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Dreamers: los otros mexicanos

Jóvenes migrantes regresan a su país en busca de oportunidades. Pero retornan a un México donde son invisibles, con dificultades para reinsertarse académica y laboralmente.
sáb 12 noviembre 2016 08:00 AM
Integración
Integración Los problemas no sólo surgen para poder costear la universidad en Estados Unidos, también para ingresar al mercado laboral mexicano. (Foto: © Jonathan Alcorn / Reuters/REUTERS)

Christian Galvan tenía 14 años cuando cruzó la frontera en 2005. Con apenas lo necesario para pagar a un ‘pollero’ (como se conoce a quién facilita el cruce de migrantes), un tío que radicaba en Dallas le esperaba para llevarlo con su padre, indocumentado en Estados Unidos desde 1990.

Desde Texas tomó un autobús a la ‘gran manzana’, un trayecto arropado por otros latinos donde descrubrió que el idioma no era un problema. Carecer de papeles no le impidió cursar highschool (equivalente a preparatoria), dos años en español y otros dos en inglés. Al concluir este grado, en 2009 se topó con la realidad de miles de mexicanos: ser un inmigrante indocumentado sin posibilidades para continuar sus estudios universitarios.

Faltaban tres años para que el presidente Barack Obama lanzara el Programa de Acción Diferida para los llegados en la infancia (DACA, por sus siglas en inglés), que evita la deportación temporal de jóvenes llevados por sus padres a Estados Unidos cuando eran menores de 16 años, con el requisito de haber residido en el país desde 15 de junio de 2007. El permiso de estancia es de dos años, con posibilidad de renovación, comenta Jorge Sántibañez, director ejecutivo de ‘Juntos Podemos’ y ex presidente del Colegio de la Frontera Norte.

Para juntar dinero para seguir los estudios, Galván consideró la oferta de trabajo de una amiga en Chicago. A la mitad del trayecto desde Nueva York, la policía migratoria subió a revisar documentos. “Me encerré en el baño desesperado, no sabía qué hacer. Al final abrieron la puerta”, narra. Fue deportado desde Chicago en noviembre de 2010, con la penalización de no tramitar la visa por 10 años, cerrando con ello la posibilidad de ver a su padre y dos hermanos que aún viven en Nueva York.

Del sueño a la realidad

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Galvan se convirtió en un Dreamer: el hijo de inmigrantes que creció en Estados Unidos y su familia tiene una mezcla de situaciones legales, como padres indocumentados pero hermanos con el estatus de ciudadanos estadounidenses, porque nacieron en el país. El término surgió en 2001 cuando se presentó por primera vez en el Senado, sin éxito, el acta ‘Development, Relief and Education for Alien Minors’, también conocida como Ley Dream.

Desde la creación del DACA, en 2012, más de un millón de jóvenes tienen la opción de quedarse en Estados Unidos, pero siguen regresado a México porque ese permiso es sólo por tres años y no garantiza una buena contratación, o préstamos para seguir estudiando. Sólo evita ser deportado, explica Josefina Vázquez Mota, autora del libro ‘Dreamers’.

Algunos regresan de forma voluntaria y otros, deportados. La administración de Obama tiene un récord de 2 millones de deportaciones en seis años, dice la investigadora Jill Anderson. Pocos son los que retornan, como José Manuel Godínez (29), quien consiguió lo que muchos mexicanos en Estados Unidos sueñan, pero no obtienen: apoyo para estudiar una carrera y un posgrado siendo indocumentado.

Llegó a Florida con nueve años y visa de turista. “Tengo grabada la fecha: diciembre de 1995, el cumpleaños de mi papá”, recuerda. La visa expiró y desde los 13 años resintió los estragos de ser indocumentado. Primero, no podía asistir a viajes organizados por la escuela, debiendo mentir sobre las razones por las cuales no aceptaba un apoyo debido a sus buenas calificaciones. Después, no pudo tener licencia de manejo y, más doloroso, regresar a México a ver a sus abuelos morir.

El balde de agua fría cayó cuando, con el mejor promedio de 321 alumnos en highschool, un maestro descubrió su condición de indocumentado. Aunque le apoyó con asesoría legal, hubo quienes le dijeron que en su situación no podría aspirar más que a una carrera técnica.

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Apoyado por profesores y respaldado por su desempeño, José Manuel ingresó 12 solicitudes a diferentes universidades. Fue rechazado por nueve, hasta que el New College of Florida lo aceptó, en 2004, con una beca de cuatro años para estudiar una licenciatura equivalente a antropología. Pero su vocación era Leyes y no se dio por vencido: consiguió otra beca para estudiar en Florida State University College of Law un doctorado en Derecho, que terminó en 2011.

Manuel tenía una prórroga para no ser deportado, pero no podía ejercer como abogado hasta tener el permiso de la Suprema Corte de Florida, que consiguió el 5 de Septiembre de 2014. Todo el talento decidió traerlo a México, para estar con su familia. Regresó el 5 de diciembre de 2015.

Como él, desde 2005, más de 500,000 jóvenes de entre 18 y 35 años han regresado después de haber vivido en Estados Unidos por cinco años o más, estima Anderson. La pregunta es: ¿se aprovecha ese talento?

México tortuoso

Altísimos costos de universidades y tal vez trabajos con poca proyección es lo que viven miles de dreamers al quedarse en Estados Unidos, sin una condición migratoria clara. Los centros educativos en ese país permiten el ingreso a indocumentados y grandes instituciones se ufanan de ello, como Stanford, asegurando la incursión de estos alumnos como si fueran estudiantes internacionales. Sin embargo, asistir a una universidad privada supera los 128,000 dólares por carrera, 160,000 si se trata de un posgrado, sólo con cálculos del estado de Florida, comparte José Manuel Godínez.

