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Artesanos de fin de siglo

La revolución informática avanza más rápido que la formación de profesionales. Mientras la dema
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Es grande, es horrible y se pone peor cada día. Según estimaciones de firmas analistas del mercado, 20% de los corporativos en Estados Unidos siguen haciendo planes para enfrentar el problema del año 2000. Se espera que el costo de la hora de un técnico llegue hasta $80 dólares y continúe la cuesta hacia arriba conforme pasen los días.

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¿Llegó la época de vacas gordas para los desarrolladores? Todo indica que sí. Es tal la demanda de expertos en sistemas escritos en los años 60 y 70, que las empresas contratantes ofrecen altísimos salarios para solucionar un problema que deberá corregirse antes de la última campanada del 31 de diciembre de 1999. Sin embargo, no sólo del problema del año 2000 vive el desarrollador.

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Si en el mundo hay una sobreoferta de trabajo es para quienes confeccionan programas de cómputo. Ejemplos: Andersen Consulting busca técnicos en Budapest y Manila. Los de Microsoft asisten a todas las conferencias de programadores en el mundo para reclutar gente. A IBM le faltan más de 15,000 expertos en informática. La lista sigue. Se estima que hay más de 400,000 puestos vacantes en el mundo. Esta alta demanda lleva a las empresas y a los reclutadores a una búsqueda salvaje, sin importar de dónde provengan los cerebros.

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Según un estudio de Gartner Group, la brecha entre el número de estudiantes de computación y las expectativas de las empresas es de 10 años. En Estados Unidos, el número de graduados ha caído en la última década de 48,000 egresados en 1984, a 24,000 en 1998. En la leva de talento, las empresas hasta les ofrecen entrenamiento en programación a los muchachos de preparatoria.

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Desde 1997 y hasta el 2002, las firmas de tecnología viven y vivirán un febril crecimiento. Muchas otras empresas también demandan talento. Los fabricantes de autos, desde Detroit hasta Tokio, desarrollan sus propios paquetes de cómputo que incluyen en los vehículos. Los bancos, casas de bolsa y compañías telefónicas necesitan más desarrolladores que ofrezcan soluciones en línea.

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A pesar de toda la revolución de terabytes en el sector, el proceso de escribir programas no ha cambiado mucho. Se calcula que incluso el mejor programador escribe 10 líneas de código al día en promedio. Si tomamos en cuenta que sólo un teléfono celular requiere alrededor de 300,000 líneas de código, se entiende por qué el mundo necesita ejércitos de desarrolladores.

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Cifras publicadas por la revista BusinessWeek señalan que, globalmente, hay en total unos siete millones de programadores. Dos millones de ellos están en Estados Unidos y un millón en Japón. Durante años, los “salvavidas digitales” ante esta escasez fueron los indios, que se convirtieron para el software lo que los saudiárabes son para el petróleo. Con 55,000 egresados al año de escuelas técnicas y universidades –el doble de lo que producen las instituciones estadounidenses–, la India se convirtió en el proveedor del mundo. Pero ahora el liderazgo se lo disputan otros países, como Irlanda, Ucrania, Canadá y Filipinas. México quiere estar en este listado.

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Buscar el nicho
Según analistas, hay tres áreas importantes de desarrollo de software en el mundo:

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  1. La de mantenimiento y desarrollo de software convencional (aplicaciones de nómina y procesadores de palabras, entre otros).
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  3. Desarrollo de aplicaciones avanzadas (sistemas operativos, aplicaciones especializadas, ERPS y programas para éstos, etcétera).
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  5. Aplicaciones internas para celulares, autos, refrigeradores, PDAS, y otros dispositivos similares.

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“México podría especializarse en alguna de estas áreas. Pero para ello es necesario desarrollar una estrategia conjunta entre gobierno, industria y sector académico. Debería escogerse un solo nicho y fortalecer la industria en ese campo. Pero antes, hay que instalar la infraestructura adecuada”, señala un consultor en tecnologías de la información (TI) que prefiere permanecer en el anonimato.

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La arena donde luchan los programadores más experimentados y mejor calificados es global; de las batallas siempre brota un ganador, no se admiten empates. Una derrota significa perder contratos por miles, y a veces millones de dólares.

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A mediados de los años 80 surgieron en México las primeras empresas de desarrollo de software. Los pioneros eran egresados de las carreras de ingeniería e informática, y venían de los grandes corporativos que ya realizaban fuertes inversiones en sus departamentos de sistemas. Tras la crisis de 1982, recortaron personal. Con la computadora de casa y conocimientos en sus cabezas, los recién desempleados se aventuraron a montar su propio negocio y ofrecer soluciones en tecnología a otras empresas.

