Los aceites de oliva virgen –jugo puro de aceitunas sin tratar ni refinar–, no sólo son deliciosos aderezos de ensaladas, o sustitutos de la mantequilla en los aperitivos de restaurantes prestigiosos. Desde que se descubrieron sus propiedades para combatir el colesterol –al contrario del resto de los aceites vegetales, prácticamente no sueltan grasas–, se utilizan cada vez más en la cocción de guisados. España, eximio productor, exporta, fundamentalmente a Estados Unidos, cápsulas e incluso chicles de aceite de oliva, para quienes se resisten a paladearlo en vivo y en directo. La industria cosmética hispana también hace lo suyo, elaborando productos que otorgan elasticidad a la piel.
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En cuanto a sus peculiaridades gastronómicas, en esta década la calidad y modalidades de presentación han evolucionado más que en los últimos 10 siglos.
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Igual que el vino, estos aditamentos enfrentan grandes cosechas o “años malos”, y hay tantos tipos como zonas productoras, con su oferta de aceitunas específicas. España ha puesto en marcha un ambicioso proyecto de exportación de aceites a todos los rincones del planeta. Entre ellos destacan los andaluces, por su afrutamiento; los catalanes, con su sabor a frutos secos y manzanas verdes, o los del Bajo Aragón, por su delicadeza. Asimismo, la aceituna arbequina, redonda, chica y dura, se asemeja a la uva cabernet-sauvignon ; la verde clara malagueña, a la tempranilla (uva temprana), y la de Jaén, a una más “popular”.
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También como el vino, en las mesas “importantes” los aceites de oliva ya no se presentan de manera anónima, sino en botellas de gran diseño; los cristales se oscurecen, para evitar que la luz dañe el contenido, y crece la moda de envasarlo turbio, sin filtrar, para que conserve mejor sus propiedades benéficas. Sin duda, un producto exquisito reconquista las mesas de todo el mundo.
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