La crisis de inmigrantes al norte África presiona a Silvio Berlusconi
Encorvado en una calle del puerto de Lampedusa y con el último cigarrillo entre los dedos, Mohamed Ben Amar es parte de un problema cada vez mayor para el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi.
Desde que en enero el derrocamiento del ex presidente tunecino Zine al-Abedine Ben Ali reabrió la ruta hacia Europa, Ben Amar y miles de otras personas han soportado un peligroso viaje desde África hasta la pequeña isla cerca de Sicilia.
"En Túnez se necesitan parientes para conseguir un empleo en una buena fábrica. Y aunque sí trabajes, no ganas nada: 10 dinares (7 dólares). Al final del día han desaparecido, uno no conserva nada", dijo el electricista automotriz de 35 años.
Ahora él y más de 5,000 inmigrantes más, inmediatamente reconocibles por sus vaqueros descoloridos y chaquetas cortas, pierden tiempo, deambulando por las calles y laderas de Lampedusa, una tranquila isla 200 kilómetros al sur de Sicilia que vive de la pesca y el turismo.
El gobierno de Berlusconi ha pedido ayuda a sus socios de la Unión Europea y ha prometido más de 200 millones de euros en asistencia y líneas de crédito para el gobierno tunecino, a fin de que tome medidas enérgicas contra el flujo de "clandestini" (inmigrantes clandestinos).
Pero el propio gobierno italiano ha quedado bajo cada vez más presión por no resolver un problema que, al igual que la recurrente crisis de la basura en Nápoles, ha sido considerado por la oposición y sectores mediáticos como un claro símbolo de la incompetencia gubernamental.
Una embarcación de transporte naval se llevó a unas 1,000 personas de la isla la semana pasada y se espera que barcos de crucero transporten a más, pero el número de inmigrantes han aumentado con botes que llegan a diario hasta el puerto repletos hasta la borda.
Sólo en un sábado de marzo, hubo alrededor de 1,000 nuevos arribos y el flujo continuó el domingo.
"La situación es muy dramática porque no ha llegado nada de información confiable del Gobierno central", dijo Salvatore Martello, un comerciante local y ex alcalde de Lampedusa.
Martello, parte de un grupo de líderes comunitarios que han denunciado la inacción gubernamental, dice que Roma abandonó a Lampedusa, cuya población residente ahora es superada en número por los inmigrantes.
"No se puede pasar de tener 800 (inmigrantes) a 5,000 ó 6,000, de otro modo se destruiría el equilibrio de la isla", dijo Martello.
Están hambrientos
Como el centro de recepción de inmigrantes detrás del puerto está hace mucho colmado al máximo, los recién llegados se refugian en tiendas improvisadas de láminas de plástico que están desperdigadas por la isla.
Cada mañana, cientos de inmigrantes bajan desde un campamento repleto de basura sobre una colina que da al puerto comercial para recibir leche y pan entregados por trabajadores humanitarios y soldados. No hay baños y el agua para lavar proviene de un camión cisterna.
Sobre el puerto gravita un fuerte olor a cuerpos sucios pero los residentes de Lampedusa han mostrado una sorprendente falta de rencor para contra los mismos inmigrantes, y se reservan la mayor parte de su ira para el gobierno.
"Están hambrientos y necesitan ayuda y sólo es la gente común de aquí la que los está ayudando. El gobierno no está haciendo nada", dijo Salvatore Palmisano, un pescador que entregaba parte de lo pescado de esa mañana desde la popa de su bote.
Con la llegada de los primeros barcos desde Libia y preocupados por la posibilidad de que los enfrentamientos allí desencadenen un éxodo aún mayor desde el norte de África, el ministro de Asuntos Exteriores Franco Frattini propuso ofrecerles hasta 1,500 euros (2,100 dólares) a los tunecinos que estén dispuestos a regresar a su país.
Pero Frattini está en problemas con los aliados de Berlusconi en la coalición de la Liga Norte, que rechaza a los inmigrantes.
"No les daría nada, los expulsaría y los enviaría de vuelta a sus países", disparó el encendido líder del partido Umberto Bossi, citado por los medios italianos.
La cultura hospitalaria de Lamepedusa y la tradición marítima de asistir a aquellos en apuros hasta ahora ha ayudado a evitar mayores problemas con los residentes de la isla. Pero hay una tensión palpable entre los cientos de hombres que pululan por el puerto.
"No hace falta mucho para que la situación desborde y entonces sí estaríamos en problemas. No creo que (el gobierno en Roma) sepa realmente a qué nos enfrentamos aquí", dijo un policía, quien habló a cambio de conservar el anonimato.
Mientras tanto, Mohamed Ben Amar, quien al igual que muchos otros quiere reunirse con sus parientes en Francia, aguarda novedades.
"No me he cambiado de ropa, no me he dado una ducha. No me he sacado los pantalones en cuatro días, se pueden ver las manchas de diesel aquí", dijo, señalando a las manchas sobre su ropa, producto de un viaje de 33 horas junto a 120 otras personas.
"Quiero trabajar pero estoy en manos de Dios. Quiero ir a Francia, pero tenemos que ver qué es lo que Dios decide", agregó.