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Wall Street y los emisarios del poder

Los analistas de compañías latinoamericanas basados en Nueva York son constantemente citados y ten
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Cada vez más gente tiende a pensar que son ellos los que deciden el destino de los grandes capitales en el mundo. Pero ellos no lo ven así: si bien reconocen tener influencia, se defienden argumentando que el mercado y su lógica implacable siempre será más fuerte que sus apuestas.

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Se trata de los analistas dedicados a investigar los mercados emergentes: desde sus despachos en el distrito financiero de Nueva York, mejor conocido como Wall Street, llevan día a día una lucha contra el mercado para adelantarse a sus tendencias, desenterrar las gangas y predecir las buenas rentabilidades a todos aquellos grandes inversionistas que se dejen aconsejar.

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Y la verdad es que cada vez son más los grandes capitales que les hacen caso. Hasta finales de los años 80, prestigiosos nombres de banca de inversión como JP Morgan, Merrill Lynch, Goldman Sachs, Morgan Stanley o Salomon Brothers apenas contaban con un reducidísimo grupo de analistas en Nueva York para sus operaciones en América Latina, el cual estaba dedicado a aconsejar acerca de las inversiones a realizar en todo un grupo de países. Hoy, las áreas de análisis para mercados emergentes están divididas por regiones, con investigadores especializados en un sector económico específico. Incluso ya existen firmas internacionales que empiezan a crear sus propias áreas de análisis de apoyo ubicadas físicamente en ciertos países de la región.

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“Vivimos un verdadero boom de la inversión dirigida a los mercados emergentes”, ratifica Jorge Mariscal, director del área de análisis de América Latina de Goldman Sachs. La historia no es nueva: desde que se desató la ola de privatizaciones en América Latina a finales de los 80, muchas empresas estadounidenses y europeas han buscado comprar papeles de inversión en la región. Con el aumento de la competencia entre los bancos de inversión para servir de intermediarios en las transacciones, las firmas buscaron diferenciarse conformando áreas de análisis que pronosticaran cada vez mejor cómo entender la lógica de los “imprevisibles” mercados latinoamericanos y aconsejar hacia dónde convenía dirigir los capitales.

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La sorpresiva devaluación del peso en México hace tres años y su posterior efecto tequila en la región terminó por configurar lo que es el actual panorama de la inversión y el análisis en Nueva York dedicado a América Latina. Por el lado de los inversionistas, muchos huyeron espantados jurando un “nunca jamás” por la traición que se cometió contra sus inversiones: “En 1991 vinieron todos a invertir a América Latina, en 1995 se fueron todos y ahora se han quedado los que saben dónde están”, explica Alberto Montagne, vicepresidente de análisis para América Latina de Lehman Brothers.

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La crisis de 1994 también cambió la dinámica de las firmas de análisis: “Hasta 1994 las casas de bolsa mexicanas constituyeron buenos equipos de analistas, con todas las características para asesorar al mercado internacional –recuerda Pablo Riveroll, director de análisis de Merrill Lynch en México–. Con la crisis, no pudieron retener a sus buenos elementos, quienes se refugiaron en los grandes bancos internacionales.” Es así como, explica el directivo, el nivel de análisis de las casas de bolsa locales sufrió un bajón tremendo que, asegura, es todavía difícil de recomponer de cara a la enorme infraestructura desarrollada por las firmas internacionales.

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EL COLOR DEL DINERO
Es por ello que ahora las principales “estrellas” en análisis para América Latina se encuentran, en gran parte, en Nueva York. “Es como en los deportes: el dinero compra gente y se crean equipos: Wall Street tiene esa capacidad”, dice Montagne. Hervidero de talentos dispuestos a sacrificar vida privada y horas de sueño por el prestigio de trabajar en la zona financiera y la contraparte de un sueldo sustancioso, la mayoría de las bancas de inversión cuenta con una mina de jóvenes talentos venidos del mundo entero dispuestos a darlo todo para demostrar su alto valor para la compañía.

