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Reforma electoral <br>Para domar al mons

Luego de 18 meses de dimes y diretes entre los partidos, hubo consenso para formar parte de la Const
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Leviatán era el nombre de un temible monstruo marino que en la Biblia representaba a los adversarios sobrenaturales de Dios. A la vez enemigo y cómplice de los hombres, el Leviatán bíblico sirvió de analogía para que en el siglo XVII el pensador político inglés Tomás Hobbes describiera al Estado moderno: un monstruo capaz de infundir obediencia por parte de los individuos, creado por ellos mismos para garantizarse paz y seguridad en sus relaciones sociales, pero negligente a veces y, por tanto, amenaza de los propios hombres. Hoy en México, con el Leviatán desbordado, se busca domarlo, reformarlo.

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La reforma del Estado está en marcha y ante la magnitud de la tarea se ha comenzado por lo más elemental: diseñar y organizar la forma en que habrá de elegirse a quienes se responsabilicen directamente de controlar al monstruo, es decir, el sistema electoral. Tarea elemental, pero nada sencilla. La historia de las reformas en materia electoral en México ha estado marcada, según muchos, por las necesidades coyunturales del partido en el poder desde 1929: el PRI (en sus orígenes, el Partido Nacional Revolucionario).

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¿Unanimidad sospechosa?
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Para numerosos analistas, durante el auge de la hegemonía priísta, el gobierno abría sólo las válvulas necesarias para dejar escapar la presión social. Así, señalan, cuando consideró conveniente tener competidores, permitió el avance de otros partidos; cuando asumió como necesaria la existencia de diputados opositores en el Congreso de la Unión, facilitó los caminos de acceso; al creer prudente aumentar los votos que le legitimaran en el poder, trabajó con mayor ahínco con las mujeres y los jóvenes —las primeras ya contaban con el derecho a sufragar y se había reducido la edad en que los últimos adquirieron calidad de ciudadanos—; cuando la oposición comenzó a ser una amenaza, volvió a cerrar los caminos de acceso, proscribió las alianzas y frentes comunes entre los opositores.

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Hoy el gobierno y el PRI responden a una nueva necesidad coyuntural, pero esta vez ya no son los únicos dueños del circo: los enanitos crecieron. Por lo tanto, no queda de otra que negociar con ellos. El monopolio de las decisiones se rompió. Es el paso de un partido -hegemónico a uno dominante.

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Pero, a diferencia de otras reformas electorales en que la oposición protestaba entre gritos y sombrerazos contra el gobierno y el PRI, esta vez sorprendió el consenso de los partidos representados en el Congreso para reformar la Constitución, paso obligado para modificar luego las leyes y reglamentos electorales. Pero como toda unanimidad es sospechosa, no faltaron suspicacias que insinúan un nuevo arreglo para mantener el monopolio del poder, esta vez —dicen algunos analistas— repartido entre los partidos y dejando de lado a la sociedad.

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Partidos vs ciudadanos
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Para José Woldenberg, ex consejero ciudadano del Instituto Federal Electoral (IFE), el contraponer sociedad a partidos políticos “es una operación intelectual que no alcanzo a seguir; los partidos están compuestos por ciudadanos”. Aclara: “No hay democracias en el mundo sin sistemas de partidos. Y estos son corrientes de opinión que tienen un ideario, una red de relaciones, ciudadanos que se agrupan para luchar por el poder o para defenderlo. Y, hasta donde yo entiendo, esta reforma puede ser útil también para la emergencia de nuevos partidos; no está cerrando las puertas ni ha sido pensada sólo para los ya existentes”.

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Sobre el mismo asunto, Jacqueline Peschard, profesora-investigadora de El Colegio de México, sostiene: “En la reforma de los procesos electorales los sujetos por excelencia son los partidos políticos. No puedo imaginarla sin estos como los actores fundamentales del proceso de negociación; hay una falsa disyuntiva. Entiendo a los partidos como entes que organizan la acción política de los ciudadanos”.

