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¿Otra vez?

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

La crisis de los mercados financieros ha convertido en pesadilla aquel dulce sueño de la aldea global. La ola desestabilizadora procedente de las economías asiáticas, que más que evaporarse sigue creciendo, ha provocado un maremoto en los mercados emergentes. Ante tanta turbulencia, los capitales especulativos están emigrando rápidamente de los países en vías de desarrollo –México incluido, por supuesto– hacia destinos más seguros, o sea, Estados Unidos y Europa.

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No es sorprendente. A fin de cuentas, como lo documentan varios analistas, ¿para qué buscar rendimientos de 30% o más en México y Corea, si países bastante menos riesgosos –como España, por ejemplo– están ofreciendo rentabilidades en bolsa de 40%? La lección, pues, es la misma, siempre la misma: la alta dependencia del país del capital volátil es el camino más seguro hacia la inestabilidad crónica. Con una bajísima estructura de ahorro interno, México optó por globalizar sus mercados financieros, pero hizo caso omiso a los índices mundiales de productividad y competitividad. Grande y costoso error.

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Por lo pronto, el dólar superó hace unos días la barrera psicológica de los $9 pesos, lo cual si se suma a las más recientes caídas en el precio del crudo, dibuja un  escenario poco alentador para la economía mexicana.

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Las metas de crecimiento y de inflación se alejan cada vez más de las proyecciones oficiales. Además, no debe olvidarse que la monumental deuda circunscrita al Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa), en donde los jaloneos políticos sólo han servido para acumular más cuentas por pagar, así como la falta de estrategia para resolver el conflicto chiapaneco, poco ayudan a generar un clima de confianza en una recuperación sostenible, que logre trascender al temido fin de sexenio.

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El coctel es complejo: mezcla de problemas internos crecientes –y lo peor de todo es que se confirman más estructurales que pasajeros– con una coyuntura mundial agravada por la confirmación de la recesión económica japonesa. La crisis asiática, evidentemente, es más grave y durará mucho más tiempo de lo que se había previsto, generando un efecto dominó que nadie se atreve a pronosticar sobre cómo y cuándo podrá contenerse.

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Lo único que queda por esperar del gobierno mexicano, dado su escaso margen de maniobra para lograr manipular los mercados, es que ahora sí se atreva a realizar una profunda reforma fiscal dirigida a impulsar la competitividad de la planta productiva. La política de atacar efectos e ignorar causas debe ser definitivamente erradicada de este país.

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