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Para el área de investigación en América Latina muchos provienen de la región, aunque no todos. También los hay de origen anglosajón, sin mucho conocimiento previo del mundo latino, que estudiaron español y la historia del continente a marchas forzadas para hacerse un hueco en un mercado que han visto en auge constante. Para ellos, el efervescente mundo de los mercados emergentes brinda un campo para crecer en su profesión con mayor rapidez y menos obstáculos que los que proporciona el ya demasiado competido mercado de análisis para compañías afincadas en Estados Unidos.

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Pero el analista tarda mucho tiempo en conformarse, sobre todo de cara a consolidar una credibilidad que respalde sus augurios. Hasta la fecha, no existe ninguna fórmula prefijada para convertirse en un buen investigador de mercados. De hecho, muchos de los que ahora fungen como tales aseguran haber llegado a su puesto casi por cuestiones de azar: la mayoría proviene, en todo caso, de la banca de inversión o firmas consultoras cuando se dedican a análisis de compañías bursátiles, mientras que aquellos que valoran bonos de estado y riesgos de países hicieron carrera previa en organismos financieros internacionales u oficinas de gobierno.

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Para ser un buen analista de compañías, además de conocer el sector, hay que poseer, ante todo, un buen conocimiento de los mercados financieros, tanto en sus aspectos cuantitativos como cualitativos. “Frente a una determinada situación, hay que anticipar siempre dos cosas: lo que la compañía hará y cómo el mercado va a reaccionar a su decisión. Las acciones se negocian con base en expectativas, no en su desempeño histórico”, explica John Chan, analista del sector comercial latinoamericano en Goldman Sachs.

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Así pues, el trabajo de estos analistas es conjuntar una infinidad de variables para predecir a los inversionistas lo que pasará con sus rendimientos en 1998 y 1999, e incluso en el 2005 o 2010. Contrariamente a lo que se cree, los analistas de los mercados latinoamericanos son en su mayoría de los denominados “fundamentales”, es decir, su misión es prever tendencias de mercado y rentabilidades para inversiones de por lo menos un año de plazo. Por oposición a los analistas técnicos, ellos no son directamente responsables de los movimientos especulativos del día a día generados por los llamados capitales golondrinos.

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¿Y cómo anticipar ganancias a tan largo plazo en mercados emergentes como el mexicano, sujetos a una alta volatilidad de enorme impredecibilidad? A pesar de que exista una tendencia creciente a una mayor estabilidad y apertura en esos países, la cantidad de imponderables a la que están sujetos los inversionistas se antoja, cuando menos, difícil de resumir para establecer conclusiones claras.

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Y es allí dónde interviene una regla básica en la que todos los analistas creen firmemente: el mercado es siempre más sofisticado que cualquier persona o situación que influya sobre él. En otras palabras, una empresa bien administrada de acuerdo con su mercado terminará siempre por ganar. “Lo más importante para identificar un objetivo de inversión es la búsqueda de una gestión visionaria. Eso permite que la inversión reditúe en el mediano plazo, sin importar que el mercado esté bien o mal”, explica Jorge Mariscal.

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No obstante, ser analista significa, en muchas ocasiones, reconocer la posibilidad de equivocarse: “No se puede ser infalible, porque se trabaja con información incompleta, en un mundo muy cambiante y caótico. Es fácil equivocarse, y el mercado lo perdona. Lo que no perdona es la mala fe y la negligencia. Si reconoce honestidad y coraje, se respeta”, comenta Daniel Abut, analista de bancos latinoamericanos de Goldman Sachs. Según él, en el mercado hay “demasiados analistas grises”, que serían aquellos que buscan el consenso del mercado y lo siguen. Ellos serían los adeptos a la filosofía de “lo que diga la mayoría, lo digo yo”.

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Se pueden encontrar buenos analistas de 30 años de edad y también de 50, aunque la tendencia es que cada vez sean más jóvenes. La regla es que, antes de efectuar una primera recomendación de inversión, es necesario pasar como mínimo un año estudiando en profundidad el sector en el que se especializarán. Después de numerosos viajes a la región, acopio de información de todas las fuentes posibles y observación de los movimientos accionarios, se les permite adentrarse en la difícil tarea de aconsejar hacia dónde se moverá una pequeña aunque significativa parte de los cerca de $120,000 millones de dólares que componen la capitalización total del mercado mexicano.