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Pese a esto, admite que hay reclamos de algunos grupos de la sociedad que no se sienten representados en los partidos políticos: “Reclaman qué tanto las cúpulas partidarias efectivamente recogieron las demandas democráticas de la sociedad; pero lo hacen organizaciones que no se identifican como partidos, sino como defensoras de intereses específicos: derechos humanos, ecología, etcétera”.

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Dedicada al estudio de la actual reforma del Estado, Peschard sostiene que la unanimidad “sospechosa” de los partidos “es fruto del ambiente político de México”, es decir, que si no hay acuerdos entonces no se atendieron las demandas de los distintos actores, y si hay “viene la suspicacia de que todos están emba­rrados en un proceso de transacción”.

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Mientras tanto, los partidos continúan con la reforma, asumiendo que los votos que les dieron presencia en el Congreso los aprueban como actores únicos de la discusión. Sí hay transacciones, pero no cargo de conciencia, afirman por separado conspicuos miembros del PRI, PAN y PRD; aseguran que en las negociaciones se antepuso el bien de la sociedad.

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El PRI se dice dispuesto a ceder hasta donde la democracia lo pida; en el PAN permanecen dudas sobre la continuidad del consenso en la legislación secundaria y en el PRD hay desconfianza por la “resistencia” al cambio por parte de gobierno y PRI.

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La reforma a 16 artículos de la Constitución, las adiciones a otros y la derogación de unos cuantos más, medidas aprobadas de manera definitiva por el Senado el pasado 1º de agosto, son sólo el primer paso. La fiesta apenas comienza.

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Democracia, ¿con o sin PRI?
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La idea de que en México no habrá democracia hasta que el PRI pierda la presidencia de la república es “totalmente falaz”, -considera Agustín Basave, presidente de la Fundación Cambio XXI Luis Donaldo Colosio. Autor de la redacción de los principios priístas recientemente aprobados, asegura: “Hace tiempo que pasó la etapa en la que las ganancias de la democracia eran pérdidas para el PRI; ya estamos en un momento en que podemos ganar todos”.

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Explica que la esencia de la democracia no es la alternancia en el poder sino el respeto a la voluntad popular; si la voluntad popular indica la alternancia, dice, bienvenida sea, pero si no, bienvenida la permanencia.

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Miembro fundador del Grupo San Ángel y ex diputado federal del PRI por Nuevo León, considera que la reforma electoral “fue un paso hacia adelante en el que ganamos todos. Claro que hay pequeñas pérdidas para algunos partidos, incluido el mío, pero en lo fundamental creo que todos salimos ganando”.

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Según él, la percepción de que el PRI debe perder para que México se considere democrático, revela una confusión. “Esto es resultado de un sistema político en el cual un partido ha sido dominante durante tantos años”. Advierte que dentro de esta lógica, el PRI está dispuesto a ceder “hasta el límite que fijen la sen­satez, el sentido común y, en última instancia, el límite de la democracia”.

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Doctor en Ciencia Política, Basave señala que la transición democrática en México implica fundamentalmente sustituir los viejos consensos -intrapartidistas, por consensos interpartidistas.

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Y abunda: “Tenemos un sistema político que se fundó con base en un solo partido; un partido-entero le llamo yo: Plutarco Elías Calles no quiso fundar un partido, sino un entero, una institución dentro de la cual cupieran prácticamente todos los mexicanos y dentro de la cual se dirimieran pacíficamente todas las disputas por el poder”. Para él, eso funcionó muy bien durante muchos años hasta que la sociedad mexicana se fue -diversificando y haciéndose más plural, y ya no cupo toda en ese gran -partido-entero; entonces los partidos de oposición, “que antes habían sido meramente testimoniales”, se convirtieron en opciones reales de poder forzando a que los consensos que antes estaban dados dentro de un solo partido se extendieran para incluir a las otras fuerzas.

