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La rifa del tigre

La gran concentración poblacional y económica ha provocado innumerables problemas en la capital. L
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

El impresionante avance de la oposición en los municipios conurbados y la proximidad de los comicios que se realizarán en 1997 para elegir gobernador del Distrito Federal, obligan a reflexionar sobre la necesidad de que las diferentes fuerzas actúen con responsabilidad, tanto cuando presenten sus ofertas políticas como al aplicarlas, para así solucionar los graves problemas que afectan a la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM).

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Es innegable la importancia económica que esta zona tiene en el contexto nacional. De acuerdo con el -Cuaderno de Información Oportuna Regional, publicado por el INEGI en marzo de 1996, en 1992 el Distrito Federal tenía una población de 8.27 millones de habitantes, en tanto que el Estado de México contaba con 10.7 millones, la mayoría concentrada en los municipios conurbados a la capital de la República. Entre ambos representaban 22% de la población nacional.

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Sin embargo, lo relevante de esta zona no se limita solamente a que es uno de los conglomerados poblacionales más grandes del mundo o a que es la sede de los Poderes de la Unión. Su importancia tiene que ver, en gran medida, con su actividad económica. La participación del Distrito Federal y el Estado de México en el Producto Interno Bruto (PIB) del país fue equivalente a 34% en 1993. Sin embargo, si se analiza por sectores de actividad, la concentración económica en la zona conformada por esas dos entidades es mayor aún. Según los datos más recientes del INEGI, en 1993 se concentró allí 42% del PIB manufacturero; 38% del de la construcción; 31% del sector comercio, restaurantes y hoteles; 37% del de transporte, almacenamiento y comunicaciones; 36% del de servicios financieros, seguros y bienes inmuebles y 41% del de servicios comunales y sociales.

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Por supuesto, dicha concentración repercute en la necesidad de proporcionar y movilizar víveres, materias primas, productos y servicios básicos como agua, luz y drenaje, todo ello en enormes cantidades.

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Cúmulo de virtudes... y de defectos
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Paradójicamente, estos datos que revelan una aparente fortaleza económica también reflejan la vulnerabilidad, no sólo de la ZMCM, sino del país en su conjunto.

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Muchos son los problemas que enfrenta la ciudad de México. Aunque algunos de ellos se han resuelto y con respecto a otros están sentadas las bases para su solución, pareciera que la forma en que se ha dado el desarrollo de la ciudad y del país nunca permitirá alcanzar soluciones de largo plazo. Los sistemas de transporte, vivienda, agua y drenaje son insuficientes para satisfacer las necesidades de una concentración humana que crece más allá de lo que permitiría su evolución natural.

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A eso se añaden problemas derivados de los anteriores, como la contaminación, la pérdida de áreas verdes, el deterioro de las condiciones de vida y la violencia. Además, en los años recientes, a raíz de la apertura económica y la crisis que vive el país desde diciembre de 1994, las condiciones de vida de la capital se han deteriorado. Eso se debe a que las empresas instaladas en la zona metropolitana se desarrollaron orientadas básicamente al mercado interno, de modo que resintieron con gran fuerza la competencia externa y tuvieron muchos problemas para comenzar a exportar.

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Por otra parte, la magnitud de los problemas de la ciudad obliga a destinar una proporción importante de los escasos recursos disponibles para su solución. Eso y los rezagos en que viven otras regiones del país propician la emigración hacia la ciudad. Y más grave aún, es que, hasta ahora, debido a la irresponsabilidad e incapacidad de las autoridades, las soluciones se dan con retraso, en ocasiones no son las adecuadas y, en la mayoría de los casos, los presupuestos para tales fines han sido inflados.

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En ese sentido, se podría decir que el crecimiento desmesurado de la ciudad fue causa y ha sido a la vez consecuencia de la forma inequitativa en que se han distribuido los recursos para el desarrollo regional. Evidentemente, detrás de eso está la dificultad de los mexicanos para dotarse de gobiernos capaces de coordinar racionalmente los esfuerzos del país.

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Todavía se puede corregir
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Ahora, la mayor competencia electoral obliga a las diferentes fuerzas políticas a compartir responsabilidades. No se trata de que los partidos renuncien a defender las banderas que enarbolan, sino de establecer normas mínimas que permitan reencauzar el desarrollo de la zona metropolitana y, por supuesto, del resto de la República.

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Por ejemplo, parece indispensable lograr un consenso para evitar asentamientos irregulares, de modo que se castigue severamente a aquellos que, para mantenerse en el poder o para alcanzarlo, ofrezcan terrenos a cambio de votos. Evidentemente, las medidas para controlar ese fenómeno serán inútiles si al mismo tiempo el gobierno federal no adopta la decisión de impulsar asentamientos ordenados, vinculados a actividades productivas, en otras regiones del país.

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Desafortunadamente, la oferta de las diferentes fuerzas no podrá impedir, incluso con una administración eficaz y honesta, que los servicios de la ciudad se encarezcan progresivamente, de acuerdo con el costo que representan para el país. Se estima que eso podría solucionarse con una relocalización de empresas y quizá con la emigración de habitantes hacia otras regiones.

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En otro plano, es innegable que muchos de los problemas que aquejan a la ciudad sólo se podrán resolver con el respaldo moral y la legitimidad que proporciona a quien la dirige el hecho de haber obtenido el cargo mediante elecciones limpias, sin acarreos de paracaidistas, ambulantes y microbuseros.

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En fin, aunque la competencia política no resolverá por sí sola los problemas de la capital y su zona conurbada, sí dará pie a que se encuentren más pronto las mejores soluciones, con la participación de los ciudadanos. Además, un beneficio evidente de esta competencia es que permitirá vigilar que, independientemente de su signo, quien esté en el gobierno haga el mejor uso de los recursos disponibles.

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