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Su arma predilecta es el teléfono. A través de él mantienen contacto por lo menos dos veces a la semana con sus clientes: los inversionistas más importantes del mercado. Si bien su cartera incluye por lo general entre 800 y 1,500 instituciones, apenas un centenar de ellas son responsables de 90% del volumen de transacciones financieras que se realizan en América Latina. El resto de los clientes recibe puntualmente los informes detallados y los correos electrónicos con las recomendaciones de compra o venta para su inversión.

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Aquellos que arriesguen una opinión fundamentada y consigan un mayor número de aciertos acceden directamente al reservado “Olimpo de las estrellas”, un listado de los analistas más acertados en sus predicciones que todos los años publica la revista Institutional Investor, basado en una encuesta efectuada entre los principales inversionistas institucionales estadounidenses. Aquellos que aparezcan en la lista de forma más regular serán los que tendrán el raro y buscado privilegio de ser uno de los investigadores destacados cuya opinión marca una tendencia sobre la de la mayoría.

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Sólo así su papel de consejeros con derecho a voz para la dirección de los capitales, se convierte también en un derecho a voto que influye de forma directa aunque temporal sobre el mercado. “Si un analista es bueno, tiene que ser capaz de cambiar la tendencia de una acción”, dice Chan. Pero para ello es necesario construir una reputación a base de muchos años de credibilidad. Con la incipiente conformación de los grupos de análisis para América Latina, las actuales estrellas están todavía lejos de brillar con el mismo fulgor con el que brillan los analistas dedicados al mercado estadounidense.

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“Nuestro objetivo final es siempre influir en el mercado de manera positiva para nuestros clientes. Según el número de veces que los inversionistas vuelvan a buscar nuestros comentarios, podemos saber qué tanto valor agregado les estamos generando”, comenta Rafael Bello, analista de bancos latinoamericanos para Morgan Stanley.

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LA DIFÍCIL RELACIÓN CON LAS EMPRESAS
Sus únicos clientes son los inversionistas, pero para servirles los analistas necesitan obligatoriamente de la colaboración estrecha de las compañías. Y eso, en América Latina, todavía está lejos de ser algo entendido por la mayoría. “La diferencia básica entre un analista de mercados emergentes y uno de países desarrollados radica en la calidad de la información disponible –comenta Abut–. Muchos fracasan cuando analizan compañías latinoamericanas como si se tratara de estadounidenses, porque están acostumbrados a operar con una metodología que todavía está en pañales en la región”.

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En Estados Unidos, la mayoría de las grandes empresas se ocupa de mimar continuamente a los analistas citándolos a las llamadas conference calls, unas reuniones en las que se les da una guía (guidance) para que entiendan las tendencias de mercado y las expectativas trimestrales de resultados de la empresa. Cuando las cifras previstas no se van a materializar, las compañías se encargan de preparar al mercado anunciando públicamente que los resultados podrían ser “algo inferiores” a los previstos, con lo que provocan que los analistas reconsideren a la baja sus expectativas iniciales y así evitan una decepción por parte de los inversionistas a la hora de presentar los verdaderos resultados.

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En América Latina, salvo las honrosas excepciones de las grandes empresas con amplia experiencia en los mercados internacionales como Cemex, Cifra o Bimbo, son pocas las que se ocupan de mantener bien enterados a los analistas de sus movimientos y perspectivas. La gran mayoría ni siquiera se preocupa por elaborar proyecciones fiables.

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Por si fuera poco, con una inflación anual de 1.7%, en Estados Unidos el estimado de los dividendos trimestrales por acción se vuelve un factor crítico en el monitoreo de ganancias de una compañía y, por lo tanto, de la bursatilidad en sus acciones. En el azaroso mundo macroeconómico latinoamericano, es mejor no andar tan preocupado con el hecho de que las ganancias previstas se cumplan con una exactitud milimétrica, sino que es mejor garantizar que la tendencia de negocio y los grandes objetivos seguirán un curso conforme a lo anunciado.