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“El gran reto de la reforma política del Estado —añade— es extender esos consensos para abarcar a todas las fuerzas políticas y que todos estemos de acuerdo en lo fundamental que son nuestras normas de convivencia; creo que esta reforma va encaminada a generar certidumbre. La palabra del fin de siglo mexicano es certidumbre. Los mexicanos pedimos a gritos certidumbre política, económica, jurídica...”

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Pacto de Estado
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“Me atrevo a decir —señala por su parte el panista Gabriel Jiménez Remus, vicepresidente del Senado— que se logró el consenso que está en los límites de un pacto de Estado.” El miembro del Comité Ejecutivo Nacional del PAN, ex diputado federal y actual senador por Jalisco, atribuye dicho consenso a la disposición de todos los actores para sacrificar intereses específicos en aras del acuerdo general.

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“Si el gobierno hubiera mantenido la decisión de sancionar previamente a la -oposición, adelantándose a sus argumentos con el fin de permanecer en el poder; si la oposición hubiese pretendido logros positivos para el país, pero los factores reales de poder no lo hubieran permitido; si se hubiese mantenido el criterio de la oposición de desaparición inmediata del partido mayoritario como partido de Estado, hubiera sido muy difícil la consolidación del consenso. Creo que eso es lo más importante de la reforma electoral.”

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Y lo dice con conocimiento de causa, pues el PAN se ausentó durante varios meses de la discusión para la reforma, por considerar la existencia de fraude en las elecciones locales de Puebla. Jiménez Remus considera que la unanimidad fue resultado de que todos los partidos tuvieron conciencia de la necesidad de ceder, para consolidar una reforma que enfrentó tropiezos por la importancia del tema. Apunta que se trata de una primera etapa.

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Aun cuando queda muy poco por delante, el camino más difícil será llevar las reformas constitucionales a la legislación secundaria, que será la manera de operacionalizarlas. “El reto es más difícil ahora porque el consenso debe mantenerse como continuación de lo manifestado en la reforma constitucional.”

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Una reforma coja
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La reforma está incompleta, “coja”, dice el coordinador del PRD en el Senado, Héctor Sánchez. Sin embargo, opina que era urgente sacarla adelante ante la proximidad de las elecciones de 1997. Matiza el consenso con que se arribó al acuerdo y considera que todavía hay muchas resistencias de parte del gobierno y del PRI para realizar una transformación de fondo en el sistema político.

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“Debe borrarse la idea de creer que el poder es patrimonio de un partido y no de la sociedad. El PRI, ante cualquier avance democrático, piensa que está cediendo, que está otorgando algo de su patrimonio —señala—, y para ellos ceder espacios significa ceder al PRD, al PAN, al PT, y no a la sociedad, su derecho a elegir libremente a sus gobernantes.” Por esto, advierte, la reforma no es la que su partido hubiese querido.

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Él mismo se pone como ejemplo para demostrar que la unanimidad tiene matices: “No fui a la firma de ese convenio -porque no estoy de acuerdo en algunos puntos de las propuestas que se hicieron”. Sin embargo, acepta que su partido avala la reforma. Pero no finca demasiadas esperanzas en ella: “de la ley escrita a su aplicación correcta hay un paso de la muerte en el que gobierno y PRI no se han caracterizado por ser los mejores ejecutores”.

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La seguridad y garantía de que las cosas van a caminar bien a partir de ahora lo dará la aplicación correcta de la ley, “que el gobierno llegue a un grado de madurez institucional: necesitamos -reinstitucionalizar al Estado y eso depende mucho del comportamiento del gobierno”.

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En definitiva, cabe preguntarse, ¿los 18 meses que se necesitaron para llegar a coin­cidir en la reforma constitucional, -habrán marcado un camino común para seguir domesticando al Leviatán de México?

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