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Pero si hace 15 años o más inició el movimiento de desarrolladores en México, ¿por qué no ha florecido este sector? “Porque los técnicos no son buenos administradores –explica el anónimo consultor en TI–. Iniciaron la empresa, pero el rápido crecimiento los tomó por sorpresa; en ocasiones, los llevó a la quiebra.”

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Coincide Mayer Guerrero Altman, presidente de Grupo Siglo, firma de desarrollo de software de mediano tamaño, con ingresos anuales por más de $7 millones de dólares en sus arcas: “El problema de las firmas de desarrolladores mexicanos es que están manejadas por tecnólogos, no por administradores, ni siquiera empresarios. La visión de estos ingenieros es de corto alcance, pero es una primera etapa que deben superar.”

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Por su parte Gerardo López, el regiomontano fundador de Softtek –una de las empresas desarrolladoras de software más grande en Latinoamérica, con ingresos anuales por más de $35 millones de dólares–, dice que es difícil competir y ganar en un mercado global, “pero hasta que uno no está dentro, no sabe de qué se trata.”

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La falta de experiencia no es el único obstáculo; además está el problema del financiamiento, sobre todo cuando se trata de desarrollar proyectos que consumen gran cantidad de recursos y mucho tiempo. En serio y en broma, los entrevistados señalan que pareciera que, por más talentosos que sean, los creadores de software autoempleados siempre necesitan de un mecenas que los saque del hoyo. López sabe lo que dice. Fundada en 1983, Softtek había cosechado éxito tras éxito durante los últimos 15 años. Pero los múltiples y costosos proyectos afectaron el flujo de capital y llevaron a la firma al borde del precipicio. Con severos problemas financieros, no aparecía nadie en el horizonte que pudiera salvarlos. Sin embargo, Ernest & Young –la firma consultora multinacional– arrojó la cuerda e invirtió fuertemente en la alicaída empresa (compró aproximadamente 40% de las acciones de la multinacional mexicana).

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“El tamaño de tus problemas es del tamaño de tu empresa. Estamos, en todos los procesos, en la época artesanal: desde los administrativos hasta los de control financiero de un proyecto”, dice Guerrero. Directo y sin tapujos el consultor agrega: “Los desarrolladores en México son empresas de software endémicas. Inician solas, crecen rápidamente, administran mal, y luego tienen problemas. La industria de software mexicana está muy fragmentada: no hay promoción ni apoyo para que el país se parezca a la India, Irlanda o Israel.”

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Tan lejos, tan cerca
¿Qué necesita México entonces para convertirse en un país desarrollador de software? Los entrevistados coinciden en tres puntos básicos:

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Primero, tanto en la India e Irlanda, como en Ucrania, Canadá y Filipinas a los creadores de software se les han otorgado ventajas de todo tipo. Por ejemplo, en la India se han creado parques tecnológicos que albergan a comunidades de desarrolladores. En estos sitios les ofrecen  no sólo lo mejor en infraestructura (enlaces E1 y E2, avanzados centros de cómputo, etcétera), sino que les conceden exenciones fiscales, tasas impositivas nulas en utilidades para aquellas empresas que exporten software, excelentes salarios, facilidades para transporte, hospedaje y visitas familiares (porque viven solos), opción a acciones, oportunidades de trabajo en el extranjero, préstamos, horarios flexibles e importación de hardware libre de impuestos, entre otras ventajas.

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Segundo, los gobiernos de todos estos países han creado planes, junto con las iniciativa privada, para nutrir y fortalecer al sector: se otorgan becas, se estimula a los alumnos más aventajados y, sobre todo, se da una estrecha integración y relación entre el ámbito académico y el empresarial. Además, la asociación que agrupa a los desarrolladores funciona como un motor, enlace y promotor de las compañías representadas y se mueve activa e internacionalmente para ofrecer los servicios y las soluciones de sus agremiados.

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Tercero, para que México dejara de ser sólo un consumidor de software y se convirtiera en generador, se debe aprovechar la alta demanda de ingenieros en desarrollo de software en el mundo. A fines del año pasado, tan sólo en la Unión Americana se necesitaba cubrir aproximadamente 200,000 puestos para técnicos altamente calificados en computación. Según cálculos de la Asociación Internacional de las Tecnologías de la Información, con sede en Estados Unidos, a escala global el valor del mercado de software y servicios en informática sobrepasa los $350,000 millones de dólares; esta nación contabiliza dos terceras partes.

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Las oportunidades están allí. Resulta más caro llevar a un ingeniero indio a trabajar a Estados Unidos, que a uno mexicano. En efecto, para los entrevistados la vecindad con el coloso del norte constituye una ventaja más. Y es que para cubrir la vacante de un ejecutivo experimentado en Estados Unidos hay que ofrecerle un sueldo de hasta $30,000 dólares al año y en ocasiones se requieren hasta ocho meses para capacitarlo. En cambio, el salario para un recién graduado en la India es de $10,000 dólares al año y el periodo de capacitación es de casi cuatro meses.

