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&#34Nuestra larga pesadilla de paz y pro

El comentario de George W. Bush, resultó profético. En este adelanto de su libro, el autor describ
mar 20 septiembre 2011 02:55 PM

Las metáforas pueden ser engañosas, pero la del “reloj de la deuda” de Manhattan es tan buena como suena. Un empresario con vocación de servicio público instaló el reloj en 1989, con el objeto de inducir a los políticos a actuar de una manera responsable. A manera de broma negra, números inmensos fueron contando una deuda siempre creciente, porque cada año el gobierno de los Estados Unidos gastaba mucho más de lo que recibía y tenía que pedir prestada la diferencia. Pero a finales de la década de los 90 pasó algo gracioso: los impuestos del gobierno se incrementaron notablemente a la par de la Bolsa de Valores y los inmensos déficit fiscales se redujeron y posteriormente se convirtieron en superávit sin precedentes.

- En septiembre del año 2000 el dueño del reloj lo desenchufó.

- En julio de 2002, con la nación enfrentando de nuevo un déficit muy grande, lo volvió a encender.

- Poco después de que el gobierno federal declaró la victoria en su larga lucha contra los déficits, los saldos en rojo volvieron a aparecer. Y de la misma manera en que se comportaron las finanzas públicas, también lo hicieron otros muchos indicadores del bienestar nacional. A principios de la década de los 9o, Estados Unidos era una nación deprimida económica, social y políticamente; uno de los libros más vendidos en los EU se titulaba América: en qué nos equivocamos. Al final de la década parecía que nos habíamos recuperado. La economía florecía, había una gran abundancia de empleos, y millones de personas se estaban volviendo ricas. Los déficits fiscales habían dado paso a un superávit sin precedentes. La larga ola de crímenes que comenzó en la década de los 60 terminó y las principales ciudades se convirtieron en lugares admirablemente más seguros de lo que habían sido por décadas. El futuro lucía increíblemente brillante. Después, los buenos tiempos dejaron de correr. Para 2003, el tejido de la economía –y, tal vez, del sistema político y la sociedad–de nuevo pareció desmoronarse.

- Los años tristes
A finales de los 90, como todo parecía andar bien –los empleos proliferaban, los precios de las acciones estaban disparados, las cifras fiscales presentaban superávit e incluso las tasas de crimen eran bajas—, la tristeza de los primeros años de la década se borraron de las mentes. Para el año 2000, pocas personas recordaban el temor nacional prevaleciente en 1992. Sin embargo, ese temor es importante para los sucesos posteriores. Si usted es una de esas personas que cree que la grandeza de la nación se define por sus triunfos militares (y esas personas son las que están mandando en Estados Unidos actualmente), el ambiente nacional de apocamiento que reinaba en 1992 puede parecerle extraño. Militarmente, los Estados Unidos estaban en la cima del mundo. El comunismo había colapsado. La guerra del Golfo Pérsico, que muchos temieron que se convirtiera en otro Vietnam, fue, por el contrario, una demostración espectacular de pericia militar. Ya nos habíamos convertido en lo que seguimos siendo, la mayor y única superpotencia mundial.

- Pero la gloria no paga las cuentas. Una frase común en esos tiempos –que llamaba la atención sobre el contraste entre el estancamiento estadounidense y el aparentemente interminable ascenso japonés—decía “la Guerra Fría se acabó. Ganó Japón”. Sea que usted crea o no la tesis de que los Estados Unidos fueron víctimas de una competencia desleal por parte de Japón (no fueron), ese fue un tiempo de desilusión nacional.

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- ¿Y qué puede decirse sobre la promesa de la nueva tecnología? A principios de los años 90 parecía que la promesa se había roto.

- La nueva tecnología estaba por todas partes pero no parecía estar trayendo muchos resultados. Más y más trabajadores estaban equipados con computadoras, todas las oficinas tenían fax, los teléfonos celulares e internet estaban comenzando a expandirse, pero nada de esto parecía reflejarse en mayor empleo o en mejores condiciones de vida.

- En resumen, estos no fueron los mejores tiempos y muchos observadores esperaban que las cosas siguieran empeorando. Sin embargo, durante los ocho años siguientes el país experimentaría un increíble giro económico y social.

