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Frente a los Asiáticos, ¿se perderá l

Para que México participe en la globalización, a la que ahora se integran ciertas naciones asiáti
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

El viaje del presidente Ernesto Zedillo a China, Filipinas y Singapur —incluida su asistencia a una reunión del Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico (Apec, por sus siglas en inglés)—, nuevamente lleva a reflexionar sobre la visión del equipo gobernante en torno a la globalización, la liberalización comercial y las estrategias para lograr beneficios de ese proceso.

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China y los límites de la globalización
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Como lo señala el Programa de Política Industrial y Comercio Exterior (Propice), la globalización es una característica de la economía mundial en los últimos años del siglo XX. Muestra de ello es el hecho de que entre 1985 y 1993 el comercio mundial de bienes creció a una tasa de 5.4%, la cual duplicó el incremento de la producción. En el mismo periodo también se aceleró el comercio internacional de servicios financieros, de transporte, telecomunicaciones y construcción. En particular, entre 1980 y 1992 la inversión extranjera directa en el mundo creció a una tasa promedio anual de 12.5%, sólo que 78% de esos recursos se dirigieron a países desarrollados. Del 22% restante, la mayor parte se destinó a las naciones del Sudeste Asiático.

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Pero la visión gubernamental no toma en cuenta la historia. Atrás de la globalización están el desarrollo tecnológico y el interés de las naciones por ganar mercados. La Secofi afirma que la globalización obedece “a una apreciación cada vez más generalizada del papel crucial del comercio exterior en el crecimiento económico” y con ello parece ignorar los conflictos que en el pasado suscitó la conquista de mercados. En todo caso, hoy se sigue una estrategia diferente basada en la liberalización de los flujos comerciales.

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Sin embargo, al mismo tiempo que se exige la eliminación de aranceles y barreras al comercio, a los países atrasados se les obliga, paradójicamente, a renunciar a estrategias que, como los subsidios, la inversión pública y la copia de tecnologías, contribuyeron al desarrollo de las naciones que alcanzaron un mayor crecimiento.

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Por esa razón, se estima que las economías en una fase intermedia, como México, tendrán mayores dificultades para evolucionar hacia el nivel de sus competidores más avanzados en tecnología. También les será difícil desarrollarse compitiendo en sectores intensivos en mano de obra. La incorporación de India, Vietnam, China y otros países a las grandes corrientes del comercio internacional implica el riesgo permanente de un exceso de oferta de productos intensivos en mano de obra.

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Y no sólo eso. Se cometería un grave error si, como lo hace Secofi, se supone que la oferta de esas naciones se limitará a este tipo de productos y que no van a impulsar su desarrollo hacia bienes de alto contenido tecnológico, tal como lo hace China, uno de los países con más acusaciones de “piratear” productos como CDs y programas para computadoras.

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Por lo pronto, el crecimiento económico logrado por China no tiene comparación. Cabe señalar que sólo en 1993 captó 40% de la inversión extranjera destinada a los países en desarrollo. Su importancia ha sido reconocida por Japón, Corea y otras naciones del área, incluido Taiwán, su gran enemigo. Es más, Estados Unidos, con quien tiene importantes diferencias políticas, no puede dejar de respetarlo. Aunque los estadounidenses han insistido en la necesidad de que el gigante asiático respete los derechos humanos, es seguro que no pierden de vista el esfuerzo de ese país para alimentar a más de 1,200 millones de habitantes y, además, sentar las bases para un progresivo desarrollo económico.

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No está de más señalar que una de las ciudades chinas más prósperas, Shangai, está construyendo infraestructura urbana e industrial en un área semejante a la ciudad de Singapur, realizando y captando enormes inversiones. La importancia de ese tipo de ciudades y programas de desarrollo industrial se refleja en el hecho de que Shangai sólo ocupa una mínima fracción del territorio chino; sus 12 millones de habitantes representan apenas 1% de la población total, pero aportan 12% de los impuestos que capta el gobierno central.

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En un mercado global —y ésta es una realidad que no se puede ignorar—, México deberá competir contra eso, y contra los países desarrollados.

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Astucia más que dogma
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Considerando la evolución del intercambio mundial y la que se espera en los próximos años —con la progresiva incorporación de China—, es evidente que cada día que México pierda en fomentar la educación, el crecimiento y el desarrollo tecnológico, significará mayores riesgos para esta nación.

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En los últimos años las autoridades mexicanas han confundido el necesario pragmatismo para tomar lo que más convenga al país y coordinar los esfuerzos nacionales, con el dogma del libre mercado.

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No hay que olvidar que ninguna de las exitosas economías de Asia llegó a donde está por la vía exclusiva del libre mercado. Al contrario, protegieron su mercado interno, copiaron tecnologías, subsidiaron a sus productores y los apoyaron con empresas e infraestructura pública eficiente.

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Ahora ellas, junto con los países desarrollados —que, por cierto, se habían anticipado a utilizar esos mismos esquemas—, esperan que los menos evolucionados eliminen sus barreras comerciales, les dejen operar sus empresas públicas, respeten sus derechos de autor, no subsidien a sus industriales y, además, les dejen vender los servicios que en su propio territorio son una contraprestación de los impuestos .

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Ninguno de estos países ha actuado inocentemente. Su discurso en favor de la liberalización económica se concretará en hechos sólo en la medida en que les convenga. Es más, aun en el caso de que acepten reducir aranceles, es muy probable que establezcan barreras administrativas, de calidad, regionales, e, incluso, de raza o idioma, de manera que competir con ellos será muy difícil. Más aún, los países desarrollados promueven la aplicación de la cláusula social, para frenar el ingreso de productos elaborados por una fuerza de trabajo mal pagada. Evidentemente, lo contrario también es cierto. Cuando esas naciones quieren atraer una inversión o recibir algún producto clave, adoptan todas las medidas necesarias para facilitar ese proceso.

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Difícil aprendizaje
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México no se ha decidido a actuar para evitar que se sigan perdiendo posibilidades frente a las realizaciones de los competidores. A la reunión de la Apec llegó con un paquete unilateral de eliminación de barreras comerciales que superó a los de otras naciones. Además, paradójicamente, demandó mayor liberalización en los sectores de cómputo y telecomunicaciones, siendo que en esos países están las matrices de plantas instaladas aquí.

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En este sentido, fuera de dogmas libremercadistas y actitudes inocentemente estabilizadoras, lo que urge es priorizar la política de industrialización; utilizar la política cambiaria, monetaria y fiscal para alcanzar resultados; definir polos de atracción para inversiones; aprovechar el potencial de Pemex para estimular industrias; que el Estado invierta eficientemente en infraestructura y se alcance la estabilidad mediante la promoción de la competencia interna y la productividad. Por supuesto, el éxito de un proyecto de ese tipo dependerá de que exista una vinculación real entre gobierno —como coordinador—, empresarios y sociedad. Este debe ser el sentido de la participación de la iniciativa privada, no la renuncia del Estado a su obligación de proporcionar los servicios que requiere el desarrollo del país.

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