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Evaluación del sexenio. ¿Para reir o l

De menos a más, las grandes cuentas son indiscutibles. Los saldos negativos de la otra cara de la e
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

La administración de Ernesto Zedillo Ponce de León se acaba y con ella siete décadas de gobiernos del mismo partido. Fue un modelo sustentado en el cambio estructural, la apertura comercial y la desregulación económica. Deja una economía fortalecida en el plano macro, pero deja también un modelo generador de pobreza y desigualdad: México llega al nuevo milenio con 97 millones de habitantes, 70 millones de ellos debajo de la línea de pobreza, por lo que cabe preguntarse si verdaderamente se salió de la crisis.

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Durante tres sexenios el equilibrio macroeconómico ha sido una obsesión. En su búsqueda se produjeron severos daños al desarrollo de amplios sectores económicos, no obstante que sí hubo crecimiento.

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Los principales indicadores macroeconómicos de Zedillo arrojan un desempeño positivo, mejores a los de sus predecesores. Al finalizar el año, la economía habrá crecido cerca de 6.5%, de modo que la tasa media anual del sexenio será de 5.6%, la mayor de los últimos tres gobiernos, en un contexto de menor inflación, especialmente la de 2000 de un solo dígito, que parecía imposible imaginar en este nivel después de la inflación de 1995, de 52%.

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Con todo, el éxito macroeconómico deja una pesada herencia, ya que el incumplimiento de muchas de las metas propuestas en el Plan Nacional de Desarrollo 1995-2000 se tradujo en el estancamiento del Producto Interno Bruto (PIB) real per cápita, 0.4% promedio anual, un pobre eslabonamiento industrial y el desbalance entre el desarrollo sectorial y regional.

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A pesar de que el crecimiento del PIB fue el más vigoroso desde el inicio de la reforma, la información del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) muestra un deterioro en el poder adquisitivo de la población, además de una concentración del ingreso. Según cifras de la Encuesta Nacional de Ingreso Gasto de los Hogares (ENIGH), el porcentaje de familias debajo de la línea de pobreza es, al finalizar el sexenio, de 76%, una tasa superior a la de 1994. Pese a que la economía creció significativamente, los beneficios no se tradujeron en bienestar para las familias.

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Crecimiento y empleo

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Frente a 5.6% en este sexenio, en los de Carlos Salinas de Gortari y Miguel de la Madrid Hurtado, las tasas medias de crecimiento fueron de 3.6 y 1.1%, respectivamente. El dinamismo manufacturero, 7.7% en promedio, significó una tasa dos veces mayor que la de Salinas. Con todo, las ramas que más crecieron fueron las vinculadas al sector externo, mientras que las ligadas al mercado interno tuvieron poco dinamismo, por lo que los frutos del crecimiento se concentraron en un grupo de empresas, en particular las de mayor tamaño.

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Esta situación no resulta sorprendente si se observa que el crédito otorgado por la banca al sector privado durante el sexenio se contrajo debido a las altas tasas de interés reales; un número cada vez mayor de empresas, especialmente las medianas, pequeñas y micro, tuvieron que buscar recursos entre sus proveedores para financiarse. Sin duda, el mantenimiento de tasas de interés reales elevadas fue el costo que las empresas tuvieron que pagar, para que los mercados financieros ofrecieran un rendimiento atractivo. Con ello, no sólo se castigó a las compañías locales, sino además se apuntaló la sobrevaluación cambiaria por la fuerte entrada de capitales.

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Si bien es cierto que entre 1995 y 2000 el crecimiento permitió que la tasa de desempleo urbano se redujera de 6.3 a 2.2%, y que el número de trabajadores inscritos en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) creciera 4.9% en promedio anual –al pasar de 8.5 a 10.8 millones–, como contrapartida el salario real cayó en promedio 3.1% a pesar de que nominalmente creció 16.4%. Además, el número de empleos creados quedó muy por debajo del millón requerido al año para absorber la nueva fuerza laboral y recuperar los puestos perdidos después del “error de diciembre”. De todas maneras, aquellas mejoras en desempleo y trabajadores asegurados, junto con la baja de la tasa de inflación, están en condiciones de ayudar a dinamizar el consumo interno, eje de la demanda agregada.

