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Unos más iguales que otros

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Se hizo la luz. La controversia entre Demetrio Sodi y Fernando Escalante -(ver Expansión 725, septiembre 24) acerca de lo que es el PRD no tiene desperdicio. Define y distingue.

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Con la ayuda del politólogo Norberto Bobbio, el perredista Sodi (antes priísta) ubica a su partido en el centro-izquierda. El rasgo que define al PRD es que busca la igualdad social y le otorga al Estado la responsabilidad para “remover los obstáculos que convierten a los hombres y a las mujeres en menos iguales”.

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Por su parte, Escalante concluye con deliciosa ironía: “La ideología del libro de texto gratuito. Acaso ése sea el futuro de la patria, sólo que se parece mucho al pasado”.

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Lo que no queda muy claro en la exposición del diputado Sodi es el concepto de igualdad. Si se desea hacer una exégesis benévola de los malabarismos que realiza Sodi para explicar que el PRD no es tan ingenuo para pensar que todos somos iguales, pero tampoco es tan desalmado para conformarse con la desigualdad, podría decirse que el PRD es neuróticamente igualitario. Semeja a los neuróticos que saben que no son Dios, pero ello les provoca un gran disgusto. Acepta que la igualdad es utópica pero dice que no descansará hasta remover los obstáculos que la impiden.

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Tal vez otra ayuda que podría haber invocado Sodi es la de George Orwell: todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros.

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En realidad, para mejor comprender a Sodi y al PRD hay que irse unas líneas más adelante. Ahí donde define al PRI como “un partido que vive en una total contradicción, ya que apoya un programa de gobierno contrario a su declaración de principios”. Esto significa que el día en que el PRI sea congruente con su declaración de principios, al decir de Sodi y de otros perredistas distinguidos, o desaparece el PRD por inútil o los priístas en masa se mudan al PRD llevándose consigo el escudo tricolor que los identifica tramposamente con la República.

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Aquí Sodi hace contacto con el velado sarcasmo de Escalante: “Acaso ese sea el futuro de la patria, sólo que se parece mucho al pasado”.

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Y es perfectamente congruente con lo que dijo Cuauhtémoc Cárdenas en una entrevista por televisión (22 de junio de 1997): “No soy yo el que cambié, fue el PRI el que cambió”.

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Todo esto habría que avisárselo a los ingenuos seguidores del PRD, que creen que se trata del partido de los conversos a la democracia. No hay tal. En todo caso, el perredismo es el auténtico PRI, el de siempre, en contraste con el actual que, dicen, ha abandonado la senda original. Pensar que en el camino de Damasco, Cárdenas, Porfirio, López Obrador, Sodi de la Tijera, García Sáinz o el general Garfias cayeron del caballo y se convirtieron en demócratas es una ingenuidad. Se bajaron del caballo de la “revolución institucional” cuando el equino, a su juicio, se fue hacia la derecha y se arrojó en brazos del malhadado “neoliberalismo”.

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Con un poco más de cinismo habrá quien advierta que el problema en muchos casos más que ideológico es ocupacional: el PRD es la alternativa para quienes ya no encuentran acomodo rentable en el PRI.

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Todo lo cual, para desgracia de Sodi, le da la razón a Escalante cuando advierte que puesto en blanco y negro “el PRD aspira ser el partido de la cargada; por eso procura que el partido se confunda con la República como hacía el PRI”.

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Tal vez esto explique por qué verdaderos luchadores independientes de izquierda, digamos un Gilberto Rincón Gallardo, abandonan la nave del PRD. Tienen el olfato lo suficientemente aguzado para detectar que eso se está pareciendo mucho, al grado de la igualdad, al PRI de toda la vida. Habrá quien los tenga por inconstantes cuando en realidad su insignia es la congruencia.

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Volviendo al afán igualitario de Sodi y los perredistas, que podría motejarse de igualitarismo salvaje, de forma esquemática cabe resumir que tiene los defectos típicos de la vieja izquierda: rechaza la igualdad en el punto de partida que es divisa del liberalismo (todos somos iguales ante la ley, un hombre es un voto) y nos propone una inalcanzable igualdad en el punto de llegada. Ya se sabe, en el trayecto hacia ese paraíso terrenal en que todos seremos iguales el que reparte y comparte (los burócratas del partido, los funcionarios, los políticos profesionales) se queda con la mejor parte. Todos seremos iguales, pero esos tales son más iguales que el resto.

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