- Los buenos años
Se necesitó un buen tiempo para que la gente se diera cuenta de que las cosas en realidad habían mejorado. Podría decirse que el pesimismo se había convertido en un hábito nacional. Inclusive en el invierno de 1995-96, a pesar de la caída permanente de la tasa de desempleo, los periódicos estaban llenos de titulares alarmistas sobre las pérdidas de empleo y los despidos masivos. En la campaña presidencial de 1996, los economistas de Bob Dole atacaron a la administración Clinton por lo que ellos llamaban una recuperación económica lenta. Otros economistas, menos parciales, conocían mejor la situación, pero seguían siendo cautelosos por haber visto demasiados falsos amaneceres. Sin embargo, la evidencia se volvió demasiado fuerte para poderla negar: la economía de los Estados Unidos estaba realmente recuperada. Y también, según parecía, lo estaba nuestra sociedad.

- Dado nuestro estado actual de desilusión, es tentador tildar todos los buenos resultados de la administración Clinton como milagrosos. De hecho, el optimismo de finales de los 90 fue más allá de la realidad. Pero los logros reales del país fueron espectaculares. Primero, y más importante para la vida de la mayoría de las personas, para finales de la década de los 90 había abundancia de empleo, mayor de la que había habido por décadas. Entre 1992 y 2000, las compañías estadounidenses sumaron 32 millones de trabajadores nuevos a sus nóminas, llevando la tasa de desempleo a su menor nivel en 30 años. Pleno empleo significó puestos de trabajo, es decir, una oportunidad de escape para las familias que habían quedado atrapadas en la trampa de la pobreza, cuya tasa cayó rápidamente, por primera vez desde mediados de los años 60. En parte como consecuencia, indicadores sociales como las tasas de criminalidad mostraron una mejoría espectacular: para finales de esa década la ciudad de Nueva York era tan segura como había sido a finales de los años 70. Si el crecimiento del empleo era impresionante, el aumento en la productividad era aún más impresionante. En los años 70 y 80 el bajo crecimiento de la productividad –apenas 1% al año—era el mayor fracaso de la economía de EU. El pobre desempeño de la productividad era la razón más importante para el estancamiento de los niveles de vida de la familia típica estadounidense: una economía sin crecimiento de la productividad no puede generar un aumento sostenido en los salarios. Pero durante la década de los 90 la productividad despegó; hacia su final estaba creciendo más rápido que nunca en la historia y los salarios habían terminado su largo periodo de estancamiento.

- Es más. Washington demostró ser flexible y efectivo para manejar las crisis. Cuando el peso mexicano se desplomó en 1994, la administración –enfrentando, de nuevo, duras críticas de los conservadores— salió al rescate de su vecino. Después, una crisis financiera aún mayor estalló en Asia. En otoño de 1998 la crisis se extendió a los Estados Unidos, cuando la moratoria de la deuda por parte de Rusia causó el desplome del Long-Term Capital Management, un gigantesco fondo de cobertura. Los mercados financieros se atascaron momentáneamente: el sistema crediticio quedó virtualmente paralizado. Yo estaba en una reunión en la cual un funcionario de la Reserva Federal nos hizo un resumen de la situación; cuando se le preguntó “¿qué hacemos?”, él contestó “rezar”. Sin embrago, Rubin, en conjunto con Alan Greenspan, logró proyectar una sensación de calma -¿recuerdan cuando la gente verdaderamente admiraba al Secretario del Tesoro?-. Y los mercados se recuperaron. A principios de 1999 la portada de la revista Time mostraba a Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, Robert Rubin, secretario del Tesoro, y Larry Summers, delegado del secretario del Tesoro, a quienes llamaron en tono cursi pero justificado “el comité para salvar al mundo”.

- Estados Unidos: ¿qué hicimos mal?
El satírico semanario The Onion se describe a sí mismo como “la mejor fuente de noticias de Estados Unidos” y en los últimos años eso ha sido literalmente cierto. La sección de ridiculización de noticias del 18 de enero de 2001 reporta un discurso en el cual el presidente electo, George W. Bush, declara: “nuestra larga pesadilla de paz y prosperidad ha terminado”. Y así sucedió.

- ¿Qué pasó con los buenos años? Para mucha gente, el gran momento de quiebre emocional –el momento en que sus sueños de seguridad fueron destrozados—fue el 11 de septiembre de 2001. Pero para mí el giro fue más lento y amplio que eso.

- No pretendo menospreciar el horror, pero cualquiera que hubiera seguido los sucesos de Medio Oriente sabía que los Estados Unidos eran un objetivo del terrorismo. Puede que usted recuerde que al principio todo el mundo asumió que detrás de la bomba que explotó en Oklahoma estaban los musulmanes. Los expertos en terrorismo nos advirtieron repetidamente que algún día habría un ataque importante sobre el territorio de EU y sin embargo el gigantesco tamaño de la masacre del 11 de septiembre fue impactante. Nosotros sabíamos que había gente que quería hacernos daño y no nos causó tanta sorpresa cuando ellos finalmente dieron su golpe.

