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Boda inconveniente

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

¿Un candidato unificado del PAN y el PRD a la presidencia? Es una posibilidad excitante, trascendente, espectacular... e inviable. Pueden citar una y otra vez que tal tipo de candidaturas son moneda corriente en países como Italia o Francia. Pueden asegurar que no se trataría de una alianza ideológica sino electoral. Pueden argumentar que, por precario que sea, daría lugar a un gobierno más democrático y comprometido que el priísta. En fin, pueden decir que si los americanistas aceptaron a Ramón Ramírez, los panistas pueden tolerar a Cuauhtémoc Cárdenas. Pueden decir eso y más. Y sin embargo, una candidatura única es tan poco factible como un lunes perfecto.

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Es cierto que para los militantes panistas y perredistas echar fuera de Los Pinos al PRI es un acicate casi irresistible. Esa esperanza es lo que ha dado a la idea de una alianza tan alto rating en los pasillos de San Lázaro y en los comederos políticos. Pero antes de que el café se enfríe, el entusiasmo se troca en preocupación: ¿Panistas encabezados por Cárdenas? ¿Perredistas liderados por Fox? Por supuesto que cabe la posibilidad de encontrar un tercer candidato por encima de animadversiones partidarias: Carlos Fuentes, Enrique Krauze, Santiago Creel, por mencionar a algunos entre la docena de notables. Pero, ¿quién será el guapo que convenza a Cuauhtémoc y a Fox de hacerse a un lado?

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Por lo demás, está el costo político. Postergar la plataforma política e ideológica, y vincularse a una fuerza ideológicamente contraria, inflige un daño, irreversible quizá, a las militancias duras. Pero la ambición es uno de los sentimientos más sólidos. Para una oposición que ha ganado dolorosamente cada centímetro de su ascenso al poder, tomar el ascensor y hacerse de la cumbre en un golpe de mano supone una atracción embriagadora. El daño al propio partido quedaría justificado por la cuota de poder. El triunfo legitimaría una estrategia “agresiva” (en retrospectiva, sólo se es oportunista cuando se fracasa).

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La pregunta es si en verdad el triunfo está en su mano. Una alianza no significa la suma automática de los votos de las partes involucradas. Un candidato único no va a cosechar los votos que obtendrían Cuauhtémoc y Fox respectivamente. La renuncia de uno a favor de otro provocaría la aversión de buena cantidad de votantes. Y en caso de optar por un tercer candidato, todavía estaría por verse si se puede transformar en un “paquete” presidenciable más o menos verosímil. Ni Mario Vargas Llosa en Perú, ni Rubén Blades en Panamá, pudieron convencer al electorado de que sus indudables talentos les capacitaban para dirigir al país.

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Las experiencias europeas revelan que las alianzas políticas pueden triunfar cuando se realizan entre fuerzas potencialmente afines. O cuando se vertebran en torno a una personalidad cuyo patrimonio político trasciende al de los propios partidos. Toda proporción guardada, tal es el caso de Antonio Echavarría, candidato de alianza del PRD y el PAN para el gobierno de Nayarit, quien a todas luces triunfará. Es un ex priísta y empresario con enorme arrastre popular al que los partidos de oposición se han sumado. Vencerá con ellos o sin ellos, y gobernará de la misma manera. Nadie posee ese atributo en la escena nacional. O casi: Cárdenas y Fox están seguros de tenerlo. Y, justamente, eso es parte del problema.

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El autor ha sido fundador y director de los diarios Siglo 21 y Público.

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