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La crisis en EU sí puede superarse

La Fed aún tiene cartas bajo la manga para combatir la crisis financiera que atraviesa el país; Bernanke y compañía han aprendido de la historia e implementarán estrategias efectivas de comba
mié 15 octubre 2008 06:00 AM
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Bernanke considera que la inflación se moderará en los próxi

En el 2002, cuando Ben Bernanke era miembro de la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos, pronunció un discurso sobre las medidas para evitar una deflación. En ese tiempo la inflación, el golpeado mercado bursátil y el fantasma de un Japón sumido en el estancamiento económico preocupaban a muchos.

Los instrumentos que la Fed usaría para prevenir la deflación eran, en palabras de Bernanke “como un helicóptero tirando dinero”: una reducción fiscal acompañada de una compra masiva de bonos del Tesoro.

Seis años después, esos instrumentos no parecen tan útiles. Hoy Ben Bernanke ocupa la presidencia de la Fed, y junto al secretario del Tesoro Henry Paulson ha pasado el último año luchando contra la –considerada ya de forma unánime- peor crisis financiera mundial desde la Gran Depresión.

Aunque aún no se presenta una espiral deflacionaria, el mercado inmobiliario estadounidense ha colapsado, el sistema financiero global está a punto de hacerlo y la economía está estancada. Y a pesar de todos esos instrumentos ideados por Bernanke y Paulson para luchar contra la crisis, la situación continúa empeorando.

Lo han intentado casi todo: dinero fácil para bancos y empresas, rescates financieros a instituciones, una ley de salvataje de 700,000 millones de dólares… y los mercados no reaccionan. El daño se esparce por doquier.

¿Significa eso que estos dos hombres fallaron? No, todavía queda mucho por hacer. Bernanke, Paulson, el Congreso y el próximo presidente de EU pueden presentar una serie de medidas en los próximos meses, y hay señales de que están preparándose para usar verdadera maquinaria pesada.  

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Sin embargo, los excesos financieros que hoy salen a la luz han resultado más vastos y complejos de lo que cualquier economista imaginaba.

Las lecciones de la historia

Desempleo masivo, depresión… son las palabras poco consoladoras que los economistas suelen decir. Pero es importante acudir a esa ciencia sombría dado que los economistas han jugado un papel importantísimo a la hora de decidir cómo responder a una crisis financiera. La historia también es importante: los terribles primeros meses de 1933 son la zona cero para cualquiera que estudie la depresión económica y el pánico financiero.

Aquella época fue casi un eclipse total del sistema bancario, la gente corría a retirar sus depósitos y las autoridades incluso cerraron los bancos de Nueva York y Chicago. Esto no es nada nuevo, EU -y el mundo- ya han experimentado ese tipo de pánico con anterioridad.

Tras el pánico bancario de 1907, el Congreso estadounidense decidió crear un Banco Central bajo la forma descentralizada del Sistema de la Reserva Federal. Después de la creación de la Fed, la economía de EU se libró unos años del caos, pero luego sucedió el ‘crash’ del mercado bursátil en 1929. Para 1933 no sólo el sistema bancario había naufragado, sino la economía en su conjunto. Millones de estadounidenses perdieron sus ahorros y sus empleos, solicitar un crédito era imposible y las industrias producían el mínimo.

Algunos creyeron que el capitalismo había fracasado y pedían al presidente Roosevelt que nacionalizara la banca de manera definitiva. Pero el presidente adoptó un plan diferente: los bancos más fuertes debían reabrir sus puertas con el apoyo del gobierno, mientras que las entidades más débiles debían cerrar. El gobierno tomó el control del resto de los bancos –aquellos ubicados en el centro de ambos extremos- y los recapitalizó con dinero público y privado.

Posteriormente se creó la Corporación Federal de Protección a Depósitos bancarios (FDIC, por sus siglas en inglés) y se modernizó el Sistema de la Reserva Federal, restándole poder a las Fed regionales para centralizarlo en Washington. Fue una medida práctica diseñada para enmendar el sistema financiero, no el producto de una perspectiva económica bien articulada. Pero funcionó, porque consiguió restaurar la confianza.

Las raíces del Bernankeismo

Tras el fin de la crisis de 1933 surgieron dos grandes avances en materia económica, ideas que han determinado la forma en que hoy las autoridades responden a la crisis. Una vino de la mano de Irving Fisher (de Yale) y la otra de John Maynard Keynes (de Cambridge).