En Carolina de Norte y en la del Sur, un dreamer, aun siendo parte de DACA, paga cinco o seis veces más para ir a la universidad, precia Vázquez Mota. Aunado a ello, existe un temor, por parte del mexicano, de difundir su estatus migratorio, opina Godínez Samperio.

Por ello, algunos regresan por convicción, con la idea de cumplir en México lo que no se pudo hacer en Estados Unidos, como tener una carrera y crearse una trayectoria. Pero no es fácil: además de renunciar muchos casos a vivir con su familia, México parece “no querer verlos” y la mayor muestra de ello es la dificultad para reinsertarlos, al menos, académicamente, dice Leticia Calderón Chelius, experta en migración internacional.

La profesora e investigadora del Instituto Mora apunta que la parte más “absurda” es tener a mexicanos con intención de seguir sus estudios, o que incluso tienen formación universitaria, pero la burocracia no permite realizar los trámites de validación en forma rápida. Incluso, en ocasiones exige regresar a Estados Unidos en persona para firmar los documentos.

El siguiente paso es conseguir que la universad convalide las materias. A Galvan, la UNAM no le revalidó sus estudios en el York Collegue, por considerar que las materias cursadas fueron de tronco común. Tuvo que empezar de cero la carrera de Biología, tras pasar el examen de ingreso.

José Manuel Godínez, por su parte, al cierre de esta edición realizaba el examen de licenciatura Ceneval para validar su carrera en Antropología, pero donde se topó con obstáculos fue para certificar su posgrado. “¿Cómo es posible que el doctorado me lo quieran homologar como licenciatura?”, se pregunta el abogado, quien tras su retorno abrió un despacho de asesoría en migración internacional en Pachuca.

Marco Castillo, presidente de la organización binacional Asamblea Popular de Familias Migrantes, asegura que éstos no sólo retornan para pelear por su derecho básico a la educación, sino que detrás de ello hay otro problema que a largo plazo puede traducirse en fuga de talento. “Hoy estamos perdiendo perfiles altos, mexicanos que estudiaban Derecho, ingenierías, pero a su retorno los espera un call center”.

Talento desperdiciado

Siete de cada 10 mexicanos retornados están en plena etapa productiva, entre los 18 y 34 años de edad, según cálculos de Jorge Sántibañez. “Son mexicanos que no traen documentos, desconocen la ley, pero tienen un manejo excelente de inglés”. Pero de poco sirve, porque no existen políticas o programas formales para contratar a un binacional, opina Castillo.

Es difícil identificar qué sectores e industrias son los principales empleadores de los Dreamers, ya que el retorno a México apenas se está documentando y se hace con muchas dificultades, dice Santibáñez. El investigador, como el resto de los especialistas consultados, apunta hacia los call center y empresas vinculadas a turismo (hoteles, centros de entretenimiento) como los reclutadores más activos.

El otro gran obstáculo para la contratación es el idioma. “El manejo del español es limitado, se reduce a lo que hablaron en casa con sus familiares, pero la base de los dreamers es el inglés”, menciona Sántibañez.

Eso le sucedió a Yovany Díaz, quien salió a los ocho años del país y regresó a los 24, sin fluidez en su idioma nativo. “Para mí el recuerdo de México es la comida y ese tipo de arraigos siempre está. Pero es cierto que aun tengo temor a no hablar bien el español”, cuenta Díaz, quien actualmente labora en un call center en el Estado de México.

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Sin DACA, este oriundo de San Luis Potosí tuvo que regresar a un México y con una familia de la cual poco recuerda. Vive las diferencias de cultura no sólo no sólo en el manejo de idioma, también en el salario. “Aquí gano 48 pesos la hora, allá lo mínimo son 7.45 dólares (135.4 pesos). Recuerdo que cuando dije que regresa a México, me dijeron: ahora sabrás lo que es pobreza”, relata.

Anderson afirma que los retornados entran a un crisol muy complejo de contratación: “Se fueron porque no había oportunidades y regresan con habilidades, como manejo de otro idioma, pero no existe industria o programa formal que sepa aprovecharlas”. El especialista propone soluciones, como que las universidades desarrollen un modelo de acceso a becas para ellos.

Frente a los call center, una alternativa considerada para corto plazo, podría haber capacitación para ser maestro de inglés, o puntualizar conocimientos técnicos que el joven ya trae y sólo hay que reorientar. Pero primero se necesita romper con un obstáculo cultural para ellos: “no saben ni cómo se mueve el mercado de trabajo”, agrega Calderón.

El gran reto para México no sólo es unificar políticas para asesorar y reinsertar a esta población, se trata de romper con el estigma de retornar, situación que se relaciona con la delincuencia. “En lo que averiguas por qué lo deportaron, si fue por pasarse un semáforo o por otro acto, esa persona no es vista por el país, ni aprovecha por las organizaciones”, advierte la especialista. Mientras en el país no se han formalizado las condiciones para modificar el escenario del retorno y preparar la reinserción, dice Calderón, los dreamers siguen regresando a casa con sueños.

“Yo buscaré especializarme en fisiología vegetal para ofrecer una alternativa que permita sacar mayor provecho a la agricultura en México. Quiero quedarme, ser un gran investigador en mi país”, plantea Galván.

NOTA DEL EDITOR: Este reportaje se publicó originalmente en la edición de Expansión 1192, publcada el 15 de junio de 2016. Adquiere esta revista o suscríbete a nuestra edición digital en iOS o Android .

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