El peso mexicano ha perdido casi 20% de su valor frente al dólar en los últimos dos años y medio. A su vez, el billete verde ha caído casi 20% ante el euro. Sin embargo, las exportaciones no petroleras mexicanas se mantienen estancadas desde fines de 2000.
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¿A qué se debe esto? A que México está perdiendo competitividad. Los productos chinos desplazan a los nacionales en Estados Unidos, el principal mercado del mundo, destino de la mayor parte de nuestras exportaciones.
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Las cifras de aumento de productividad en nuestro país son decepcionantes. Después de años de crecer a tasas superiores a las de nuestros principales competidores y socios comerciales, hoy vamos a la zaga. Y una nación que no aumenta su productividad está condenada al estancamiento económico, al desempleo y a la pobreza.
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No tiene caso preguntar por qué la economía está estancada y el desempleo adquiere visos dramáticos. Esto sucede porque estamos perdiendo productividad.
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La solución también es política. Los productores mexicanos no pueden resolver solos el problema. Necesitan la ayuda del gobierno y el Congreso, para que cambien unas reglas del juego que son adversas a las empresas nacionales.
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Los productores mexicanos no podrán tener éxito mientras paguen más impuestos que sus competidores y lo hagan en un sistema más complejo y burocrático. No podrán competir mientras sigan erogando más que sus rivales por gasolina, electricidad y gas natural. No podrán salir adelante mientras la infraestructura del país siga siendo deficiente.
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Durante muchos años la economía nacional fue impulsada por la primera generación de reformas estructurales. La eliminación del déficit de presupuesto ayudó a que la inflación bajara a niveles aceptables, lo cual permitió una baja en las tasas de interés. La venta de paraestatales abrió las puertas a la inversión en áreas como telefonía, ferrocarriles, puertos, televisión y telecomunicaciones. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte abrió un auge exportador que impulsó a las manufacturas y la creación de empleos.
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Todo ese ímpetu se ha perdido. La primera oleada de reformas ya cumplió con su función económica. Si queremos vivir una nueva etapa de crecimiento, necesitamos llevar a cabo un nuevo paquete de reformas estructurales.
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El que un grupo de políticos siga oponiéndose a éstas es indicativo de cómo los intereses personales o de partido pueden pesar más que los de un país.
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* El autor es columnista de Reforma.