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Las enfermedades del futuro (hoy)

La revista Quo nos ofrece una visión sobre las vulnerabilidades de la civilización; solemos pensar que la aldea global es inmune a todo…¿Un virus podrá colapsarla?
vie 24 abril 2009 12:29 PM
Los mexicanos recurren al uso de cubrebocas para evitar el contagio de la influenza. (Foto: Reuters)
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Durante años se nos ha advertido que habrá una pandemia. Bien podría ser de gripe o de otra cosa. También se nos ha dicho que mucha gente morirá. Con todo y lo terrible que esto sería, es inevitable pensar si, de alguna forma, aquellos que sobrevivan estarán mejor. ¿No resultaría mucho más fácil reconstruir la sociedad actual y convertirla en algo más sustentable si, Dios nos libre, fuéramos algunos menos?

Y al mismo tiempo hay que preguntarse si luego de una pandemia devastadora, la vida volvería a ser algo tan siquiera parecido a lo que es ahora. Los virólogos a veces hablan acerca de escenarios que son como la peor de las pesadillas: una plaga como el ébola o la viruela que nos llevaría al "fin de la civilización". Seguramente están exagerando, ¿o no?

Mucha gente rechaza cualquier tipo de plática sobre un colapso, como si se tratara de un tema del profeta de la esquina que vaticina que el fin del mundo está próximo. Y quizá se justifica. En los dos últimos siglos la humanidad ha logrado trascender tantas plagas, hambrunas y guerras profetizadas, desde Malthus (economista que pronosticaba una hambruna global) hasta el doctor Strangelove (personaje del cine obsesionado con iniciar una guerra nuclear), que cualquiera que se tome esas ideas en serio puede ser etiquetado como un ave de mal agüero.

De manera paralela existe una creencia generalizada de que la sociedad actual ha alcanzado una complejidad y un nivel de innovación tales que la blindan ante cualquier catástrofe global. "Ése es un argumento arraigado de tal forma, tanto en nuestro subconsciente como en el discurso público, que ha obtenido el estatus de una realidad objetiva. Creemos que somos diferentes", dice Jared Diamond, biólogo y geógrafo de la Universidad de California y autor del libro Colapso.

Sin embargo, un número creciente de investigadores se aproxima a una espeluznante conclusión respecto a nuestra sociedad: en vez de ser cada vez más fuerte, es cada vez más vulnerable. En el caso de una pandemia grave, la enfermedad podría ser tan sólo el inicio de muchos otros problemas.

A la fecha en ningún estudio científico publicado se ha analizado si una pandemia con un alto índice de mortalidad podría causar un colapso social. La inmensa mayoría de los planes para afrontar una epidemia de tales magnitudes fallan, incluso aquellos que reconocen que los sistemas básicos podrían colapsar, y mucho más los que ni siquiera toman en cuenta este factor.

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En la historia se han registrado muchas pandemias, por supuesto. En 1347 y 1348, la Peste Negra mató a cerca de un tercio de la población de Europa. Su impacto fue gigantesco, pero la civilización no se derrumbó. Sin embargo, luego de que el Imperio Romano fue azotado por una plaga alrededor del año 170 d.C., con una tasa de mortalidad similar, el gran reinado latino se vio envuelto en una vorágine que lo llevó hacia su colapso final. ¿Cuál fue la diferencia? Para decirlo en una palabra: complejidad. Veamos.

Efecto dominó

En el siglo XIV el continente europeo tenía un sistema feudal en el que más de 80% de la población estaba conformado por campesinos. Cada una de las muertes se llevaba a un productor de alimentos, pero también a un consumidor, así que el impacto final en la estructura era relativamente pequeño. "En una jerarquía de estas características nadie es tan necesario que no pueda ser fácilmente reemplazado", dice Yaneer Bar-Yam, director de New England Complex Systems Institute, en Cambridge, Massachusetts. "Los reyes se murieron, pero la vida siguió".

El Imperio Romano era también una jerarquía, pero con una gran diferencia: tenía una enorme población urbana, nunca igualada en Europa hasta la era moderna, que dependía de los campesinos para los granos, los impuestos y los soldados. "El declive de la población afectó la agricultura, la cual, a su vez, afectó la capacidad del Imperio para pagar a los militares, lo que mermó su capacidad de mantener a raya a los invasores", afirma Joseph Tainter, historiador de la Universidad de Utah. "A su vez, los invasores debilitaron a los campesinos y a la agricultura".