- La verdadera sorpresa fue la falta de liderazgo que reinó en casa.

- Muchas cosas han pasado en estos últimos tres años: el desplome del mercado accionario y los escándalos corporativos, la crisis energética y la recaída ambiental, los déficits presupuestales y la recesión, el terrorismo y las alianzas problemáticas y ahora, finalmente, la guerra. Yo he escrito sobre todos estos temas, principalmente desde una perspectiva económica. Pero hablar de economía requiere, cada vez más, abordar el tema de la política. Y hay una historia política que ha determinado mucho de lo que ha pasado últimamente en el país, la historia del surgimiento y crecimiento del dominio de un movimiento político radical.

- Estoy hablando por supuesto, de la derecha radical estadounidense, un movimiento que ahora controla efectivamente la Casa Blanca, el Congreso, buena parte de la rama judicial y una gran tajada de los medios de comunicación. El dominio de ese movimiento lo cambia todo: ya no aplican las viejas reglas de la política y de las decisiones de política económica.

- Un cambio en el mar político
La mayoría de la gente ha sido lenta en captar el sorprendente cambio en el escenario político doméstico. Durante las elecciones del año 2000, muchas personas pensaron que nada muy importante estaba en juego; durante los dos primeros años de la administración Bush, muchos expertos insistían en que la tendencia radicalmente conservadora de la administración era sólo una maniobra temporal y que el Presidente retornaría al centro después de solidificar su base. Y la gente todavía no tiene claro lo radicales que son nuestros líderes políticos. Un ejemplo impactante: en el otoño de 2001, cuando se le pidió a los grupos temáticos que reaccionaran ante las propuestas republicanas de recortar retroactivamente los impuestos corporativos, miembros de esos grupos se rehusaron a creer la descripción de la política que hicieron sus líderes.

- Para dar el ejemplo más claro: en 2001 incluso muchos liberales pensaron que uno no debería hacer mucho alboroto sobre la irresponsabilidad fiscal de Bush. Los recortes de impuestos no son muy buena idea, decían ellos, pero tampoco es algo tan importante. Pero en 2003 vimos el espectáculo sin precedentes de una administración proponiendo gigantescos recortes adicionales de impuestos no sólo en presencia de un déficit récord, sino en medio de una guerra. (“Nada es más importante, cuando uno está enfrentando una guerra, que recortar los impuestos”, declaró el líder de la Cámara, Tom DeLay).

- Otro ejemplo: los que sugirieron que los republicanos iban a explotar el 11 de septiembre para sacar provecho político fueron ampliamente denunciados por socavar la unidad nacional. Con todo, sí lo hicieron: durante la campaña electoral de 2002, quienes apoyaban al partido republicano pusieron a circular avisos vinculando al senador demócrata Tom Daschle con Saddam Hussein.

- ¿Qué está pasando, y por qué la mayoría de las personas ha sido tan lenta para captar la realidad? Justo antes de terminar este artículo descubrí un volumen que describe la situación casi perfectamente. No se trata de un nuevo libro de un liberal escribiendo sobre EU contemporáneo; es un viejo libro, escrito nada menos que por Henry Kissinger, sobre la diplomacia del siglo XIX.

- Un poder revolucionario
En 1957, cuando Henry Kissinger publicó su tesis doctoral, Un mundo renovado, él era un brillante joven iconoclasta, estudiante de Harvard. Su eventual carrera como cínico manipulador político y, más tarde, como ambicioso capitalista, estaba aún muy lejana en su futuro. Uno no pensaría que ese libro sobre los esfuerzos diplomáticos de Metternich y Castlereagh sea relevante para las políticas de los Estados Unidos en el siglo XXI. Pero las tres primeras páginas del libro de Kissinger me dieron escalofrío por toda la espina dorsal, porque parecen muy relevantes para los eventos actuales.

- En esas primeras páginas describe los problemas que confronta un sistema diplomático, que hasta ese momento había sido estable, cuando se enfrenta con un “poder revolucionario” , un poder que no acepta la legitimidad del sistema. Como el libro se trata de la reconstrucción de Europa después de la batalla de Waterloo, el poder revolucionario en el que él estaba pensando era el de la Francia de Robespierre y Napoleón, aunque claramente construye paralelos implícitos con el fracaso de la diplomacia para confrontar de manera efectiva los regímenes totalitarios en los años 30. A mí me parece claro que uno debería tomar el movimiento de derecha de EU como un poder revolucionario en el sentido de Kissinger. Esto es, un movimiento cuyos líderes no aceptan la legitimidad del sistema político actual.

