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Vivir de ajeno

Saber vivir bien... y hacerlo a costa de un tercero. Esta es la fórmula de la felicidad (casi) perp
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Hay gente que nació sin eso que una amiga –gran observadora y ferviente fanática del método Montesori– llama "noción de límites". A lo que se refiere mi querida camarada es, sin duda, a lo que otros llamarían falta de prudencia, aunque quizá en un sentido más amplio, pues no sólo atañe a la conducta de una persona, sino a la imagen que tiene de sí misma y que inevitablemente transmite a los demás.

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De los detalles fuertes del caso me informé casi por casualidad, y hoy sé que más le valía a don Ricardo Leaño el que nunca me hubiera enterado de sus peculiares predilecciones a la hora de viajar, asistir a comilonas de "negocios" y pasar las facturas de sus servicios, "gastos y viáticos" a la empresa donde lo contrataron como consultor externo.

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El mencionado –director general de una firma que le vendía a nuestra compañía consultoría en asuntos legales– es eso que muchos suelen denominar bon vivant; o sea: un tipo que sabe vivir bien. Lo que nadie sospechaba es que, además, era un vividor; es decir: alguien que vive a costa de los otros. Bonita combinación, ¿no? Saber vivir bien… y hacerlo a costa de un tercero. No creo que exista una situación mejor para cualquier ser humano. Claro que, desde el punto de vista moral, las calificaciones de este tipo de gente ya no resultan muy altas. Pero Leaño sabía su negocio, o en lenguaje priísta: "sabía cómo hacerlo".

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Hace cosa de tres meses, la corporación inició los procedimientos para comprar 100% del capital de una firma hermana, cuya sede está en una capital sudamericana (Santiago de Chile). Por supuesto, la empresa solicitó los servicios de don Ricardo para que le asesorara en el teje y maneje de la compra, lo que lo obligaba a asistir a varias reuniones aquí y allá.

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A mí no me consta, pero me dicen que los servicios de Leaño son de primera, con apabullantes presentaciones que aclaran los puntos fundamentales de una agenda, recomendaciones puntuales, manuales y anexos que dejarían verde de la envidia a cualquier asesor presidencial. Lo que sé es que el costo de sus servicios también son de "primer mundo" y que, por la naturaleza de su trabajo, factura separadamente lo que corresponde a servicios y sus gastos a terceros, incluyendo viáticos.

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Un día, de manera súbita, nuestro director le ordenó a don Ricardo que lo alcanzara en la capital andina para una reunión de emergencia, aunque casi inmediatamente estaba obligado a regresar a esta ciudad de los palacios, con el fin de asistir a una junta de seguimiento sobre los procedimientos para la compra de la actual subsidiaria.

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Obediente, Leaño realizó el viaje inesperado, acompañado por sus dos principales colaboradores. Participó en la junta de urgencia al lado del director general y regresó a cumplir con sus demás compromisos. El detalle fue que, ya sentado en su lugar dentro del avión, nunca se dio cuenta que algunos ejecutivos de nuestra compañía viajaba en el mismo vuelo que él. Inadvertidamente, éstos pasaron a su lado, sólo para darse cuenta que tanto el consultor como sus colaboradores viajaban en clase ejecutiva, mientras que los funcionarios de la propia empresa lo hacían en clase turista (efectos de la crisis). El chisme corrió como reguero de pólvora.

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Una vez confirmada la especie, el director legal le comentó "casualmente" el hecho a nuestro director general y, un par de semanas después, el contralor recibió la orden de auditar detalladamente las facturas y los reportes de gastos del magnánimo proveedor. El resultado fue una larga lista de abusos, desde botellas de vino y cuentas increíbles de gastos de hotel –masajes, lavandería, servibar– hasta los infaltables boletos de avión en clase ejecutiva en cada viaje que realizó en los últimos cinco años. -

El director general lo citó a una breve reunión en la que le agradeció sus servicios y dio por terminada la relación. Cuando el cesado preguntó por qué, le mostraron una copia de la auditoria. Rojo de vergüenza, Leaño abandonó la oficina. Por supuesto, él asegura que en esta corporación somos una bola de miserables y tacaños. Como digo: hay quienes no tienen sentido de los límites.

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