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Pero aún así, los analistas se quejan de que muchas compañías de la región, sobre todo las de mediano tamaño o nuevo ingreso a los mercados, sólo se preocupan por maximizar la rentabilidad de la colocación inicial de acciones y se desinteresan por el desempeño posterior de los títulos que han lanzado. “A muchos empresarios les falta entender el papel preponderante del inversionista, aunque éste posea un paquete minoritario de acciones. Es una visión miope, porque cuando necesiten regresar al mercado en busca de más recursos nadie les volverá a hacer caso”, comenta Mariscal.

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Todos se quejan de que hay demasiadas empresas dispuestas todavía a recurrir a la política del avestruz cuando hay que anunciar un incumplimiento de expectativas. Incluso unas pocas tratan de engañar a los investigadores con resultados falsos. “Hay compañías que se niegan a enfrentar la realidad y esconden un problema camuflándolo con vistas a que se mejore para el siguiente trimestre. No se dan cuenta de que la verdad, aunque duela, es siempre mejor. De lo contrario, el mercado te penaliza”, dice Montagne.

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Este tipo de prácticas, coincide la mayoría de los entrevistados, se debe al papel preponderante que todavía guarda la administración familiar en la región, algo que ayuda a que se confundan los intereses particulares de la familia con los institucionales. Es por ello que, salvo las constantemente citadas excepciones de Cemex o Bimbo, los analistas se inclinan siempre a preferir compañías que hayan dado muestras de confiar la dirección en manos de profesionales reconocidos y no aquellas que buscan mantener una administración amarrada a los lazos sanguíneos.

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No obstante, todos concuerdan en que la crisis económica ha mejorado de manera sustancial la percepción que las empresas mexicanas tienen de los analistas. Cada vez son más las compañías que instauran un departamento dedicado a mantenerlos informados y se muestran mucho más cumplidoras en el anuncio de perspectivas de resultados.

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¿Y, en ese caso, cuál sería la mejor manera de comunicar las proyecciones? Chan distingue dos tipos de compañías en la región: las conservadoras y las demasiado agresivas. Él personalmente dice preferir el primer grupo: “Las empresas tienen que entender que la cotización de las acciones no se incrementará sólo porque reportaron enormes ganancias. La cotización depende de los inversionistas, y ellos no sólo juzgan la administración, sino también a México y el sector. Es por ello que las compañías más conservadoras en sus proyecciones tendrán mejores resultados en su desempeño accionario que aquellas siempre agresivas.

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Cuando se opera en Latinoamérica, es mejor no arriesgarse a decepcionar a los inversionistas.”

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LOS PELIGROS DE SALTARSE EL MURO
Un analista debe de manejar sus recomendaciones basándose únicamente en la información pública disponible en el mercado. Sin embargo, la mayoría de las casas de análisis mundiales poseen también un área de banca de inversión con la que realiza sus negocios aparte. Por ello existe el peligro de que el analista pudiera enterarse, a través de uno de sus colegas de banca, de información privilegiada acerca de una empresa, que luego podría ser utilizada en sus predicciones.

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Para ello se crearon los llamados muros chinos, que impiden que aquellas personas que trabajen en la misma entidad y posean información confidencial de una compañía no tengan, bajo ningún caso, contacto alguno con los analistas.

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Un caso práctico: hay un rumor persistente de que Goldman Sachs está buscando asociarse con Grupo Financiero Banacci. Cuando se le pregunta a Abut, el analista del banco mexicano para la firma estadounidense, responde: “Si eso es verdad, a mí no me han dicho nada en la empresa y lo único que conozco es lo que leo en los periódicos. Pudiera parecer increíble, puesto que yo sería de los más indicados para aconsejar a Goldman en esa supuesta transacción.”

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Si por cualquier motivo Abut llegara a enterarse de un dato confidencial acerca de Banacci, el analista se vería obligado a recurrir a los abogados de la empresa, plantearles el problema y reservarse la opinión en caso de que cualquier inversionista le pregunte por la entidad mexicana. De lo contrario, incurriría en un delito que, aparte de mandarle a prisión y destruir su reputación si fuera descubierto, dañaría irreparablemente la reputación de la firma. Conscientes de ello, la mayoría de las grandes casas internacionales posee mecanismos efectivos para garantizar la inquebrantabilidad del muro chino.

