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Caminos de recuperación

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Hoy, la gran obsesión de los empresarios mexicanos es saber cuándo terminará la recesión. Resulta claro que la mejoría en los mercados financieros, que ha tenido lugar en los últimos meses, no los convence. Su escepticismo, especialmente de los pequeños y medianos, es comprensible. Ellos no compran ni venden divisas, acciones o instrumentos de renta fija; su negocio es generar y vender productos y servicios reales.

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La recuperación financiera, sin embargo, sí tendrá una incidencia positiva, aunque gradual, sobre la economía real. La estabilidad de la tasa de cambio permite regularizar los flujos de inversión financiera y productiva, en tanto que el descenso de las tasas de interés reduce el costo del crédito.

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A esta mejoría debe añadirse, como motor de una posible recuperación, el incremento en las exportaciones, ya con tasas muy importantes de crecimiento. Y si bien es cierto que su expansión no continuará de manera indefinida, también es verdad que una tasa de aumento relativamente moderado puede impactar significativamente en la economía.

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Todos los indicadores apuntan a la posibilidad de que, en 1995, México registre una caída de entre 3 y 4% del producto interno bruto. Los momentos más difíciles se están registrando en el segundo y tercer trimestres del año. El cuarto trimestre no ofrecerá crecimiento, pero sí una caída inferior a la que estamos presenciando.

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Si continúa la actual tendencia en las tasas de interés, lo más lógico es esperar una expansión de la economía de entre 2 y 3% en 1996 que, desafortunadamente, no se reflejará en la creación de nuevos empleos. La capacidad ociosa acumulada en buena parte de la planta industrial del país, por el súbito desplome de las ventas, tardará mucho tiempo en cubrirse. La recuperación de 1995 permitirá a las empresas empezar a utilizar una parte de esta capacidad ociosa, pero difícilmente pueden preverse nuevas contrataciones e inversiones productivas antes de 1997.

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Lo anterior significa que la recuperación de 1996 puede ser peligrosa. Las cifras oficiales mostrarán ya una recuperación en la economía real, pero ni los trabajadores ni los desempleados la percibirán en sus bolsillos. Este contraste entre las cifras de la macroeconomía y la angustiosa realidad de la mayoría, implica un mayor riesgo de estallidos sociales.

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La recuperación, sin embargo, llegará finalmente, y después de algún tiempo incidirá sobre el mercado laboral. Los elementos que lo garantizan están presentes ya. El gobierno mexicano, en particular, no tiene la necesidad de ajustar drásticamente sus finanzas, como lo hizo durante los años 80: el gigantesco déficit de presupuesto, que en un momento llegó a alcanzar 16% del producto interno, ya no existe. Cuando empiecen a registrarse flujos de inversión, se aplicarán directamente a la economía y no tendrán que desviarse a cubrir un enorme déficit de gasto público.

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Aun cuando los empresarios acepten que la recuperación de mediano plazo debe llegar, su gran preocupación se encauza de inmediato al largo plazo. Después de 24 años marcados por crisis de final de sexenio, ¿qué esperanza tenemos de que el país no tendrá una caída similar al final del periodo de gobierno de Ernesto Zedillo?

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Para el presidente, la clave que evitara un nuevo y dañino desplome en el año 2000 es la generación de un mayor ahorro interno. La propuesta gubernamental consiste en elevar este índice, del 16 al 22% del PIB para ese año. Pero, ¿es posible?

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Chile, que llegó a tener un ahorro interno de apenas 14% del PIB y que ahora lo ha elevado a 24%, demuestra que sí se puede. Pero el camino está lleno de problemas. Chile tuvo que realizar una reforma fiscal integral, crear una verdadera economía de mercado y establecer fondos privados de pensiones para aumentar el ahorro. Aun así, el indispensable descenso del consumo fue brutal. Quizá Chile no habría podido realizar la transición sin el gobierno dictatorial que tuvo entonces.

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México se encuentra, claramente, en una etapa de transición. La recuperación llegará, como lo ha hecho después de cada una de las crisis anteriores. Pero el gran reto no es ya lograr un simple rebote, sino asegurarse de que éste dé lugar a un crecimiento sustentable en el largo plazo. El presidente Zedillo está convencido de que esto se puede lograr siguiendo el modelo chileno. Después de tantos años de decepciones, sin embargo, no debe sorprender que los empresarios se muestren escépticos.

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El autor es columnista de los periódicos Reforma y El Norte, y también comentarista económico de Televisión Azteca.

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