Una pandemia con un alto nivel de mortalidad podría desatar un resultado parecido ahora, sostiene el investigador. "Menos consumidores significa que la economía se contrae, lo cual deriva en menos empleos y, por lo tanto, muchos menos consumidores. La pérdida de personal en industrias clave también dañaría mucho".

En este sentido, Bar-Yam señala un factor que sería determinante: la pérdida de las personas clave. "Perder, de manera indiscriminada, piezas de un sistema altamente complejo, es muy peligroso. Uno de los resultados más significativos de la investigación dedicada a analizar sistemas complejos es que cuando estos son altamente complejos, los individuos sí importan".

La misma conclusión ha surgido de una fuente por completo distinta: las "simulaciones" de escenarios catastróficos, en las cuales los líderes políticos y económicos analizan qué ocurriría si aparece una hipotética pandemia de gripe. "Un momento digno de celebración sucede cuando el director de una empresa toma conciencia de cuán necesarias son las personas clave", dice Paula Scalingi, quien hace simulaciones de pandemias para la región económica del Pacífico Noroeste de Estados Unidos. "Las personas representan la infraestructura crítica".

Agrega que "especialmente resultan vitales los llamados hubs o centros neurálgicos de las redes". Es decir, aquellas personas cuyas acciones vinculan a todas las demás. Por ejemplo, los transportistas. Cuando, en el año 2000, una huelga bloqueó las entregas de petróleo de las refinerías de Gran Bretaña durante 10 días, casi la tercera parte de los automovilistas se quedó sin combustible, algunos servicios de trenes y autobuses fueron cancelados, las tiendas comenzaron a quedarse sin comida, los hospitales se limitaron a dar el mínimo de servicios, los desechos peligrosos comenzaron a apilarse y los cuerpos de las personas fallecidas no tenían manera de llegar a su última morada. Luego de esto, un estudio hecho por Alan McKinnon, de la Universidad Heriot-Watt, en Edimburgo, predijo grandes pérdidas en la economía y un rápido deterioro de las condiciones de vida si todo el transporte terrestre de la isla se detuviera tan sólo una semana.

Un mundo sin camiones

¿Qué ocurriría en una pandemia cuando muchos de los camioneros se enfermaran, se murieran o tuvieran tanto miedo como para no acudir a trabajar? Aun en el caso de que una pandemia fuera relativamente suave, muchas personas tendrían que quedarse en sus casas para atender a sus familiares enfermos o cuidar a los niños cuyas escuelas hubieran sido cerradas. O sea, incluso una afectación leve en el sistema de transporte terrestre tendría consecuencias casi inmediatas en las entregas puntuales, digamos, de alimentos o medicinas.

En las últimas décadas, las personas que utilizan o venden mercancías, desde carbón hasta aspirinas, han dejado de acumular grandes cantidades, puesto que el almacenamiento resulta muy caro. En vez de ello, se ha generado un sistema de entregas pequeñas, pero frecuentes. Esto hace que, por lo general, las ciudades tengan una despensa que equivale a tres días de comida. Y aquel viejo proverbio que reza que las civilizaciones están a tan sólo tres o cuatro comidas de la anarquía, no es tomado a broma, al menos por los planes para enfrentar pandemias en Estados Unidos. En estos se recomienda a la población que guarde el equivalente a tres semanas de comida y agua para un caso de emergencia. Otros planificadores, mucho más precavidos, afirman que todo el mundo debería tener al menos el equivalente a 10 semanas. ¿Cuánto durarían las provisiones si las tiendas se vaciaran y el abastecimiento de agua se acabara? Es difícil saberlo.

Ahora bien, eso es tan sólo en lo referente a la comida. Pensemos ahora qué sucedería en los hospitales, los cuales dependen de las entregas periódicas de medicamentos, sangre, gasas y jeringas para funcionar. "Las personas que prevén pandemias en los nosocomios viven obsesionadas con la idea de tener suficientes mascarillas", afirma Michael Osterholm, especialista en salud pública de la Universidad de Minnesota, quien aboga por una mayor preparación para enfrentar un problema de estas características, ya que "antes se quedarán sin oxígeno para poderlas utilizar; ningún hospital tiene más de dos días de abastecimiento". A esto habría que sumarle el problema de surtir de cloro a las plantas purificadoras de agua, otro insumo de primera necesidad del que pocas veces nos preocupamos. ¿Sin comida? ¿Sin agua? ¿Sin camas funcionales en el hospital? El problema comienza a hacerse grande.