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Pero existe una parte aún más delicada que no constituye delito: toda firma que se analiza representa un cliente potencial de banca de inversión. El analista puede caer en la tentación de recomendar una emisora para “hacer buena letra”, decirle lo que quiere escuchar y así incrementar las posibilidades de que luego recurra a su banco a la hora de hacer algún negocio.

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En tal caso, no hay ninguna regulación que prohíba o censure la posible falta de objetividad de un analista. “No se trata de respetar una ley, sino una reputación, y cada analista tiene que ser su propio juez y ser consciente de que su único activo en el mercado es su credibilidad. El día que la hieres, nadie te seguirá”, coinciden todos cuando se les pregunta por ese peligro argumentando que, al final, todo se sabe y el mercado los corrige. Lo que nadie menciona es el lapso que puede transcurrir para que el yerro se ventile.

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Para evitar el riesgo de subjetividad, el sueldo de los analistas no incluye ninguna comisión en caso de que los inversionistas sigan sus recomendaciones y generen un negocio para el área de banca de inversión. El análisis es un servicio que los bancos y casas de bolsa ofrecen gratuitamente esperando de buena fe que, a cambio de una buena asesoría, el inversionista termine recurriendo a aquella entidad de cuyo analista escuchó el consejo.

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Quienes se salvan de estas sospechas son las agencias calificadoras de riesgo tales como Standard & Poor’s y Moody’s, las cuales se dedican a analizar la deuda de compañías sin tener detrás respaldo de un banco de inversión que a su vez esté buscando hacer negocio con esas mismas compañías.

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En México, sin embargo, hay muchos muros chinos que parecen más bien hechos de papel poroso. En Estados Unidos casos como el de Accival, la principal casa de bolsa de México (perteneciente a Grupo Banacci), en la cual el director de análisis funge también como director de sociedades de inversión, constituirían un gravísimo delito. Según comentan los entrevistados, en México es muy usual que una casa de bolsa compre acciones y luego publique un reporte recomendando esas mismas acciones. Tales prácticas no contribuyen, desde luego, a engrandecer la imagen de las casas de bolsa locales frente a la cada vez mayor competencia de las internacionales.

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¿Pero qué tan confiable es analizar esa información desde un rincón tan alejado de la cultura latinoamericana como es Nueva York? La mayoría arguye que con el uso de las nuevas tecnologías, la distancia ya es muy relativa. Todas las mañanas, los analistas consultan vía Internet en sus despachos de Manhattan los titulares de los principales diarios de la región. Están en contacto permanente con las empresas que monitorean y se obligan a visitar al menos una vez cada trimestre el país, en donde se entrevistan con los diferentes actores del sector e informantes externos, además de percibir físicamente la actividad de las compañías.

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Todas arguyen que estar en Nueva York les permite ver el cuadro completo, para establecer comparativos tanto entre los diferentes países de la región como entre los diferentes mercados emergentes a la hora de evaluar sus recomendaciones. Además, señalan, es una manera de no verse cegados por cierto grado de “negativismo” sectorial que muchas veces impera en la percepción de quien vive en esos países.

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Sin embargo, para Riveroll, de Merrill Lynch, es muy difícil que un analista que no haya vivido en el país que cubre y que apenas lleva un par de años en contacto con el mercado pueda tener una percepción muy cercana a la realidad cultural de un sector: “Aunque visite cada tres meses el mercado, no tiene manera de saber a ciencia cierta por dónde van las relaciones empresariales, los conectes de los grupos de poder”, dice. Es por ello que la firma, que sigue dictando sus análisis desde Nueva York, ha establecido un pequeño grupo de cuatro analistas que apoyan sobre el terreno y ayudan a una mejor toma de decisión para cada uno de los analistas regionales por industria.

