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El narcisismo corporativo

En un entorno de incertidumbre, los sueldos de los CEO de las empresas del índice FTSE 100 vuelven a llamar la atención del mundo.
lun 05 diciembre 2011 02:39 PM
Los ingresos de Sir Martin Sorrell, de la empresa de publicidad WPP, ascienden a 4.2 millones de libras. (Foto: Archivo Expansión / Federico Gama)
1080 picf036 (Foto: Archivo Expansión / Federico Gama)

Es extraño que nadie parpadee cuando Lady Gaga gana millones por cantar o cuando Wayne Rooney obtiene 250,000 libras a la semana por sus proezas futbolísticas. Ni tampoco hay quejas cuando la serie de TV Dowton Abbey vuelve multimillonario a su autor, Julian Fellowes, o cuando abogados como Fiona Shckleton ganan millones con los divorcios de celebridades.

Sin embargo, cuando aparecen noticias de que el año pasado los jefes de las empresas del índice FTSE 100, que brindan trabajo a millones y realizan productos que consumimos todos los días, se autoasignaron un aumento de 49%, Gran Bretaña entra en un estado de estremecimiento colectivo provocado por la indignación moral.

La prensa se enfurece con los privilegios de los peces gordos, las autoridades de los sindicatos se ven obligados a protestar contra la injusticia, y hasta el primer ministro inglés expresa su descontento desde Australia.

¿Qué sucede con los altos pagos corporativos que nos provocan este estado de furia? Recientemente, a través de una encuesta de Servicios de Datos de Ingresos, se descubrió que los jefes de las empresas FTSE 100 ganaron en promedio 3.8 millones de libras durante el año pasado. Algunos de los directores mejor pagados, como Sir Martin Sorrell, del gigante de publicidad WPP, recibió 4.2 millones de libras, mientras que Mick Davis, de Xstrata, se llevó a casa 18 millones de libras. Ambos han sido extremadamente exitosos, brindando sólida rentabilidad a sus accionistas y, por lo tanto, se merecen salarios generosos.

Pero ¿realmente se merecen 40% de aumento en un año? Los inversionistas no parecen preocupados por no haber logrado un aumento equivalente en su rentabilidad; entonces, ¿nosotros sí deberíamos preocuparnos? Claramente sí nos preocupamos. Por eso es importante que nos preguntemos por qué los millones que gana Lady Gaga son aceptables, pero nos molesta que los hombres y las mujeres de negocios, como Majorie Scardino, del grupo editorial Pearson, que ganó 8 millones de dólares, obtengan tanto cuando nos sentamos a debatir seriamente el salario de los ejecutivos. ¿Es quizá porque apreciamos que Lady Gaga y Rooney tengan talentos únicos, capacidades que no podemos replicar?

La pregunta incómoda

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¿Los jefes corporativos son ambiciosos y no merecen el dinero que ganan porque no vemos o no entendemos qué es lo que hacen? ¿O pensamos que la gestión de las empresas globales de miles de millones de libras con miles de empleados en todo el mundo es pan comido, que si tuviéramos la oportunidad cualquiera de nosotros podría hacerlo?

Parte de la respuesta se encuentra en estas preguntas, pero también hay algo más sutil. Y es lo siguiente: no confiamos en ellos, particularmente en la manera en la cual construyen sus complejos paquetes de pago que nadie entiende. El pago consiste en un ingreso básico, aumentado con bonos en efectivo, y luego con todo tipo de incentivos en acciones a corto y largo plazos.

Es el aumento de estos incentivos lo que ha llevado al alza de los pagos. En el caso de Sir Martin, en 2005 recibió 50 millones de libras en acciones, las cuales ahora están en vigencia.

Otra razón por la cual hay tanta desconfianza con respecto a los ejecutivos, al igual que con los banqueros, es que ellos no arriesgan su propio pellejo, ni tampoco ponen en juego su propio pellejo como sucede con Lady Gaga o con Wayne Rooney.

Ciertamente, muchos de ellos no merecen los niveles de pagos que reciben, pero estos sueldos están impulsados por la empresa sindicada de los comités de remuneración y por los consultores de pago que aplican criterios de referencia; y la metodología empleada es siempre para conseguir aumentos.

Los ejecutivos se defienden argumentando que operan en un mercado libre por el talento, competitivo e internacional. Esto no es exactamente cierto. Es un mercado distorsionado y alimentado por esta empresa sindicalizada.

Se ha vuelto muy fácil para los directores hacer fortuna debido a los incentivos, que son el equivalente a los gastos de los miembros del Parlamento o a los bonos de los banqueros. Muchos de estos esquemas de incentivos se basan en medidas cuestionables y complejas que la mayoría de los accionistas no entienden, y, siempre y cuando las acciones hayan estado en alza, no les importa entender.

Todo esto está dando origen a una especie de narcisismo incómodo que está contaminando el mundo corporativo y arruinando la reputación del capitalismo; un tema que parecía muerto después de 2008 y que parece que está volviendo a revivir, después de que no se ve una salida pronta a la problemática económica mundial.

Por eso fue decepcionante que Sir Martin sonara tan petulante cuando fue entrevistado en la radio hace unos días para hablar de su paquete de pago extraordinario. Era una gran oportunidad para que explicara al público y demostrara que realmente se lo merecía.

Pero, en cambio, dio la impresión de una persona petulante al afirmar que la base de salario de 1 millón de libras era "muy baja", un comentario poco afortunado cuando los ingresos reales de la mayoría de las personas están a la baja. Lo que se hubiera querido escuchar de él es cómo su empresa se transformó en un coloso de la mercadotecnia de 16,000 MDD que genera miles de empleos. En cambio, ni siquiera quiso contestar si haría su trabajo por menos dinero. Una respuesta muy poco conveniente.

Entonces, ¿qué queda por hacer? El gobierno no puede intervenir directamente por más que quiera hacerlo. Sería una actitud excesivamente intervencionista. Se trata de empresas que cotizan en las bolsas, que son propiedad de inversionistas institucionales, y que pertenece a todos los ciudadanos a través de los esquemas de pensión.

A la postre, el poder está en nuestras manos, pero ¿cómo vamos a protestar? ¿Saliéndonos de nuestros esquemas de pensión? ¿Quién puede hacer algo al respecto para que esto no siga ocurriendo?

Hay una idea mucho mejor, y su autor es Sir Nigel Rudd, el presidente de sucesivas juntas directivas; él optaría por suspender todos los esquemas de acciones, y así instaría a los ejecutivos a comprar las acciones al precio de mercado y con su propio dinero. Esto sería honesto, transparente e implicaría volver a poner en juego el pellejo. Y se puede lograr con unos pocos cambios a los estándares de gobierno corporativo y a las leyes corporativas.

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