Peor que lo peor

Ahora bien, consideremos que no son solamente los camioneros ausentes quienes podrían interrumpir el sistema. Después de todo, siempre es posible conseguir nuevos choferes y entrenarlos con bastante rapidez. Pero los camiones también necesitan gasolina. ¿Qué tal si el personal que trabaja en las refinerías y que produce ese combustible no se presenta a trabajar?

"Creemos que si logramos hacer que las personas se sientan seguras a la hora de venir a trabajar, tendríamos 25% de ausencia de personal si tenemos una pandemia de influenza como la de 1918", dice Jon Lay, presidente de Preparación Global para Emergencias de ExxonMobil. En caso de que eso pasara, al posponer las tareas no básicas y asegurarnos de que los proveedores esenciales se mantuvieran firmes, "podríamos mantener el abastecimiento de productos que son críticos para la sociedad".

Sin embargo, algunos modelos sugieren que el ausentismo generado por una pandemia como la de 1918 podría cortar la fuerza de trabajo a la mitad en su punto más álgido. "Si tenemos 50% de ausencias, eso ya es una historia diferente", afirma Lay, quien asegura que su empresa no ha hecho un modelo que prevea el impacto de una ausencia a ese nivel. ¿Y qué tal si la pandemia fuera peor que la de 1918?

Ciertamente, todas las empresas que suministran la infraestructura crítica en la sociedad actual (la energía, el transporte, la comida, el agua) enfrentarían problemas similares si sus trabajadores no acudieran a trabajar. De acuerdo con fuentes de la industria de Estados Unidos, un proveedor de electricidad de Texas está enseñando a sus empleados "técnicas para evitar un virus" con la esperanza de que, en caso de ser necesario, puedan experimentar una tasa más baja de síntomas iniciales de influenza y de mortalidad que el resto de la población en general.

El hecho es que la mejor forma de que la gente evite el virus sería quedarse en casa. Pero si todo el mundo hiciera eso, o si demasiadas personas trataran de almacenar provisiones luego del comienzo de una crisis, el impacto de una pandemia, incluso relativamente menor, podría multiplicarse rápidamente. Parece ser que las personas encargadas de planificar una situación de emergencia ante una pandemia han dejado de lado el hecho de que las sociedades actuales están cada vez más estrechamente interconectadas, lo cual significa que cualquier conmoción puede diseminarse rápidamente a través de varios sectores. Por ejemplo, muchas empresas tienen planes de contingencia que cuentan con personas que trabajan en línea desde sus casas. Sin embargo, los modelos demuestran que no habría suficiente amplitud de banda para cubrir las demandas, asegura Scalingi.

¿Y la energía?

Aquí es donde la complejidad de la interdependencia puede resultar desastrosa. Las refinerías producen combustible y, claro, no solamente para los camiones, sino también para los trenes que, a su vez, llevan el carbón a los generadores de electricidad y que, en la actualidad, tienen tan sólo 20 días de reserva de abastecimiento, dice Osterholm. Basta señalar que las plantas generadoras a base de combustión de carbón abastecen aproximadamente 30% de la electricidad del Reino Unido, 50% de la de Estados Unidos y 85% de la de Australia.

Las minas de carbón necesitan electricidad para funcionar. Para la extracción de petróleo a través de los oleoductos y del agua por medio de la red de tuberías, se requiere de electricidad. Producirla depende mucho del carbón; obtenerlo depende de la electricidad; todo esto necesita de las refinerías y de las personas clave; las personas necesitan transporte, comida y agua limpia. Si una parte del sistema falla, todo lo demás puede fallar también. La energía hidráulica y la nuclear son menos vulnerables a las interrupciones del abastecimiento, pero aun así dependen de personal altamente capacitado.