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Goldman Sachs también dice tener pensado un esquema similar de cara a expandir su servicio de análisis en América Latina. Mariscal lo resume con un nuevo concepto: el de “globalización”. “Se trata de ver los árboles y también el bosque para integrar el punto de vista local dentro de una perspectiva global.” Y son cada vez más las firmas que apuestan por una organización mixta, en espera de que un probable futuro desarrollo de los mercados de capitales de cada país justifique estructuras locales de análisis del tamaño de las que ya existen en los países industrializados.

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Esto tampoco augura un gran futuro a los analistas locales, que sufrirán cada vez más la presión de aquellos que sí están en contacto con los capitales globales. Por lo pronto, es un hecho que los grupos financieros mexicanos están cada vez más lejos de imprimir un ritmo propio o más conveniente a los grandes flujos de inversión. La dinámica del sector de análisis confirma lo que, ya de por sí, no constituía secreto alguno: hasta la conformación de ahorro interno significativo y de entidades financieras globales mexicanas, Nueva York es –y será– el inevitable proveedor de nuestra dependencia.

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LOS POLÍTICOS MEXICANOS, UNA DESVENTAJA COMPETITIVA
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- La reciente crisis financiera asiática, coinciden todos los entrevistados, ha hecho un flaco favor al conjunto de los mercados emergentes. La mayoría de los inversionistas, tras el susto que se llevaron en Asia, ha retirado una gran parte del dinero que habían destinado para sus inversiones en América Latina.
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- Esto lo ratifica el último estudio que realiza trimestralmente Fulcrum Research entre las 52 principales casas de inversión mundiales acerca de su percepción de los mercados emergentes. Según el escrito, las perspectivas para América Latina no son todo lo halagüeñas que muchos quisieran ver. Si bien los inversionistas institucionales muestran que sí han sabido diferenciar los terribles embates de Asia con las turbulencias de América Latina, en el saldo final ganó la retirada de fondos, lo cual no augura que la región cumpla con sus expectativas iniciales de crecimiento en el PIB.
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- México, al igual que Argentina, podría salvarse de la quema y gracias al ya anunciado repunte de la demanda interna, pero eso siempre y cuando lo permita la caída en los precios petroleros.
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- Para Lacy Gallagher, analista de mercados emergentes latinoamericanos de Standard & Poor’s, a México le falta todavía un trecho para igualar las buenas condiciones de inversión de colegas como Chile, Colombia o Uruguay, sobre todo por el peso que tiene aún la incertidumbre política y la falta de instituciones políticas representativas.
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- A pesar de ello, la crisis de 1994 ha terminado por mejorar la percepción de México de cara a los analistas, puesto que obligó a las autoridades a cambiar de estrategia y mostrar una mayor apertura en su información de las cuentas públicas, hasta entonces enfundada en un secretismo que perjudicaba ostensiblemente para obtener un firme aval de largo plazo por parte de los grandes inversionistas.
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- A la hora de valorar un país, para los analistas no importa la mejora de las condiciones de vida de sus habitantes o un mayor peso de la vida democrática: como garantes de los buenos retornos, ellos tan sólo evalúan la probabilidad de que los gobiernos cumplan con las metas propuestas y garanticen una estabilidad de largo plazo en el país. En otras palabras, si la dictadura da visos de funcionar como factor de estabilidad en un país, la recomendación de inversión está asegurada.
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- “Nosotros sólo vemos la probabilidad de que México devuelva sus créditos de aquí a 10 años y lo comparamos con Argentina, Rusia o China”, comenta Gallagher. Para ella, no hay riesgo de que el modelo económico adoptado desde la administración de Miguel de la Madrid cambie radicalmente en los próximos años, aun cuando hubiera un cambio de partido en la presidencia.
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- Lo que verdaderamente le preocupa es la estructura política del país, la cual tiene que cambiar todavía bastante para que México dé muestras de verdadera estabilidad y, con ella, obtenga el ansiado grado de inversión. “Basta con ver a Uruguay: no existe un modelo de política económica y, sin embargo, tiene un desarrollo más sostenido”, comenta.
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- Así pues, la actual clase política mexicana supone una desventaja competitiva en lo relativo al arribo permanente de capitales internacionales.

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