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La economía después del pánico de 2008

Un inversor veterano estadounidense estudia las causas de la crisis financiera en EU y el mundo; opina que los avances científicos y el emprendedurismo nos ayudarán a salir de ella.
mié 18 marzo 2009 06:00 AM
En los tiempos de crisis, los gobiernos deben apostar por políticas más atrevidas, opina Ibarra. (Foto: Dreamstime)
crisis (Foto: Dreamstime)

Es indiscutible que para resolver un problema, uno debe primero entenderlo. Con ese fin, le he dedicado mi tiempo libre en meses recientes a estudiar la crisis financiera estadounidense -desenterrar sus causas, ahondar en sus múltiples consecuencias y ponderar sus importantes implicaciones.

Un par de conclusiones destacan: Primero, el fracaso de Lehman Brothers fue el catalítico y catastrófico evento que convirtió lo que de otro modo pudo haber sido una recesión común y corriente en una verdadera crisis. Antes de la caída de Lehman, la mayoría de los indicadores económicos y las medidas de riesgo señalaban una inminente recesión, pero los mercados financieros globales operaban dentro de parámetros normales.

El colapso repentino de Lehman provocó un pánico que llevó a los mercados de crédito globales a una profunda congelación, con lo que le redujo el suministro vital de financiación a una economía de por sí delicada. En una rápida sucesión, los valores de los activos se desplomaron alrededor de todo el mundo, lo que causó una repentina y vertiginosa pérdida de capital inmobiliario y fondos de ahorro para el retiro y, a su vez, incitó al nuevo consumidor frugal a ahorrar en lugar de gastar. El consecuente declive de la actividad económica, empujó a la economía global a una recesión profunda y brutal que ha exigido una respuesta sin precedentes por parte del gobierno estadounidense.

Segundo, es culpa de todos. Describir la crisis como culpa de un pequeño grupo de banqueros con sueldos excesivos -como lo han hecho muchos de nuestros políticos y expertos- es profundamente engañoso, conlleva el riesgo de estirar demasiado nuestra estructura social y apunta hacia soluciones equivocadas. En esta crisis, el fracaso tiene muchos padres -los prestamistas hipotecarios y propietarios de viviendas, los banqueros y los consumidores, los jefes ejecutivos y los políticos, la imponente Reserva Federal y las humildes agencias calificadoras.

Durante una generación, el consumidor estadounidense gastó en exceso y ahorró muy poco mientras adquiría grandes deudas personales . La gente compró casas que no podía pagar con hipotecas que no podía manejar. El gobierno estadounidense funcionó con déficits presupuestarios insostenibles, y descuidó los déficits comerciales masivos -todo lo cual requirió cantidades gigantescas de financiamiento extranjero. La administración de Bush aprobó impuestos más bajos, pero le faltó la resolución para recortar los gastos. Los políticos de todo el espectro presionaron a los prestamistas hipotecarios patrocinados por el gobierno a sobre expandir con descuido la propiedad inmobiliaria -deformaron los incentivos y disminuyeron la disciplina de los mercados hipotecarios.

Los bancos estadounidenses facilitaron el atracón con generosos préstamos de todos los sabores para los consumidores -hipotecas, líneas de crédito respaldadas por capital inmobiliario, tarjetas de crédito, automotrices, escolares, etcétera. Las firmas de Wall Street -incitadas por los generosos esquemas de compensación- reunieron estos valores en complejos productos que se distribuían en todo el mundo. Las agencias calificadoras degradaron sus notas AAA y los reguladores perdieron de vista lo grande a causa de lo pequeño. Desde su majestuosa posición, la Reserva Federal ayudó a resolver todo esto con dinero barato y una tendencia desregularizadora.

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El desenlace vino cuando los consumidores dieron media vuelta y dejaron de pagar sus préstamos -en particular de la variedad subprime. Esto disparó una cascada de consecuencias que apenas ahora comenzamos a entender.

La innovación te liberará

Aunque por momentos han sido apresuradas e incoherentes, las políticas públicas de respuesta a la crisis han tenido una escala abrumadora. Aproximadamente 10 billones de dólares se han invertido en recursos destinados a resolver el problema, lo que opaca cualquier compromiso previo en la historia, inclusive durante la Segunda Guerra Mundial -que, según los cálculos, costó el equivalente actual a 5 billones de dólares. Ésta es la principal diferencia entre hoy y los 30. En contraste con las acciones pasivas y contraproductivas que la administración de Hoover y los principales banqueros del mundo llevaron a cabo entonces, los líderes de hoy -que aprendieron las lecciones de la Depresión y comprendieron con rapidez las ramificaciones del fracaso de Lehman- resolvieron pecar por hacer demasiado antes que por hacer muy poco. Es por ello que la Reserva Federal y el Fondo Monetario Internacional pronostican que a fines de este año, tanto los Estados Unidos como el resto del mundo habrán vuelto al crecimiento.

Entonces, la verdadera pregunta es "¿qué sigue?" La respuesta reside donde siempre ha estado -en la innovación y el emprendedurismo. Perdido en la niebla de la tormenta económica de hoy está el hecho de que éste es un momento emocionante para ser un inversionista y emprendedor. La salida del pesimismo y negatividad de los setentas -que fue un periodo parecido al actual- fue una ola de innovaciones tecnológicas que motivaron una generación de formación de compañías, creación de empleos, aumento de productividad, acumulación de riqueza y crecimiento del producto interior bruto.

Las oportunidades de hoy son tan grandes o incluso mayores. Por ejemplo, estamos en la cúspide de, quizá, una de las mayores modas tecnológicas de nuestras vidas en el campo de la conectividad móvil inalámbrica. La innovación y oportunidad en todas las esquinas de ese ecosistema -dispositivos, componentes, semiconductores, equipo de red, sistemas operativos, aplicaciones de software, contenido y servicios- son nada menos que revolucionarias.

La innovación respaldada por el capital empresarial también aumenta su inversión en tecnologías ecológicas, biotecnología e investigación de células madre, nanotecnología, y otras tecnologías de la información tales como telefonía IP, virtualización, computación en nube, colaboración, servicios de software y redes de vinculación social. Los beneficios económicos y sociales que surgen de este tsunami de innovaciones podrán propulsar otro cuarto de siglo de prosperidad.

Al ir de la crisis inmediata a preguntas fundamentales sobre cómo motivar el crecimiento, el orden del día de las políticas públicas debería concentrarse como un láser en promover la formación de capital y la innovación. Las políticas que aumentan los costos netos del capital o disuaden a los mejores y más brillantes de trabajar en las industrias de inversión, serán tan desastrosas como lo fue permitir que Lehman fracasara. Señalar a los líderes de negocios como culpables -pero dejar impunes a los consumidores, propietarios de viviendas y oficiales públicos- nos pone en riesgo de movernos de una cultura de aspiración a una de culpa. Apoyados por políticas que reflejan un entendimiento tanto de la responsabilidad compartida como de la oportunidad, los inversionistas y emprendedores pueden crear el futuro.

Glenn Hutchins es co-jefe ejecutivo de la firma de inversión Silver Lake.

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