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El sector agrícola apenas creció 2.9% en el sexenio, y su participación en el PIB total bajó de 6% a 5.4%. El sector industrial registró una expansión de 7.1% promedio anual, y su aporte pasó de 24.3 a 26.6%, aunque a lo largo del sexenio mostró una desaceleración progresiva, mientras el sector servicios, cuya contribución al PIB pasó de 61.6 a 62.6%, registró una tasa media de crecimiento de 5.6%.

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Dentro del sector industrial el comportamiento también fue heterogéneo. Por un lado, la maquila de exportación creció 18% promedio anual, en tanto que las ramas productoras de bienes intermedios apenas lo hicieron 4.5, las de consumo final 4 y las de bienes de capital 8.9%.

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Una clave para crecer fue la inversión bruta fija, que en promedio aumentó 12.1%, tasa muy superior a la del PIB, y destacó como la variable más dinámica para ayudar a superar los rezagos de la producción. Por supuesto que la contraparte fue un crecimiento del déficit comercial, ya que el aumento en la inversión implicó una elevada importación de maquinaria y equipo, sostenida por la sobrevaluación del peso.

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El sector externo

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Un rasgo dominante del crecimiento de la economía mexicana durante el periodo de reforma económica fue el deterioro sistemático de las cuentas con el exterior. La revisión de la balanza comercial desde 1983 muestra un deterioro creciente, con un déficit en aumento desde el sexenio de Salinas. A lo largo del periodo de Zedillo, luego de que se agotara el efecto de la devaluación de diciembre de 1994 y sobre todo a partir de 1998, el desequilibrio regresó de manera inexorable.

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El saldo de la balanza comercial estuvo claramente determinado por los flujos provenientes de la maquila, creando un efecto estabilizador en las cuentas macroeconómicas, pero con escaso impacto en la dinámica productiva interna. El efecto se observa al comparar los resultados con o sin maquila. En 1995, el superávit fue de $7,089 millones de dólares, pero al descontar los flujos de la maquila, quedaba en $2,164 millones. Para este año, el déficit estimado de $7,131 millones de dólares es de $21,752 millones si se restan operaciones de las programas de maquila. Este comportamiento no es nuevo y se observa con claridad desde prácticamente el inicio de las reformas económicas en la década de los 80. La inclusión de la maquila hizo que las exportaciones de manufacturas dentro de las totales pasaran de 12.1% en 1980 a cerca de 85% en este año.

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Desde otra perspectiva, el comercio total de México, exportaciones más importaciones, pasó de $151,995 a $323,301 millones de dólares en este sexenio, con una tasa de crecimiento promedio anual de 15.6%, superior a las registradas en los dos sexenios anteriores de 14.9 y 9.2%, respectivamente. Ello pone de manifiesto de nuevo el éxito de la estrategia maquiladora continuada en esta administración.

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Las importaciones fueron el eje más dinámico del comercio exterior: en los últimos tres sexenios crecieron en promedio 18.8, 17.9 y 17.2%, respectivamente, mientras las exportaciones lo hicieron en 3.4, 11.6 y 14%.

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El éxito exportador descansó en un consumo mayor de materias primas de origen extranjero, por lo cual los efectos hacia el aparato productivo local fueron de una magnitud menor.

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Así las cosas, el sexenio de Zedillo logró dar continuidad al modelo económico de éxitos macroeconómicos, pero también fue continuador de desequilibrios productivos. El nuevo gobierno deberá reorientar el modelo para corregirlo. No hay vuelta, la población votó por un cambio.

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