistas.

Más allá, por la costa, restaurantes y bares de sofisticación variada salpican la playa y penetran en el mar cuando la marea sube.

Un flujo constante de vendedores ambulantes ofrece de todo, desde cruceros al atardecer hasta placas de madera tallada.

Los mercados de los masái son un asunto ligeramente distinto.

Parece extraño encontrar a estos guerreros y pastores vendiendo recuerdos, cuando se los relaciona más con el Serengueti.

Aprovechan al máximo su apariencia característica; las impresionantes máscaras adornadas y las tallas parecen ser más tentadoras cuando van de acompañadas de un vistazo a esta cultura seminómada.

Entre los jóvenes masái que hablan a algunos turistas en italiano hay un guerrero de más edad que tiene una amplia sonrisa y el improbable nombre de Rocco. Cuenta que ya es demasiado viejo para "pelear con los leones", como hacen algunos de sus jóvenes compañeros.

Las cicatrices en su rostro y en su cuerpo, así como un mazo de madera cubierto de marcas, indican que no es pura presunción.

Una tortuga serena

Tras un breve viaje en bote desde Stone Town, en la isla de Changuu, hay más reptiles protegidos.

Entre ellos hay una tortuga gigante de 157 años que disfruta que le rasquen el cuello.

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El visitante pronto se da cuenta de que estas criaturas apacibles disfrutan de los mimos igual que el resto de nosotros.

Changuu estuvo destinada alguna vez a ser una prisión, pero la usaron como estación para poner en cuarentena a los recién llegados a las "islas de las especias" de las que Zanzíbar forma parte.

Ahora, la isla es un santuario para las tortugas de Aldabra que están en peligro de extinción.

Las aguas que rodean su pequeño hogar son claras e ideales para hacer esnórquel.

Aunque gran parte del coral ha tenido mejores épocas, es divertido tratar de seguir a los cardúmenes de peces rayados.

Al otro lado del estrecho, si caminas por la zona de Stone Town, en la capital, encontrarás una ciudad que depende cada vez más de los visitantes, pero cuya economía sigue afianzada en la pesca y la exportación de especias.

El turismo ha crecido constantemente en Zanzíbar.

Eso significa que hay más demanda de pescado fresco (que se puede encontrar en unos mercados bulliciosos y de olor penetrante) y de los recorridos en las granjas en las que se cultiva cardamomo, canela, clavo, nuez moscada y más.

Unas puertas imponentes de madera

También hay excursiones por las estrechas calles y callejones que componen Stone Town, Sitio Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.

La arquitectura encalada característica está bien conservada en algunas partes, pero algunas fachadas han colapsado bajo el embate de los elementos.

Muchos de los edificios más afortunados tienen puertas imponentes de madera típicas de la ciudad; tras ellas se esconden patios cerrados y hoteles boutique rodeados por el encanto de antaño.

Tras cada recodo parece surgir algo para la lente, pero la privacidad es valiosa, así que se recomienda a los fotógrafos que pidan permiso antes de tomar una foto.

Gran parte del atractivo de Stone Town se deriva de que ha sido testigo de una vida que aparentemente no ha cambiado.

Los lazos antiguos con Omán, allá lejos, al norte, se extienden más allá del Museo del Palacio del Sultán que mira al océano y de los atuendos de muchos de los habitantes.

Algunos se reúnen diariamente en una zona que equivale al Speaker's Corner de Londres, en donde, curiosamente, se puede ver un teléfono fijo muy en alto en un poste en el centro.

"Puedes hacer una llamada gratis… si lo alcanzas", dice nuestro guía.

Su humor se hace más sombrío cuando entramos a una zona que solía ser el mercado de esclavos.

Homenaje a Mercury

Un monumento que representa a unas personas con grilletes contrasta con los gritos de emoción de los niños de una escuela cercana, igual que las esposas y la cadena fija al piso de un sótano que recrea la crueldad de una era que marca hondamente el pasado de Zanzíbar.

En la actualidad las cosas siguen siendo difíciles en las islas de Tanzania, en donde el salario mensual es de 100 dólares (unos 1,500 pesos) en promedio.

Al caminar por la playa se llega a la terminal del transbordador, que está llena de recién llegados de la capital de Tanzania, Dar es Salaam.

Por el camino pasamos junto a un montón de gatos que esperan que abra el mercado nocturno de comida de los Jardines de Forodhani y encontramos el Bar Mercury, desde el que se pueden ver los dhows de pesca.

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Este es uno de los pocos lugares que celebran al hijo más famoso de Stone Town: la estrella de Queen, Freddy Mercury.

Desde una fotografía, Mercury (quien se llamaba Farrokh Bulsara) mira a los clientes nocturnos, mientras estos miran a su vez a los pescadores que llevan un barco hacia la orilla.

Más tarde, ya recuperados del esfuerzo, los hombres celebran el día con un animado partido de futbol.

Poco a poco, el partido se vuelve un frenesí en la arena, mientras que en el malecón que está más allá los niños arriesgan el orgullo y el físico lanzándose a un mar pintado por un sol que se derrite lentamente.

David Dunn es escritor y fotógrafo independiente y actualmente trabaja en Dubái. Nació en Reino Unido, en donde escribió noticias y artículos principales para publicaciones regionales y ha escrito abundantemente sobre música, teatro y viajes.

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