Publicidad

Síguenos en nuestras redes sociales:

Publicidad

Cáncer recurrente: lecciones para sobrevivir

Vencer a la enfermedad una vez no significa librarse de ella. Algunos pacientes viven con el riesgo latente de una reactivación en su cuerpo
mar 19 octubre 2010 12:21 PM
amanda
sobreviviente amanda

Amanda Enayati fue diagnosticada en agosto de 2007 de cáncer de mama en etapa III; tenía un tumor de nueve centímetros. La enfermedad se esparció a dos ganglios linfáticos. Desde entonces, recibe tratamiento en el exclusivo y prestigioso Centro de Cáncer de Stanford, en Estados Unidos. 

Según la misma Amanda, la elegancia y comodidad del lugar se ve reflejada en los masajes gratuitos que cada semana reciben pacientes y familiares. "He oído historias terribles sobre algunos de los mejores centros de cáncer alrededor del país, y estoy verdaderamente agradecida por toda esta opulencia y ánimo", afirma.

Cuando recientemente llegó al Centro para su cita de chequeo semestral, estaba literalmente temblando, sin poder detenerse. "Como si estuviera parada en medio de la nieve en un bikini". 

Los médicos ya le habían advertido de que estaba en alto riesgo de recurrencia de cáncer por el resto de su vida. Amanda es una mujer joven. Tiene la esperanza de que el resto de su vida sea muchas más décadas, aunque cada vez que se atreve a mirar las estadísticas, las tasas de supervivencia de cinco años le dicen lo contrario.

"Ese año que el diagnóstico y la quimio y la radiación me robaron está todavía muy fresco en mi memoria, a pesar de que ya han pasado dos años y medio. Esas citas de chequeo médico son casi una tortura".

Cuando caminaba por el vestíbulo, dice, nadie la miraba dos veces. "Asumían que era la hija o una familiar de un paciente, pero tan pronto llegaba a la ventanilla a pedir un examen de sangre, las personas empezaban a mirarme de soslayo. Estoy segura de que pensaban: '¿Qué está haciendo ella aquí?'".

Publicidad

Mientras le sacaban sangre, Enayati pensó que, aunque es un procedimiento molesto, no es lo peor que pasa en ese edificio. Luego, mientras esperaba para ser atendida, un amigo le envió un mensaje: su novia también había sido diagnosticada con cáncer de mama en etapa III. A los 36 años de edad, con un bebé y un niño pequeño.

"¿Si estoy dispuesta a hablar con ella? Por supuesto que sí. Sé que mientras pasa el tiempo, me he convertido en un símbolo de la posibilidad de sobrevivir incluso enfrentando una etapa avanzada del cáncer. La llamaré y le contaré todo. Le diré que espere milagros ".

Ya en la sala de examen, Enayati estaba estresada, aún temblando.

La enfermera le examinó los senos. Auscultó sus pulmones. Revisó si habían llegado los resultados del examen de sangre. La doctora entró, la saludó como una vieja amiga; la abrazó y no la regañó por no haber asistido al último chequeo, por no haber ido en más de un año.

La doctora realizó el mismo examen que la enfermera. En esa ocasión, sí encontró algo extraño en el seno izquierdo, en el saludable.

"Está a 20 centímetros del pezón en dirección una en punto", le dijo a la enfermera. "Ven y siéntelo".

El corazón de Enayati se detuvo. Estuvo a punto de vomitar.

"Vamos a tener que escanearlo, sólo para hacerle seguimiento", dijo la doctora.

Enayati sabe que los médicos del centro son muy buenos en los seguimientos de problemas de salud, como el de un nódulo en su pulmón derecho desde 2007 y un ganglio linfático agrandado en su axila derecha desde 2008. Ahora había que sumar uno más a la lista.

La doctora le preguntó si estaba dispuesta a hacerse una mamografía. Ella respondió que no. No le gustan. No entendía por qué las mamografías que le habían tomado no identificaron un tumor de nueve centímetros. Para ella no tenían credibilidad.

La doctora le explicó que los senos de las mujeres son densos, y que el cáncer lobular es lo más difícil para identificar. La doctora le dijo, entonces, que se podía someter a un ultrasonido y a una resonancia magnética. Enayati aceptó.

 "¿Cómo se siente este nuevo bulto?", preguntó. "¿Se siente como cáncer?"

La doctora la volvió a examinar. Lo sintió. Lo sintió de nuevo.

Enayati insistió en la pregunta. Sabe que los buenos doctores identifican de inmediato el problema, aunque no lo digan. Y Enayati sabía que esa doctora era buena.

"No", dijo finalmente la doctora, "no se siente como cáncer. Creo que se siente fibroquístico. Tenemos que escanearlo para estar seguros. Te diría si fuera sospechoso".

Enayati sintió gratitud y miró a la doctora a la cara por primera vez.

En ese momento, se dio cuenta de que la doctora y la enfermera debieron considerarla una mujer muy rara, nerviosa, temblorosa, que evita el contacto visual. De repente, fue consciente de ello, sonrió y les agradeció.

Todavía no habían llegado los exámenes y la enfermera le dijo que la llamaría. Enayati le dijo que iba a esperar hasta que llegaran y que quería una copia.

"Seguramente soy una paciente extenuante, pero no me arrepiento. Los estudios muestran que los pacientes difíciles viven más. Planeo seguir siendo difícil", dice.

Una vez, cuando estaba en la mitad de sus seis semanas de dosis diarias de radiación, mientas caminaba por el pasillo del centro médico (con una energía inusual que Enayati le adjudica a la labor de su naturópata), dio vuelta a una esquina y casi choca con su oncóloga de radiación, una mujer joven de casi su misma edad. Ella la vio con una sonrisa y le dijo: "No parece que perteneces a aquí".

Enayati le sonrió y le respondió: "Eso es porque no pertenezco a aquí".

"Éste no es mi mundo", dijo. " Yo pertenezco a mi hija y a mi hijo, y a mi esposo . Yo pertenezco a mis seres queridos. Yo pertenezco a mí misma".

No te pierdas de nada
Te enviamos un correo a la semana con el resumen de lo más importante.

¡Falta un paso! Ve a tu email y confirma tu suscripción (recuerda revisar también en spam)

Ha ocurrido un error, por favor inténtalo más tarde

Publicidad
Publicidad