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Los sueños también se venden

Tres compañeros de Harvard construyeron una empresa. Su intención era venderla y lo lograron. ¿Su
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Miguel Ángel Dávila, Adolfo Fastlicht y Mathew Heyman se volvieron famosos en los círculos corporativos por haber hecho bien la tarea de su maestría en Harvard: se propusieron probar que en México era posible convertir en negocio la exhibición de cine, justo cuando los espectadores estaban abandonando en masa las salas. El proyecto no consistía sólo en eso. Además de fundar una firma rentable –cosa que hicieron cumpliendo paso a paso lo que enseñan los buenos libros de alta dirección– su objetivo era colocarla en el mercado en el momento en que madurara. Este año terminaron la tarea al vender su idea a la canadiense Onex.

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Cinemex inauguró una forma de prestar servicios en México. Ahora es algo muy común, pero en 1994, ir al cine era casi una experiencia de película de terror. Con la llegada de esta empresa, los demás propietarios de salas se renovaron y pusieron más interés en la buena atención a los espectadores –“invitados”, les llama Dávila, para dejar clara la filosofía de su compañía–, los sindicatos aprendieron la lección y permitieron que sus agremiados trabajaran en más de un puesto. Como se contó en su momento en Expansión en 1996, la boletera dejó su tejido para concentrarse en su nuevo empleo: atender a los clientes.

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La segunda parte del plan tardó un poco más de lo que tomó revolucionar la forma en que se exhibía cine en el país. En 2000, cuando los socios ya estaban listos para vender la firma, los  posibles compradores de Estados Unidos estaban metidos en un embrollo, porque habían saturado su país con complejos cinematográficos a diestra y siniestra. En consecuencia, se encontraban más concentrados en salir de sus problemas que en abrir nuevos mercados. Por fin, en 2002, el consorcio que rescató al principal exhibidor del vecino país del norte (Loews) estuvo en condiciones de adquirir Cinemex.

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No fue el único interesado. Sus competidores, que también han dado muestras de visión estratégica, se frotaban las manos ante la posibilidad de hacerse con la cadena. “No le llegaron al precio”, cuenta Dávila en el reportaje de portada de esta edición. Como se narra en ese artículo, los tres socios no venden porque estén cansados: esa era su intención desde un principio.

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Hace no muchos años, la reacción común cuando un empresario mexicano vendía su empresa era acusarlo de que había tirado la toalla ante la competencia internacional. Algo que habla de lo que ha cambiado el país desde que nació Cinemex es que ese comentario casi no se ha escuchado ahora. Si los extranjeros compraron la idea fue porque ésta es buena. Más que adquirir una compañía con problemas, en esta ocasión consiguieron un concepto creado en México, diferente de lo que se hacía en el país en ese entonces y, lo más importante, que no fue una copia de alguna corporación estadounidense. Lo que habrá que conviene preguntarse es si habrá otros empresarios con el talento suficiente para poner en marcha ideas igualmente exitosas.

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–Los editores

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