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La ciudad líquida: un paseo por la ribera neoyorquina

Si te encaminas a la orilla de la isla, donde el sol fulgura en la amplitud tranquila y sin tráfico, ves por qué la ciudad nació y creció en ese sitio.
mié 26 julio 2017 04:00 PM

Nota del editor: El ganador del Premio Pulitzer Justin Davidson es el crítico de arquitectura y música clásica de la revista New York. Él adaptó este ensayo de su nuevo libro "Magnetic City: A Walking Companion to New York".

Nueva York (CNN) - Mientras caminas por una acera del centro de Manhattan, con la vista encajonada entre torres de oficinas, es fácil olvidar que la ciudad de Nueva York está hecha principalmente de agua.

Pero si te encaminas a la orilla de la isla, donde el sol fulgura en la amplitud tranquila y sin tráfico, ves por qué la ciudad nació y creció en ese sitio.

Si los ríos, las bahías, los estuarios y los canales contaran como bienes raíces de la ciudad, constituirían su sexto y más grande distrito, una vasta extensión azul en el centro del mapa, con Manhattan, Brooklyn, Queens, el Bronx y Staten Island relegados a los márgenes del archipiélago.

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El margen de ese sexto distrito tiene más de 500 millas, una costa más extensa y más variada que las de Seattle, Chicago, Portland y San Francisco combinadas. No todo son malecones y mamparas. La costa de Nueva York tiene kilómetros de playa, humedales, tramos industriales y un largo collar de vegetación ribereña.

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Esta es una ciudad líquida.

Una bulliciosa y afanosa ribera

Durante 400 años, estas generosas y tranquilas vías fluviales llevaron los bienes materiales que impulsaron el fantástico crecimiento de Nueva York. El azúcar cultivado en el Caribe se importaba en bruto, se refinaba en una arena blanca impoluta y se enviaba de vuelta a las mesas de las plantaciones.

Conexión
Las vías fluviales de Nueva York conectan la ciudad.

Si hoy miras el río Hudson, verás una bandeja de plata con un solo kayak. Si miras con más atención, es posible que reconozcas otra imagen fantasmal: una fluida carretera con remolcadores y barcazas que braman día y noche, una costa negra y blanca repleta de muelles y atracaderos manchados de petróleo llenos de estibadores.

Desde principios del siglo XVII hasta la década de 1950, un torrente abrumador de… cosas… se abría camino hasta los almacenes de madera y ladrillo del bajo Manhattan. "Cruza el umbral y sube las escaleras de una galería de techo bajo a otra, y deambularás entre campos extranjeros y respirarás los aires de cada zona", escribió un reportero de Harper's Weekly en 1877.

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"Aquí hay toneles de azúcar, melazas que transpiran la memoria del sol cubano, y otros toneles de ron añejo de Jamaica, debajo de ellos el suelo bebe ávidamente las preciosas gotas. Filas de blancuzcos barriles de arcilla de China al lado de filas de barriles de grafito de Ceilán, cuyo polvo negro hace que el suelo sea tan resbaladizo como el vidrio", sigue la descripción del reportero...

Ese afanoso litoral comenzó a morir en la década de 1950, cuando el transporte naviero dejó los atestados centros de la ciudad para irse a puertos más alejados con parcelas suficientemente grandes para acomodar pilas de contenedores de carga. Nueva York rodeó su contaminada y abandonada costa con carreteras y vallas metálicas.

Los soldados rasos de Wall Street casi nunca repararon en el hecho de que trabajaban a cuadra y media de la orilla del agua: los muelles estaban fuera de los límites. Fue apenas en los últimos 25 años que la ciudad ha redescubierto la ribera y la ha optimizado para el ocio.

Bares, juegos y cine al aire libre

Hoy, un cinturón verde de parques zigzaguea a lo largo de los muelles otrora sucios, salpicados con personas que toman el sol de mayo a septiembre. Resulta que la diversión es mejor cuando ocurre cerca del agua. Y ahora la costa de la ciudad está llena de lugares para beber, patinar, jugar petanca, ver películas al aire libre y aprender trapecio aéreo. Gandulear se ha convertido en algo serio.

Ubicación
El mapa de la ciudad para desplazarse.

Nuestro paseo por la nueva ciudad líquida comienza en el edificio Battery Maritime Building, una solitaria sinfonía de hierro fundido, acero y baldosas Guastavino, erigida en 1909. En el otro extremo de un paseo en ferri de ocho minutos, la isla de los Gobernadores es un parque marítimo diferente a cualquier otro en la ciudad, acurrucado en el agua pero cerca del cielo abierto.

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En cualquier domingo de verano, la isla tiene la vibra de un día de campo urbano. Miles desembarcan de los ferris de Manhattan y Brooklyn y recorren el antiguo pueblo fantasma. Algunos toman una bicicleta y circundan la isla. Otros hacen picnic, ven demostraciones de vidrio soplado, trepan las esculturas, hacen fila para comprar pollo estilo jerk, se mecen en hamacas, juegan golf en miniatura, exploran el viejo fuerte Castle Williams y contemplan la desconcertante maravilla de las vistas del puerto.

Governors Island finalmente se reincorpora a la ciudad de la que fue cuna.

Icónico
La isla de los Gobernadores es un parque marítimo diferente a cualquier otro en la ciudad, acurrucado en el agua pero cerca del cielo abierto.

