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¿Le gustaría ir al fin del mundo?

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Si su gusto por conocer lugares no convencionales es más grande que el mismo continente, hay una opción en las tierras y aguas más alejadas que existen al sur de América.

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Puerto Montt, una pequeña y húmeda ciudad del sur de Chile, a unas dos horas-vuelo de Santiago, es el punto de partida de un viaje de seis días para apreciar gélidos paisajes desde la calidez latina.

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Entre septiembre y mayo, todavía entre la neblina, usted puede ser uno de los cientos de viajeros que cada mañana de sábado traspasa las compuertas de los cruceros Skorpios para iniciar un singular recorrido por canales y archipiélagos de la Patagonia Norte chilena, que culmina en una laguna, única en el mundo, en la que el hielo es el espectáculo, tan abundante que es difícil no tropezar con él y en tamaños tan variados que lo mismo puede terminar en un vaso de whisky que servir de templete flotante.

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La laguna de San Rafael, alimentada por siglos de un glaciar nacido en la majestuosa cordillera costera chilena, es el producto natural con el que Constantino Kochifas, el emprendedor naviero de origen griego, corona el -tour que por primera vez recorriera en 1976, en una motonave para 16 pasajeros, pero que ahora embarca unos 11,000 viajeros cada año, a razón de 300 por cada viaje en sus tres Skorpios —nombre que dio a sus barcos y de los que está por nacer la cuarta generación, el Skorpios IV, que podrá alojar a más de 400 -pasajeros—.

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A lo largo de 800 millas, bordeando islas y fiordos, los viajeros de Skorpios pueden disfrutar del contraste de las bajas temperaturas del exterior —que merodean los seis grados centígrados— y la calidez interior.

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Skorpios no es una empresa familiar, ni lo que se pueda llamar una corporación turística, pero tiene elementos de una y otra. El dueño, además de comandar los barcos, es el capitán de una organización eficiente y esbelta, entre la que están ubicados sus hijos, su esposa y él mismo, con tantas responsabilidades como cualquier otro miembro de la tripulación. Es casi un hito: la propia señora Kochifas es la encargada de supervisar la preparación de los alimentos, parte medular de los servicios que el pasajero recibe a bordo de los Skorpios.

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La estancia vale lo que cuesta: cabinas comodísimas, en todas las categorías: individuales, matrimoniales, dobles, triples y -junior; restaurante y salones de juego con atención personalizada. El itinerario de recorrido y actividades dentro y fuera del barco no saturan al viajero que va con intenciones de descansar, ni obligan a dormir al que quiere divertirse.

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Pero como tampoco se trata de entumirse los pies sobre la alfombra, parte importante del crucero son los descensos, particularmente para acercarse en lancha al glaciar de San Rafael, de dos kilómetros de largo y 70 metros de alto, así como para internarse en la vida de Castro, la pequeña y verde capital de la isla de Chiloé.

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Y como nueve horas de vuelo puede parecer mucho tiempo para seis días de crucero, es necesario complementar las visitas y para eso hay más agua y más nieve. Santiago tiene ambos: sólo es cuestión de elegir el tipo de esquí que desea usar. En 40 minutos en auto se llega a Farellones, un campo que pueden visitar incluso los no diestros en este deporte de deslizamientos. A hora y media, también en auto, está Viña del Mar, playa de agua fría muy visitada en verano (entre diciembre y febrero) por nacionales y extranjeros, tanto por el atractivo acuático como por sus centros de juego, los casinos, que aportan un giro especial a la diversión del viaje. Valparaíso, muy cercano y a la misma distancia que Viña del Mar, es un puerto inspirador de poetas y cineastas, con un romántico paisaje urbano, por su montaña y su bahía.

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Algo más al sur está el Parque Nacional Torres del Paine, en la zona de Magallanes —para aquellos que están dispuestos a rebasar el presupuesto medio de $4,000 dólares por persona implicado hasta aquí considerando, además del crucero y el vuelo ida y vuelta desde México, la estancia en Santiago y visitas a los lugares mencionados—, un lugar para la aventura, donde la alta montaña da el tono peculiar a un paisaje lejano y virgen, que permite además hacer el Cruce de los Lagos hacia Bariloche, en Argentina, otra región patagona.

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Todo esto en el sur de Chile, tan lejos pero tan parecido al norte de la vieja Europa, con el -plus del conocido sabor latino.

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