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Ganarse la vida en las montañas de basura de Filipinas

La vida de decenas de familias se desenvuelve en una montaña de basura
mar 06 abril 2010 05:47 AM

Cuando me dijeron que íbamos a viajar a las Filipinas para hacer una historia sobre la Smokey Mountain, no estaba al tanto de cuan famoso es este lugar.

Sabía que era un vertedero de basura, un lugar en donde decenas de miles de personas alguna vez hurgaron para encontrar un sustento – una ocupación adoptada por gran parte de la población quienes viven por debajo del umbral de pobreza. Aquí en las Filipinas, esto equivale a casi la mitad de su población.

Cuando comencé a investigar, las imágenes de las personas que caen en esta humillante práctica solo para poner alimento en sus bocas aparecieron en internet. Pero considerando que el vertedero de basura se había cerrado en 1990, y la población se mudó a la comunidad de alojamiento al lado de la montaña, sólo supuse que la cara de la pobreza en el este lugar era más leve.

Luego de pasar varias horas en las torres gubernamentales que alojan aproximadamente treinta mil personas en una docena de edificios, nuestro equipo decidió comenzar nuestro viaje a la Smokey Mountain.

Es esta masa de basura descompuesta, apilada a más de 20 metros de altura. A la distancia, luce como un enorme montículo de tierra, casi de la altura de las torres que están al lado de esta montaña, pero en una inspección más cercana podemos ver que capas de bolsas de plástico, llantas y botellas, todo aplastado, estos son los restos de los 50 años de basura de Manila.

No hay ni escalones ni un camino que conduce al tope de este vertedero de basura. Sólo hay una cuerda desagradable guindando de la pendiente de la cumbre, y un camino formado por la gente que trepa este terreno.

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Veo a esta joven cubierta de pies a cabeza de tierra, llevando una botella grande de agua – como las que se pueden encontrar en oficinas. Su ropa está rasgada, sus sandalias son tres tallas más grandes, su cabello completamente despeinado, y ceniza cubre su cara como si hubiese estado trabajando en una mina de carbón.

Con la botella de agua sobre su hombro, la chica me sonríe, y yo le sonrío de vuelta. En el remolque hay dos niñas, aproximadamente de la misma edad, riendo… encantadas de que esta mujer blanca y rubia, llevando consigo una cámara, pretende entrar en su mundo.

Logramos llegar al tope de la montaña, con las manos sucias, mientras unos perros con sarna se aproximan ladrando. Las tres niñas no están conscientes de que estos animales podrían contagiarles rabia si les llegan a morder. Animales como pollos escarban la basura descompuesta esparcida en este paisaje “lunar”.

Varias estructuras se levantan en esta “vegetación”. Estoy impresionada de descubrir que en realidad hay gente viviendo en este lugar. Acompaño a las niñas a su “casa”, o al menos, a lo que ellas llaman hogar. Pedazos de plástico y madera sobrepuestos para mantener alejados a terceros, un pedazo de metal corrugado sirve como techo y un pedazo de madera con una estera las mantiene a centímetros por encima de la tierra mientras duermen.

Le pregunto a la niña que carga la botella cuál es su nombre. Ella responde, en perfecto inglés, que su nombre es Rhea Rebadolla, y dice que tiene 11 años. Me presenta su hermana de 8 años, Felomina, quien siempre le acompaña y su amiga y vecina de 10 años, Noreen Grace.

Para mi sorpresa, todas hablan inglés, y es que acudieron a una escuela local hasta el año pasado. Les pregunto por qué ya no asisten a la escuela y me explican que simplemente no tienen los recursos. Les tomo una fotografía y ellas me piden verla, se ríen tímidamente.

Les pregunto sobre sus padres, y encontré a un hombre que conoce a las niñas. El dice que sus padres están afuera, escarbando la basura. Ellos se mudan constantemente, dependiendo en donde el trabajo los lleven, los padres de las niñas tuvieron que sacarlas de la escuela pues no podían costear los gastos que conlleva su educación.

Pero información adicional revela que el sistema educativo en esta comunidad, a las orillas del vertedero, es gratuito. Me pregunto si los padres sacaron a las niñas de la escuela para hacerlas trabajar.

Desde la cumbre del vertedero podemos ver Manila en toda su extensión. Los edificios más altos de la ciudad, el distrito financiero se ve a la distancia – a través de la neblina se puede ver la capital. Un terminal de embarque soporta al vertedero de basura. Se pueden ver grandes tanques en el puerto esperando para cargar y descargar.

Hay señales de dinero y riquezas por doquier, pero aquí en la Smokey Mountain, al tope de este vertedero, acá están solo tres niñas quienes nunca entenderán que son las riquezas.

Rhea me toma de la mano, como si fuese el gesto más natural del mundo. Me lleva alrededor de su barriada mientras el sol cae sobre el océano y comienza a anochecer. Le pido que me acompañe a mi carro. ¿Qué puedo hacer para mejor la vida de esta niña de 11 años, otro que sacarla de este lugar, de este mundo, darle un baño, una educación, un futuro?

En vez, le damos a ella y a sus amigas algo de dinero, esperando, deseando que este cierre su ciclo de pobreza.

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