Sin electricidad, las tiendas no podrían mantener los alimentos refrigerados, considerando (claro está) que recibieran productos. Las cajas registradoras tampoco podrían funcionar y muchos consumidores no podrían ni siquiera cocinar la comida que lograran conseguir. Sin cloro, brotarían las enfermedades provenientes del agua en la medida en que se dificultara hervirla. Las comunicaciones comenzarían a interrumpirse, ya que tanto las emisoras de radio como las televisoras, así como los sistemas telefónicos e Internet, serían víctimas de los cortes de energía y de la ausencia de personal. Todo esto sería un factor que podría quebrar el sistema financiero global, hasta tocar incluso a los cajeros automáticos locales, lo que complicará mucho más los intentos por mantener el orden y poner nuevamente en funcionamiento los sistemas.

Después de la tormenta

Aun si lográramos salir adelante en las primeras semanas de la pandemia, los problemas a largo plazo podrían intensificarse sin el mantenimiento ni los suministros básicos. Tomaría años resolver muchos de estos problemas en el sistema. Por ejemplo, sin combustible y con los mercados desorganizados, ¿cómo podrían los campesinos hacer llegar sus próximas cosechas y distribuirlas?

En la medida en que una plaga se instale, muchos países sentirán la tentación de cerrar sus fronteras. Pero la cuarentena ya no es una alternativa viable en el mundo global.

"En la actualidad ningún país es autosuficiente para todo", afirma Lay. "El peor error que podrían cometer los países sería aislarse de los demás".

Sitios neurálgicos como el puerto de Singapur, un centro de embarque de gran valor estratégico, tienen planeado cerrar en caso de una pandemia, aunque sólo como último recurso, añade el experto.

Sin embargo, una medida como ésta no sería suficiente para evitar que el comercio internacional se paralizara, en la medida en que otros puertos cerraran por temor al contagio, por falta de trabajadores o debido a que las tripulaciones de los barcos cayeran enfermas y las líneas de ensamblaje de los exportadores se detuvieran por no contar con sus empleados, la energía, el transporte o el combustible y los suministros.

De esta manera, Osterholm advierte que la mayoría de los equipos médicos y 85% de las medicinas que consume en la actualidad Estados Unidos se producen fuera de ese país, y eso sería sólo el principio. Porque si nos vamos a otras esferas de la misma cadena, como por ejemplo considerar el empaque de los alimentos... puede que la leche se entregue en las lecherías si se logra ordeñar a las vacas y se dispone del combustible para los camiones y la energía para su refrigeración, pero esto no serviría de nada si las fábricas de cartones para leche están paralizadas o los cartones están en otra parte del mundo.

"Nadie dentro de la planificación en caso de pandemias piensa lo suficiente acerca de las cadenas de abastecimiento", sostiene Osterholm. "Son largas y delgadas y pueden romperse". Cuando Toronto "fue azotado por el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS, por sus siglas en inglés) en 2003, los principales fabricantes de máscaras quirúrgicas enviaron todo lo que tenían", dice. "Si hubiera durado mucho más, se hubieran quedado sin máscaras".

La tendencia es que las cadenas de abastecimiento crezcan incluso más para aprovecharse de la economía de escala y de la disponibilidad de la mano de obra barata debida a que las grandes fábricas producen mercancías a menor costo que las pequeñas, y pueden hacer eso incluso más barato en los países donde la mano de obra es mal pagada.

Lay señala a los huracanes que han golpeado en los últimos tiempos el norte del continente americano y el fuego en el depósito de petróleo de Buncefield en el Reino Unido, en 2005, como ejemplos de fuertes interrupciones en la cadena normal de suministros. En todos estos casos, dice, se mantuvieron los abastecimientos procedentes de las refinerías. Pero esos desastres eran localizados, y la ayuda podía llegar de lugares cercanos no afectados por ellos.

Los planeadores de desastres se enfocan a prevenir, por lo general, sucesos únicos de este tipo: accidentes industriales, huracanes o, incluso, ataques nucleares.

Pero las pandemias tienen la característica de suceder en todas partes a la vez, lo cual convierte en inútiles muchos de estos planes. "Hay numerosas hipótesis detrás de nuestras conclusiones", admite Lay. "Si demuestran ser imperfectas, podemos luchar".

La pregunta principal es cuán seria podría ser una pandemia. Muchos planes gubernamentales de prevención se basan en las tasas de mortalidad de las pandemias de 1957 y 1968, que fueron moderadas. "Ningún plan de previsión de pandemias considera la posibilidad de que la tasa de mortalidad pueda ser más alta que en 1918", afirma Tim Sly, de la Universidad de Ryerson, en Toronto, Canadá.