Fisher creía que la economía había quedado atrapada en un círculo vicioso de deuda y deflación, y la mejor manera de salir de él era que la Fed no se limitara a su papel de prestamista de último recurso y comenzara a imprimir dinero (es decir, comprar letras del Tesoro y con ello bajar las tasas de interés). Y que continuara imprimiéndolo hasta que las fuerzas inflacionarias contrarrestaran las fuerzas deflacionarias.

Keynes, por otra parte, no discrepaba de Fisher, pero sostenía que inyectar dinero no sería suficiente para sacar a la economía de la Depresión. Para Keynes, el gobierno necesitaba contrarrestar la falta de gasto de empresas y consumidores, convirtiéndose en la principal fuente de dispendio.

Bien, pues el keynesianismo está detrás de los cheques de reembolso fiscal que recibieron los estadounidenses este año, y detrás también del enorme déficit que el país tendrá en los próximos años, sin importar quién gobierne en la Casa Blanca. El Fisherismo, por el contrario, no es tan popular, aunque sus ideas están presentes en la perspectiva que tienen banqueros como Bernanke.

¿Y ahora?

La aceptación de los argumentos de Keynes y Fisher por parte de demócratas y republicanos es lo que explica por qué los economistas no creen que se repita la crisis de 1930. Por encima de todo la Fed puede mantener el nivel global de los precios y el gobierno puede seguir gastando.

Pero la historia no se detuvo en los 30’s, la globalización y la desregulación cambiaron el escenario de la banca. En los 70’s varios bancos importantes colapsaron y la crisis financiera se hizo presente otra vez en el ‘crash’ bursátil de 1987 –la pronta reacción de la Fed evitó que las cosas fueran a mayor.

Luego vinieron los 90’s, una década repleta de pánicos y derrumbes de bolsas alrededor del mundo. Japón fue una de las economías más afectadas y tardó en recuperarse, mientras que otros países pudieron salir antes de la crisis (está el caso de Suecia, que garantizó todos los depósitos bancarios y otras deudas, luego puso dinero de los contribuyentes en bancos descapitalizados a cambio de grandes participaciones accionarias, que después vendió cuando los mercados se recuperaron).

Y llegamos al 2007, cuando el colapso del mercado inmobiliario estadounidense repercutió en los mercados financieros. La Fed respondió aumentando la oferta de dinero y asegurándose de que los bancos tuvieran suficiente liquidez. Las medidas funcionaron, pero no atajaron la raíz del problema.

“Los instrumentos fueron los correctos, pero la podredumbre que quedó expuesta era mucho peor de lo que cualquiera predecía” explica el economista Frederic Mishkin, quien fue dos años gobernador de la Fed.

¿A qué podredumbre se refiere? “El tremendo problema en la forma en que se realizan los contratos financieros y la titulización de deuda” dice Mishkin, cuyo punto central es que “a nadie le importaba si se les pagaba o no a los tenedores de esas deudas convertidas en títulos valores.” Eso significa que los agentes hipotecarios, los titulizadores, los operadores del mercado de derivados y los calificadores de crédito, todos ellos ganaban dinero por realizar transacciones, no por hacer buenos préstamos.

Muchos de estos préstamos eran de alto riesgo o tóxicos, y para encararlos hay muchas opciones: la bancarrota, la protección del FDIC, la venta, el rescate, etc. Pero cuando el problema se presenta a gran escala, estudiar la situación de cada institución financiera no funciona bien. La Fed, el Tesoro y el FDIC han rescatado a varias compañías atribuladas, pero dejaron morir a otras (como Lehman Brothers). Lo mismo ha sucedido en Europa, donde los países no han podido seguir una regla clara en materia de rescates e intervenciones.

Esta inconsistencia ha puesto nerviosos a aquellos que proveen de crédito a las instituciones financieras, y en consecuencia los bancos tampoco están tan dispuestos a prestar dinero.

El asunto puede solucionarse como ya lo hizo Roosevelt en 1933, o como lo hicieron los suecos en 1993. El Departamento del Tesoro y la FDIC podrían decidir qué instituciones financieras sobrevivirán y cuáles están destinadas a desaparecer –y usar para ello los 700,000 dólares de la ley de rescate financiero.

Además, el secretario del Tesoro también sopesa la idea de garantizar toda la deuda bancaria y asegurar la totalidad de los depósitos. Si lo hace, estas medidas podrían restaurar la confianza en el sistema financiero. Y si estos esfuerzos son coordinados con otros países, podrían ser más efectivos.

Así las cosas, aún falta mucho por hacer. Decisiones históricas tendrán que tomarse entre los dos meses y medio que separan el día de las elecciones presidenciales del día en que el presidente electo preste juramento de su cargo. Al final, políticos y economistas serán quienes determinen nuestro destino.

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