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“No existe diferencia entre un técnico hindú y un mexicano. Sólo que el primero gana menos, pero no mucho menos. Cada año egresan 30,000 técnicos de las escuelas mexicanas y aproximadamente 10,000 profesionistas de universidades públicas y privadas. El gran problema es la falta de integración entre el sector productivo y el académico. En la India, la industria privada presiona y casi obliga a que los desarrolladores y el gobierno se organicen. Además, la barrera cultural, social y religiosa entre hindúes y estadounidenses impone. No ocurre así cuando se trata de la afinidad de culturas de negocios mexicana y estadounidense”, menciona el consultor.

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Pero Guerrero considera que el enfoque correcto no implica sólo sueldos y capacitación, sino que debe considerar la especialización. “Los hindúes o los ucranianos ganan hasta la tercera parte de lo que gana un mexicano. En México hay que enfocarse en la especialización, más que en la masificación. Sólo así podremos competir globalmente. El desarrollador no debe hacer sólo la talacha de programación, sino ofrecer la solución completa de negocio.”

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No todos coinciden con esta urgencia. Más optimista, Fernando Lezama, presidente de la Asociación Mexicana de la Industria de las Tecnologías de la Información (AMITI), augura: “En cinco años, México está destinado a convertirse en desarrollador de software.” Poco a poco se comienza a sentir, en efecto, la presencia de los expertos mexicanos en los corporativos estadounidenses. Ya existe la primera fábrica de software en México: el fundador es Softtek y se espera que otras compañías sigan ese ejemplo. Esa misma empresa ha logrado incluir un curso en el Tec de Monterrey, pero se trata de un esfuerzo aislado. “El resto de las universidades no va a la par con las demandas de la industria”, aclara López.

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Por su parte, Grupo Siglo ya colocó una solución en Motorola de México que interesó al corporativo; ahora están por instalarles una versión corregida y aumentada del programa, que la firma correrá en todas sus subsidiarias.

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Hasta la fecha, la labor de la AMITI se ha centrado, básicamente, en tratar de hacer conscientes a los empresarios mexicanos de que hay una gran oportunidad en este terreno. “Los desarrolladores se han mostrado tímidos, hay miedo a la exportación. Y esto lo genera una falta de cultura empresarial”, dice Lezama.

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En Grupo Siglo le dan la razón, aunque no sin cierta dosis de autocrítica y un velado reclamo a las autoridades. “Los desarrolladores desconocemos las normas gubernamentales, el gobierno no nos apoya. A veces resulta complicada toda la tramitología que ha surgido en este campo”, se justifica Guerrero. Contrario a esto, el fundador de Softtek menciona que “no es necesario ningún apoyo gubernamental.” Como buen regio, añade: “Dejar hacer, dejar pasar; el gobierno sólo debe hacer las cosas más fáciles.”

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El Programa de Desarrollo Informático 1995-2000 del gobierno federal no se ha cumplido, según indican los entrevistados. “Hay intención, pero no acción –opina Lezama–. En el programa está escrito el qué, pero no el cómo.”

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Dependencia humana
A diferencia de otras empresas, las que desarrollan software dependen directamente de activos que, en ocasiones, no son fáciles de medir. Lo que a ellos les cuenta como valor agregado es el capital humano y las certificaciones que acumulen sus ingenieros.

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La revolución informática está atada a la disponibilidad de su materia prima: los cerebros que conciben las líneas de código; pero también hace falta capital para invertir. “Otra causa de los problemas económicos de los desarrolladores es que el sector financiero no acaba de entender lo que es el capital de conocimiento. Tenemos planes con Bancomext y Nafin para generar proyectos a mediano plazo”, dice Lezama.

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Desde hace dos años, los desarrolladores mexicanos buscan afanosamente oportunidades de trabajo en el extranjero. Softtek, que empezó antes que todos, es la evidente excepción. Sin embargo, en México ningún desarrollador cuenta todavía con algún tipo de certificación. Ni la ISO (International Standard Organization) ni la SEI (que otorga la Universidad de Carnegie & Mellon en Pittsburgh). Aunque López confía: “Nosotros ya estamos tras la SEI.” Por su parte, Lezama promete que “la AMITI tendrá un programa para ayudar a certificar a los desarrolladores. De hecho, hay mucho interés por parte del sector para lograr la certificación”.

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Los pendientes que cada cual tiene están sobre la mesa. AMITI propone que con el sector de desarrolladores de software se haga lo mismo que se hizo con el sector turístico cuando se promovieron los atractivos naturales de México, con la apertura de oficinas turísticas en el extranjero. La asociación promete que impulsará la creación de parques tecnológicos. “Es mejor un parque tecnológico que una maquiladora; el desarrollo social que propician los primeros no es comparable al de una maquiladora”, concluye Lezama.

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