Incluso una repetición de lo ocurrido en 1918 podría ser lo suficientemente mala. Así lo señala un estudio llevado a cabo en 2006. El economista Warwick McKibbin del Instituto Lowry de Políticas Internacionales, en Sidney, Australia, y algunos de sus colegas, basaron su escenario de "el peor de los casos" en la misma tasa de mortalidad que se presentó en 1918.

El resultado, según su modelo, sería de 142 millones de muertes en todo el mundo, tragedia que conduciría a una desaceleración económica global masiva que barrería con el 12.6% del PIB mundial.

Este escenario asume que moriría alrededor de 3% de aquellas personas que llegaran a enfermarse. Este escenario no es para nada fantasioso: de todas las personas que se sabe que han adquirido hasta ahora Influenza Aviaria H5N1, 63% ha muerto. "Resulta negligente dar por sentado que la H5N1, si se convierte en pandemia, sería obligadamente menos mortal", dice Sly. Y claro, la influenza está lejos de ser la única amenaza viral que enfrentamos.

La pregunta final sería: ¿Qué pasaría si una pandemia tiene, en efecto, enormes consecuencias? ¿Y si mueren muchas personas clave de los procesos de los cuales dependemos y se rompe el equilibrio global? ¿Estamos preparados para restablecer la balanza saludable y la operatividad de nuestro sistema? "Buena parte de esto depende de la magnitud de la pérdida de población", asegura Tainter. "Las posibilidades oscilan entre una recesión pequeña o moderada, una enorme depresión y hasta un colapso".

Dominados por las máquinas

Una conocida idea de la destrucción de la humanidad es a manos de las máquinas. Películas como Terminator y The Matrix se han nutrido de tecnologías que se rebelan contra sus amos. Sin embargo, hay cierto piso real sobre estas hipótesis. Debido a la creciente capacidad de cálculo de las computadoras modernas (que se duplica aproximadamente cada 18 meses), científicos como Hans Moravec en la Carnegie Mellon University han postulado que en la década de 2020 las computadoras tendrán capacidades de procesamiento de datos similares a las de la mente humana. Por otro lado, un análisis prospectivo realizado por la empresa británica BT Technology en 2005 se refiere a la posibilidad de que para esta misma década, los sistemas fundamentales de la sociedad humana (finanzas, comercio, industria) estén supervisados por sistemas de inteligencia artificial que podrían adquirir conciencia propia. Mejor aún, el estudio dice que para la década de 2030, gracias al desarrollo de implantes intracraneales en sistemas de cómputo, la ubicuidad de las redes de datos y la complejidad en los sistemas de realidad virtual, la temida Matrix, será técnicamente posible.

La Tierra sin humanos

Alan Weisman, periodista especializado en temas científicos, se preguntó seriamente lo que sucedería si la humanidad desapareciera. En su libro The World Without Us (El mundo sin nosotros) señala que todo lo que hemos construido los humanos se desvanecería en unos miles de años: en unas décadas, la materia orgánica (madera, papel) se disolvería por acción de la humedad, y en un par de siglos, todas las estructuras de cemento, ladrillo y mampostería se derrumbarían por acción de la dilatación térmica, así como por filtraciones de agua y su propio peso. El punto final vendría con los metales que terminarían oxidados en el lapso de pocos miles de años (con la salvedad del bronce, el oro y el acero inoxidable).

Quizá la parte que más tardaría en disolverse sería nuestra herencia de contaminantes. Los plásticos tardarían un milenio en promedio en degradarse y disolverse; sin embargo, los materiales que hemos creado artificialmente para nuestro uso (como los insecticidas), y los aditivos industriales como los llamados PCB (bifenilos policlorinados) sólo podrían ser eliminados tras decenas de miles de años. Lo mismo sucedería con los desechos radiactivos de plantas nucleares, que tardan desde unos pocos años (como el estroncio-30) hasta más de 20 mil años (como en el caso del plutonio-239) en perder la mitad de su radiactividad. El elemento que tardaría más tiempo en disolverse sería el exceso de gases de efecto invernadero responsables del cambio climático global: tomaría 100 mil años volver a los niveles existentes antes de que el hombre comenzara a quemar materiales en su beneficio.

*El presente texto fue publicado en la revista Quo en octubre de 2008.

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