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El peluquero de los magnates financieros

Joseph Ancona tiene bajo su cuidado los cabellos de las más poderosas cabezas del mundo de nego ¿La mayor propina recibida hasta ahora? 50,000 dólares.
mié 12 septiembre 2007 06:00 AM
Sus clientes le dieron a Ancona un fondo de 50,000 dólares p

Aviones y chefs privados son lujos cotidianos para la élite empresarial, así que cabe suponer que también tendrán su peluquero privado, a quien se le paga maravillosamente bien para garantizar un buen peinado.

Sin embargo, algunos titanes de la industria - como Rupert Murdoch, Carl Icahn y James Kilts - prefieren visitar el Salon Fodera, una estética exclusiva en el Hotel St. Regis de Nueva York, y solicitar que el inmigrante siciliano Joseph Ancona les recorte el pelo por 65 dólares.

“Por alguna razón ellos se relajan en mi butaca de peluquería” afirma Ancona.  

El salón no tiene nada de particular, sólo luces fluorescentes y butacas que datan de hace 25 años. Pero eso no parece importarles a los excepcionales clientes de Ancona. Les gusta que pueda atenderlos siempre, de 7:30 de la mañana a 8 de la noche, y aprecian su habilidad con las tijeras.

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“Es un agradable refugio” concede Kilts, anterior CEO de Gillete y hoy socio de la empresa de capital riesgo Centerview Partners. Fue un agente financiero quien hace 5 años le recomendó visitar la estética de Ancona: “Sólo te sientas y dejas la tensión de los negocios, Joseph te ayuda a relajarte.” Kilts agradece que Ancona rasure a sus clientes con una Gillete -aunque sea una Sensor pasada de moda, “No consigo que la renueve” bromea.  

Otros clientes son fieles a Ancona porque sienten que pueden confiar en él, como un amigo, algo poco usual entre la gente del mundo financiero.

“La atención que recibes es estupenda, como si fueras el único hombre en el mundo” declara John Layfield, ex luchador profesional convertido en banquero inversionista. Ancona, de 53 años, admite que trata a su clientela con total honestidad, sin rodeos: “Puedo decirles cosas que nadie más se atrevería a decirles, y ellos aprecian eso” y menciona la ocasión en la que le dijo a Carl Icahn que el nudo de su corbata estaba malhecho, y se la anudó de nueva cuenta. 

Rupert Murdoch, presidente de News Corp., es cliente de Ancona desde hace más de una década, la descubrió estando hospedado en el St. Regis. Desde entonces el acaudalado magnate acude cada dos semanas para que le recorte el pelo.

“Murdoch es todo un caballero” opina Ancona, pues cuando el titán de los medios llega con retraso se disculpa profusamente. “Anda siempre con prisa, lo veo por el pasillo, corriendo” dice. 

El multimillonario Carl Icahn, por su parte, pide normalmente un corte, y a veces una manicura. “Le gusta una imagen limpia, sencilla y no le gusta usar spray” revela el peluquero.

Atender las cabelleras de los prohombres de las finanzas exige, desde luego, más esfuerzo que servir a un cliente promedio. Gran parte de la clientela de Ancona, como Murdoch, tiene muchas residencias, lo que significa múltiples estilistas: “Cada vez que viene intento arreglar los cortes que le hacen los otros” explica. 

En diciembre pasado, Murdoch y otros 17 clientes se pusieron de acuerdo para obsequiarle a Ancona, en señal de aprecio, un fondo de 50,000 dólares para los estudios universitarios de sus dos hijos.

Ancona no sospechó nada cuando dos de sus clientes habituales -Dan O'Connell, fundador de Vestar Capital Partners, y el financiero Ray Chambers- lo invitaron a un brindis navideño. Al llegar, un grupo de amigos (Murdoch incluido) estaban esperándolo para celebrar con champaña y entregarle el regalo.  

“Es la mejor propina que me han dado en mi vida” dice Ancona.

Una de las cabelleras más famosas que no se entrega a las manos de Ancona es la de Donald Trump. Pero eso no le impide comentar el estilo del empresario: “Su cabello empieza aquí [el peluquero mueve las manos hacia el oído derecho] luego va hacia allá, y vuelve otra vez, y otra vez hacia allá. Seguro que le llega a la espalda, así de largo lo tiene.”  

“¿Y por qué se lo peina así?” le preguntamos. “Porque está calvo, por eso.” Y ofrece una solución: “Un buen peluquín.”

 

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