Los primeros exploradores holandesas acamparon en esta isla boscosa que llamaron Noten Eylandt (Nut Island, hoy llamada oficialmente Governors Island), y de una u otra forma los militares la monopolizaron los siguientes 400 años. Cuando la Guardia Costera finalmente se mudó en 1996, dejando una colección de graciosas estructuras de ladrillo del siglo XIX, algunos barracones de los años 50 y un abandonado Burger King, los neoyorquinos heredaron 172 acres que apenas sabían que existían y sin idea de qué hacer con ellos.

En los años siguientes, un creciente flujo de visitantes llegó a amar el aire gracioso, pero agradablemente ruinoso de la isla, que recuerda a un balneario después de su apogeo o un pueblo otrora pujante al que solo le queda la vieja gloria.

Observando a la gente

Después de una década de expectación en la que futuristas y fantasistas proyectaban deseos, ¡una réplica del Globe Theatre! ¡un hotel de Bob Esponja! ¡una góndola a Manhattan! ¡un campus para la Universidad de Nueva York! ¡Otra torre Trump!... las retroexcavadoras finalmente se pusieron a trabajar, apuntalando diques, instalando cañerías y cables, remozando edificios históricos y más dramáticamente, dando forma a un nuevo paisaje.

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La empresa holandesa West 8 pasó años observando las multitudes en verano y sus hábitos de ocio. Luego los arquitectos depositaron ese conocimiento en un diseño paisajístico ambicioso y espectacular pero también espontáneo y libre.

Escenario
Una vista de la isla de los gobernadores.

De vuelta en la isla de Manhattan, podemos hacer una pausa aquí y allá en la antigua orilla de la ciudad, ahora desvanecida por siglos de rellenos y desechos.

En la esquina de las calles Pearl y Broad es donde los marineros mercantes holandeses cargaban sus cajas en el solitario muelle de East River y donde Peter Stuyvesant construyó su gran Casa Blanca, la primera de Estados Unidos. No queda mucho de ese pasado: una intersección ligeramente claustrofóbica, presidida por Fraunces Tavern, la hostería del siglo XVIII construida sobre un húmedo terreno.

Ya era un establecimiento antiguo en 1783, cuando George Washington fue allí para celebrar mientras huían las últimas tropas británicas.

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A principios del siglo XIX, la desaparecida Tontine Coffee House, en la esquina de la calle Pearl y Wall Street, funcionaba como Times Square, la Bolsa de Valores y el Rockefeller Center todo junto en un gracioso edificio neoclásico. Quien tenía un dólar para gastar o el deseo de ganárselo se reunía en el modesto porche de Tontine. Era donde los mercantes comerciaban algodón, influencia y noticias. Y donde también, en un intercambio que los neoyorquinos a menudo prefieren olvidar, compraban y vendían seres humanos.

Jugar en los muelles

El muelle 15, cerca del South Street Seaport, ahora alberga una plataforma elevada que permite un panorama que integra casi todas las fases de crecimiento de la ciudad.

El muelle 11, al final de Wall Street, atiende a los ferris de Brooklyn, que gradualmente retornan de la extinción. Viajar por agua demostró su valía el 11 de septiembre de 2001, cuando barcos de todo tipo ayudaron a evacuar a los varados, y más tarde, cuando el tren PATH que conecta el bajo Manhattan con Nueva Jersey quedó fuera de servicio por un tiempo.

Estilo de vida
Los trabajadores y residentes de Lower Manhattan se relajan en el muelle 15.

Ahora la construcción de edificios de gran envergadura a lo largo de la costa de Queens y Brooklyn (y las tribulaciones de un antiguo sistema de metro) están ayudando a revivir el viaje por río. La ciudad recientemente compró una pequeña flota de ferris e inauguró dos nuevas líneas.

La primera parada del ferri es Brooklyn Bridge Park, que aún inconcluso ya está atestado de niños y adultos. Aunque la joven vegetación todavía tiene un aspecto frágil e incierto, cada cancha de baloncesto está en uso, cada césped salpicado de gente tomando el sol.

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Este trocito de parque en el borde de Brooklyn claramente atrae a visitantes de allende su franja de calles afluentes.

Las diversas poblaciones étnicas y religiosas del distrito parecen haber elaborado un acuerdo tácito para compartir el sitio. En una tarde de verano a mitad de semana, los niños pululan como pececitos en la zona acuática, mientras que sus cuidadoras (cubriéndose con un chador o sheitel, dependiendo del día y la hora) se ponen a resguardo en la escasa sombra. Las mesas de picnic están llenas, y abunda el humo de la carne asada.

El valor de estos refugios ribereños

En estos momentos, cuando la tierra urbana es cada vez más rara y costosa, el valor de los refugios al aire libre también ha aumentado. Más de la mitad de la población mundial vive en megalópolis. Las ciudades superestrella como Nueva York, Londres, Seúl y Tokio también están creciendo.

Postal
La vista desde Brooklyn Bridge Park.

Y cada persona de esas atestadas urbes de millones ansía un pedazo amigable de césped. Estas ciudades doradas han entrado en un nuevo idilio con los parques urbanos, que son posibles gracias a un legado de fealdad. Cada ciudad tiene su dosis de litorales contaminados, vías de ferrocarril abandonadas, instalaciones militares desmanteladas o carreteras redundantes, una variopinta colección de tierras baldías que pueden renacer en zonas verdes de ocio.

El verdor ha surgido en áreas antes húmedas e inútiles, creando no sólo zonas de ocio, sino zonas de contención que pueden absorber marejadas y ayudar a afrontar los efectos del cambio climático.

Ciudades como Nueva York se apresuran a adaptarse a las aguas crecientes, confiadas en que la historia de amor, aunque problemática, no haya terminado todavía.

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