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El otro Soleil

El circo canadiense bajó su arte a las calles de México.
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

A unos kilómetros de la Gran Carpa Santa Fe, donde las hazañas del Cirque du Soleil conmueven a una audiencia adinerada de la ciudad de México, otro tipo de circo transforma la vida de los jóvenes en un barrio humilde.

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La parte baja de la colonia Ampliación Las Aguilas es tierra de barrancas y casas colgadas en las faldas del cerro, una casi encima de la otra. Dos veces a la semana los integrantes del grupo Machincuepa Circo Social practican malabarismo, caminatas con zancos y acrobacias.

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Gerardo Martínez Pineda lleva tres años ahí. Ese chavo de 13 años escogió el monociclo porque le impresionaba andar sobre una llanta. Le tomó dos semanas pararse en el aparato y mucho más tiempo integrarse al grupo, según cuenta. “Te distraes –afirma–, aprendes cosas que no están en la escuela.”

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La madre de Gerardo le dijo al coordinador del grupo, Juan Carlos Hernández, que su hijo pasa mucho menos tiempo en la calle ahora, gracias al circo.

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El asfalto sirve como segundo hogar para muchos, dado el hacinamiento que se vive en la zona (Tarango). A veces 35 personas habitan una pequeña casa. Afuera, sin embargo, hay marihuana, crack y solventes.

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El barrio nació en los años 70. La gran mayoría se instaló después del terremoto de 1985 y los desalojos por la construcción del Metro. Gran parte de las madres trabajan como empleadas domésticas en Las Aguilas. Muchos padres no están: o emigraron a Estados Unidos, o están en la cárcel o se marcharon. Los que siguen en sus hogares trabajan en el comercio informal, como albañiles o cobradores de la tienda Elektra.

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Todo nació en la calle
El Centro Juvenil de Promoción Integral (Cejuv) inició Machincuepa como parte del programa internacional Circo del Mundo, del Cirque du Soleil. El objetivo es utilizar las artes de la pista para influir positivamente en muchachos que viven en condiciones difíciles o precarias. En el proyecto colaboran tres organizaciones canadienses de cooperación para el desarrollo y una asociación civil local . El Cirque aporta equipo y dos meses de entrenamiento por año, explica desde Montreal Manon Bernier, responsable del programa. Las instituciones extranjeras secundan con su capacidad de administrar iniciativas internacionales y las locales con su trabajo directo.

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A sus 600 artistas, el Cirque les ofrece la opción de conocer una nueva cultura y formarse en otro campo profesional. La empresa manda al extranjero unos 80 instructores al año. Sus sueldos se financian con 1% de los ingresos anuales que el fundador, Guy Laliberté, destina a la acción social.

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El Circo del Mundo mueve a los jóvenes integrantes de los grupos locales a superarse, considera Bernier. Dominar las artes exige perseverancia y disciplina. Les lleva a tener confianza en sí mimos y trabajar en equipo. “Genera orgullo lograr una pirueta por atrás y caer en tus pies. La adrenalina da un high que puede remplazar a la droga”, agrega. También exige condición física, lo que lleva a cuidar el cuerpo.

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Todo eso envuelto en un sabor de magia. El circo atrae. Es espectacular. Representa un desafío y un riesgo.

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Daniel Salvatore, que llegó el mes pasado desde Montreal para instruir al equipo, señala que la gente de circo se identifica con los jóvenes desamparados. Muchos, como él y Guy Laliberté, trabajaron en la calle. “Es un trabajo bohemio. Si no funciona, no comes.”

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El propietario del Cirque du Soleil dejó su hogar a los 14 años, buscando aventura. Entretuvo a los transeúntes en varios países con su acordeón, malabares, exhalación de fuego y zancos. Creó el Club de los Tacones Altos, y capturó la atención de los responsables de los fondos para la cultura de Quebec. Con ese apoyo empezó el Cirque, que hoy factura unos $500 millones de dólares anuales.

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Salvatore cree que el circo ofrece autoestima a los jóvenes. Él había pasado por muchos empleos mal pagados cuando se inició en las artes de pista. Vio por primera vez que lo apreciaban. “La gente te rodea, te mira, puedes hablar, impresionas. Ya no eres perdedor. Empiezas tu número con algunos a tu alrededor, te bajas para recoger algo y te das cuenta que ya son 100. La adrenalina empieza a fluir. Es muy bueno para el ego.”

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Salvatore asegura que ese efecto es trasladable. Un niño que muestra a su mamá o a sus cuates un truco con tres bolas de repente se vuelve interesante y cobra valor. “En vez de ser el pequeño ratero, es el malabarista”, dice.

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El entrenador trabajó con jóvenes de la calle en Montreal, en favelas de Belo Horizonte (Brasil), en una comunidad indígena de los Inuits, (Quebec ) y con niños callejeros en Duala, Camerún. En esa ciudad africana, donde la vida en la calle implica necesariamente prostituirse y asesinar, Salvatore vio jóvenes muy orgullosos de pertenecer al circo y estudiar. La organización local los invita primero a comer y dormir en un centro. Luego lleva a los más asiduos a 25 kilómetros de la ciudad para cortar con sus relaciones dañinas y darles clases. Eventualmente vuelven a Duala, donde continúan su educación y se ejercitan en los talleres del circo. No hay tradición de circo en África, pero gusta.

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La excusa de los malabares
El Circo del Mundo no promociona las pistas como una carrera futura para los jóvenes que entrena. El Cejuv, que tiene 20 años de experiencia en México, incorporó al programa de Machincuepa dos sesiones semanales de mejoramiento académico. A estas reuniones, y a las de prácticas circenses, suelen acudir unos 25 de los 60 integrantes del grupo.

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En Tarango hay falta de perspectivas porque pocos familiares o vecinos tienen educación superior, opina Hernández. En el acompañamiento escolar, refuerzan las áreas débiles e inculcan la conciencia del porqué conviene estudiar. Tal vez a causa de eso Gerardo Martínez no ve en el monociclo una manera de ganar unos pesos; más bien quiere ser abogado. Los espectáculos, sin embargo, ofrecen una fuerte motivación a los jóvenes; son parte del proceso de aprendizaje y un gran desafío. Es a menudo la primera vez que los padres ven a sus hijos en una situación positiva, dice Bernier.

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Machincuepa representó su espectáculo durante una semana de agosto en un escenario del Centro Nacional de las Artes. El primer día reinó el caos, cuenta el líder del grupo. Era la primera vez que actuaban delante de tantas personas: unas 1,000, la mayoría de ellas jóvenes haciendo su curso de verano en las instalaciones del Centro.

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En la última presentación del viernes, los dos maestros de ceremonias todavía titubeaban un poco al decir sus chistes e introducir los números de malabarismos, zancos, monociclos, caminatas sobre barriles y acróbatas. Pero los jóvenes demostraron cierta destreza en el arte de entretener. Hacían crecer la tensión en la audiencia al aumentar el nivel de dificultad de sus proezas. Sonreían. Aparentaban divertirse, aunque abandonaban la escena con gran celeridad y cara de alivio.

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Seguramente son pocos los que hayan nacido para lucir debajo de los reflectores y buscar carrera ahí, pero el aplauso de ese día fue para todos. A cada uno le queda el sabor del éxito, logrado con esfuerzo.

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