La vida es sueño, sentenció Pedro Calderón de la Barca, lo cual seguramente avalaría el metafísico Descartes, pero siglos de distancia dan luz sobre lo limitado de esa aseveración. En realidad, la vida encuentra su equivalencia no en el sueño, sino… en el dominó. Quien dude de esta verdad –del tamaño de la civilización misma– deberá bastarle observar o ser protagonista de unas cuantas partidas de esa experiencia que requiere tan sólo de 28 fichas bicolores y, opcionalmente, un trago al gusto. El juego y su dinámica es, en efecto, una concentrada lección de cómo se debe asumir la existencia.
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A continuación, se plantearán unos cuantos ejemplos de la sabiduría ancestral que ofrece este bien llamado deporte nacional.
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- El dominó enseña que la suerte es lo que menos cuenta. La habilidad, colmillo y conocimiento de las flaquezas humanas hacen de una horrorosa mano la más digna vía para un cierre apoteósico.
- Como en la vida, un inconsciente novato con algo de arrojo es capaz de romper todas las reglas del juego y humillar al rival más bocón.
- Este juego, así como alecciona que hay que cuidarse de las “fichas marcadas”, confirma que hay que confiar en el compañero… sobre todo si uno está ahorcado.
- Igual que en la vida, una sola partida demuestra que nadie debe cantar victoria o cortarse las venas a priori: se puede perder teniendo todos los “seises” o ganar con cinco mulas.
- El juego comprueba que saber aritmética ayuda, pero no es indispensable para vivir: más vale maña que cálculo.
- El dominó, además, confirma que: no hay que acostarse a la primera, no siempre es bueno salir con mulas, no hay que hablar o hacer gestos a destiempo y, claro, que para convivir con los demás por lo menos hay que saber hacer una buena sopa.
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¿Qué filosofía oriental u occidental puede presumir de tanta sabiduría?