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¿Asegurará la gobernabilidad?

Hoy cuando el ambiente político sube de tono, se pone sobre la mesa la propuesta de reelegir a los
mar 20 septiembre 2011 02:55 PM

FERNANDO F. DWORAK
director de estudios legislativos de la Secretaría de Gobernación

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SI
Es natural temer a lo desconocido, a lo diferente. Este miedo a veces es fomentado por razonamientos de intelectuales que, inmersos en sus ideas, han perdido la capacidad de contemplar la realidad del país. Por ello, piensan que seguimos siendo menores de edad, incapaces de adoptar arreglos que actualicen nuestra democracia cuando, salvo en México y Costa Rica, el debate sobre la reelección legislativa se superó en todo el mundo durante el siglo XIX.

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Debemos realizar un trabajo político serio, frío y bien reflexionado. No nos dejemos llevar por la mediocracia, la partidocracia o los debates secundarios, coyunturales y de bajo perfil.

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Jamás México tuvo un estatus de tranquilidad económica como el que tenemos hoy: sólido y congruente, es la envidia de importantes países del cono sur e incluso de los Estados Unidos. Sin embargo, algunos arreglos institucionales no nos permiten consolidar el desarrollo económico y político que necesita el país.

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¿Por qué se le reclama al presidente Vicente Fox que tengamos altas reservas en el Banco de México y estemos muy bien en la macroeconomía, pero que nuestros pobres sigan siendo más pobres, conformando una mayoría? La respuesta es muy clara: la riqueza no se ha podido distribuir porque no tenemos canales para hacerlo.

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¿No hemos visto cómo, cuando se buscan éstos, la respuesta del Poder Legislativo es el “no”? No se señala a partido alguno: la crisis se extiende a toda la clase política. No se pueden aterrizar las reformas necesarias sin políticos que, al tener que competir cada tres años por un mismo puesto, deban profesionalizarse. Se comenta que los políticos tienden a rotarse entre diversos puestos de elección, y por ello necesitan reelegirse.

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Falso: la no reelección perpetúa a una clase política irresponsable, pues su carrera no depende de cuanto hagan en su gestión. Precisamente a esos legisladores no les interesa modernizar el Estado, pues se han beneficiado de este sistema.

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La reelección legislativa los colocaría en una coyuntura que inevitablemente los comprometería a dar resultados. Por ello, cada tres años los legisladores postergan todo aquello que implique dificultades, complicaciones, trabajo y, sobre todo, responsabilidad histórica.

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En este último año he recorrido nueve Estados de la República Mexicana, promoviendo la reelección legislativa a través de la lectura de mi libro: El legislador a examen. Asimismo, he asistido a numerosos programas en medios electrónicos (televisión y radio) y a unas 150 reuniones entre foros, conferencias y conversaciones con políticos y actores sociales hablando sobre el tema. Me he encontrado con lo siguiente: en principio, hay un acuerdo sobre su necesidad.

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Sin embargo, nadie quiere arriesgarse a enfrentar los costos de un paso como éste frente a sus electores. Otros en automático dicen: “la iniciativa es muy buena, pero si la empuja el actual jefe del Ejecutivo, nada vamos a aprobar”. La cerrazón es total.

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Además, numerosos funcionarios de la actual administración, intelectuales y académicos están a la espera de una señal positiva del Congreso para apropiarse de la paternidad de la reforma.

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En este entorno somos incapaces de unificar criterios y empujar esta reforma vital, enfrentándonos al absurdo. Mientras tanto, nuestras instituciones se deslizan por la espiral del desgaste y desprestigio.

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Por esto es muy importante que el sector empresarial revise esta reforma a profundidad y con minuciosidad. Sólo así podrán cumplir con su determinante papel para apoyar esta propuesta que, todo indica, será la llave para las demás. Queda claro que la reelección legislativa es impostergable.

Comentarios: fdworak@segob.gob.mx

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FERNANDO ESCALANTE GONZALBO,
investigador de el Colegio de México

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NO
En favor de la reelección se emplean sobre todo dos argumentos: se dice que permitiría la profesionalización del Congreso y que haría más directa y personal la responsabilidad de diputados y senadores, porque los electores podrían castigarlos con el voto. Si se mira bien, hay una ligera inconsistencia. La profesionalización de la que se habla sería posible sólo si la mayoría de los representantes efectivamente se reeligiera durante largos periodos de tiempo, es decir, si no hubiera ocasión para el voto de castigo; la vigilancia del electorado, para premiar o castigar a base de votos, sería real únicamente si hubiera una competencia cerrada en todos los distritos, de modo que cada elección pudiera perderse. Lo malo es que éstos son argumentos pensados en abstracto.

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Actualmente, en México no sería raro ver una alternancia frecuente en los distritos de alta competitividad, donde hay una ciudadanía más activa y politizada, y ver al mismo tiempo la perpetuación de los legisladores de distritos donde casi no hay competencia. En lo sustantivo tampoco está claro lo que significan las dos cosas. Lo de la profesionalización suena bien, parece obvio, pero tiene sus dificultades.

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Además, es absurdo pensar que los legisladores pudieran convertirse en especialistas y conocer todas las materias de las que se ocupan, para eso hay un cuerpo de asesores en cada grupo parlamentario de la Cámara y el Senado. No hace falta más.

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La idea de la democracia representativa es que se lleven al Congreso ideas, intereses y programas pensados con miras un poco más amplias y que, hasta donde sea posible, haya representantes con experiencia como sindicalistas, campesinos, empresarios, burócratas. La clase política por inercia tiende a separarse de la sociedad, no es buena idea favorecer ese movimiento y mucho menos cuando el prestigio de los políticos está así de maltrecho.

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En cuanto al premio o castigo de los electores, es algo que ya existe. La gente en general no conoce al individuo que fue elegido en su distrito y no revisa el sentido de su voto en los cientos de iniciativas que se presentan en cada periodo de sesiones, pero puede saber muy bien las líneas generales del programa de los distintos partidos, puede saber cómo han votado las fracciones parlamentarias las dos o tres leyes que importan.

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En las elecciones, cada tres años, se vota así: para aumentar o disminuir la fuerza de un partido en el Congreso, porque no sirve de nada la postura individual de un diputado.

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Eso quiere decir que los representantes tienen que mantener hasta cierto punto disciplina de partido, tienen que respetar los compromisos adquiridos en campaña. No está mal.

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De hecho, la prohibición de reelecciones consecutivas tiene ese propósito: debilitar los vínculos clientelistas del poder local y favorecer formas de integración política más amplias, como las que ofrecen los partidos políticos. Éstos no pasan por un buen momento, es verdad. Están todos ellos divididos, a merced de caciques, y con frecuencia escogen como candidato no a un militante reconocido, no a quien mejor defendería su plataforma, sino a algún notable local que puede arrastrar votos personalmente: la reelección contribuiría a acentuar esa tendencia, fragmentaría aún más el espacio político.

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El panorama no ofrece muchas dudas. De reelegirse los legisladores se haría un feudo como sucede en buena parte del mundo: tendríamos partidos más débiles, insignificantes, menos movilidad de la clase política, elecciones menos competidas cada vez y, en poco tiempo, una oligarquía formada por caciques locales.

Para beneficios tan inciertos, no conviene ni siquiera correr el riesgo.

Comentarios: fescalan@colmex.mx

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