- Inclusive hay dudas sobre si las personas que están gobernando el país aceptan la idea de que la legitimidad emerge del proceso democrático. Paul Gigot, de The Wall Street Journal, es famoso por su elogio a la “revuelta burguesa” en la cual violentos manifestantes cerraron el reconteo de votos en Florida (más tarde se reveló que los manifestantes no eran ciudadanos enfurecidos; eran operativos políticos pagados). Mientras tanto, según su amigo cercano Don Evans, ahora secretario de Comercio, George W. Bush cree que él fue llamado por Dios para liderar la nación. Tal vez esto explica porqué la disputada elección del año 2000 no pareció inspirar ninguna cautela o humildad de parte de los vencedores. Considere la respuesta que el magistrado Antonin Scalia le dio a un estudiante que le preguntó cómo se había sentido tomando la decisión de la Corte Suprema de Justicia que le dio las elecciones a Bush. ¿Estaba que se moría? ¿Se preocupó Scalia por las consecuencias? No: “Fue un sentimiento maravilloso”, declaró.

- Supongan por un momento que ustedes toman seriamente la imagen que yo acabo de pintar. Concluirían que a las personas que ahora están gobernando no les gusta Estados Unidos tal como es. Si ustedes combinan sus agendas aparentes, el propósito parecería ser algo así: un país que básicamente no tiene una red de seguridad social en casa, que depende principalmente de la fuerza militar para hacer cumplir su voluntad en el exterior, en el cual los colegios no enseñan la evolución pero sí religión y –posiblemente—en el cual las elecciones son sólo un formalismo.

- Volvamos a Kissinger. Su descripción de la confusa  respuesta de los poderes tradicionales al reto revolucionario funciona muy bien para explicar la respuesta del establishment político y de los medios de comunicación estadounidenses al radicalismo de la administración Bush durante los últimos dos años.

- Calmados por un periodo de estabilidad que había parecido permanente, a ellos les parece casi imposible tomar en serio la afirmación del poder revolucionario que quiere aplastar el marco de referencia existente. Los defensores del status quo, por lo tanto, tienden a comenzar tratando al poder revolucionario como si sus protestas fueran meramente tácticas; como si en realidad aceptaran la legitimidad pero exageraran su causa con propósitos de negociación; como si ella estuviera motivada por resentimientos específicos a ser aliviados con concesiones limitadas. Aquellos que alertan oportunamente acerca del peligro son considerados alarmistas; aquellos que aconsejan adaptarse a las circunstancias son considerados equilibrados y sanos... Pero la esencia de un poder revolucionario es tener coraje sobre sus convicciones, estar dispuesto, de hecho deseoso, de llevar sus principios hasta sus últimas consecuencias.

- Como dije, este pasaje me produjo un escalofrío por toda la espalda porque explica muy bien el proceso, que de otra manera parecería desconcertante, mediante el cual esta administración ha podido aprobar políticas radicales con muy poco escrutinio u oposición efectiva. En materia de impuestos, la derecha ha declarado su intención de –como lo pone Kissinger- “aplastar el marco de referencia existente”, en este caso, el marco tributario estadounidense. Como lo señala Dan Altman de The New York Times, si uno analiza la propuesta de recortes de impuestos de la administración Bush como un todo, efectivamente lograron una meta que hacía mucho tiempo tenía la extrema derecha: terminar con todos los impuestos a los ingresos de capital, moviéndonos hacia un sistema en el cual sólo los salarios están gravados; un sistema en el cual los ingresos que uno ha trabajado son gravados pero los que uno no ha trabajado no se gravan.

- ¿Y qué decir en materia de política exterior? La extrema derecha encabezada por Bush estaba tan determinada a tener una guerra en Medio Oriente que la invasión a Irak no es en realidad una respuesta a lo sucedido el 11 septiembre; es parte de una agenda preexistente y mucho más radical. Sin embargo, como en el caso de los recortes de impuestos, el establishment y los medios de comunicación no pudieron llegar a aceptar la realidad: la nueva derecha, ese poder reaccionario que encabeza la administración Bush, está dispuesta a conseguir sus objetivos a como dé lugar, incluso si esto implica destruir al sistema que sostiene y le da sentido a Estados Unidos.

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*Este texto es un adelanto de El resquebrajamiento, libro que será publicado en breve por Editorial Norma. El autor estuvo recientemente en México para participar en ExpoManagement 2004. www.expomanagement.com.mx

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