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La agenda de la libertad

Estados Unidos, como una potencia democrática dominante, debe relacionar los cambios políticos ins
mar 20 septiembre 2011 02:55 PM

Estados Unidos es probablemente el único país en que el término ‘realista’ puede utilizarse como epíteto peyorativo. Ningún realista serio debe pretender que el poder es su propia justificación. Ningún idealista debiera implicar que el poder es irrelevante para la extensión de los ideales. La verdadera cuestión es establecer el sentido de las proporciones entre estos dos elementos esenciales de la política. El énfasis exagerado en uno u otro lleva al estancamiento o a la sobre extensión.

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El discurso del presidente Bush representa una fuerte afirmación de uno de los principales pilares del pensamiento estadounidense sobre política exterior. En un mundo de jihad, terrorismo y proliferación de armas para la destrucción masiva, el presidente Bush avanzó en un reto, que, a la vez, va más allá de los intereses de cualquiera de los países y que las diferentes sociedades podrían abrazar sin perjuicio de sus propios intereses. Dice que Estados Unidos busca el progreso hacia la libertad, no su alcance máximo en un tiempo definido, y reconoce la evolución histórica que debe ser el cimiento de cualquier proceso exitoso. Sobre esta base, los realistas y los idealistas deben avanzar juntos.

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La estrategia debe comenzar con el reconocimiento de que la agenda de la libertad no hace irrelevante el análisis geopolítico. Hay cuestiones para las cuales las estrategias de cruzada tienden a estar equivocadas. El ascenso de China es un reto geopolítico, no principalmente ideológico. Las relaciones de América con India son otro ejemplo.

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Como potencia democrática dominante en el mundo, debemos relacionar los valores con el poder, el cambio político institucional con las necesidades geopolíticas. En los países en que debe llenarse un vacío y están presentes fuerzas estadounidenses, la capacidad de EU para afectar los eventos es considerable. Ni siquiera entonces, sin embargo, es posible aplicar modelos automáticos creados con el paso de siglos en las sociedades homogéneas de Europa y América a las sociedades étnicamente diversas y religiosamente divididas en el Medio Oriente, Asia y África.

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Existe el reto de cómo hacer frente a las sociedades como China y Rusia, que hasta ahora han descansado sobre la tradición política occidental sólo en un grado muy pequeñ0, si acaso en su transición hacia el mundo globalizado. Hasta ahora han utilizado sus propias historias o sentidos nacionales de identidad como guías. ¿A qué grado y con qué medios puede América influir en este proceso? ¿En qué dirección? ¿Qué nivel de comprensión del contexto doméstico, influenciado por siglos de historia, es necesario para producir la confianza en el resultado deseado? ¿Qué precio en intereses estratégicos a mediano plazo estamos listos para pagar?

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La implementación de la agenda de la libertad necesita relacionar los valores de la tradición democrática con las posibilidades históricas de otras sociedades. Debemos evitar el peligro de que una política concentrada en nuestras percepciones domésticas pudiera generar reacciones en otras sociedades unidas en torno al patriotismo y llevando a una coalición de los resentidos en contra de los intentos de una percibida hegemonía estadounidense. El resultado de la exuberancia excesiva pudiera ser, paradójicamente, el aislamiento de América de las principales tendencias de este periodo.

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El presidente Bush ha adelantado una visión dramática. El debate nacional ahora necesita concentrarse en las circunstancias concretas a las que debe aplicarse. Los grupos no gubernamentales deben participar en este proceso. Una estrategia para implementar la visión de la agenda de la libertad necesita la construcción del consenso, tanto doméstico como internacional. Ésa sería la prueba de que estamos aprovechando la oportunidad del cambio sistémico o participando en un episodio.

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Mayo 17 de 2005 ©.
Distribuido por Tribune Media Service Internacional.

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