Las víctimas de Al-Qaeda se alegran por la muerte del terrorista bin Laden
Durante 10 años, dos veces por semana, Charles Muriuki ha venido al mismo lugar en el centro de Nairobi para lamentarse. Cada vez que viene, se sienta en una banca del parque y recuerda a su madre.
"Mi mamá salió de casa a las 10 de la mañana ese día, y nunca volvió. Nunca", dice Muriuki.
Su madre salió a realizar un depósito en un banco junto a la embajada estadounidense. Nunca alcanzó a llegar al banco. A las 10:30 del 7 de agosto de 1998, terroristas de Al-Qaeda detonaron una bomba escondida en un automóvil a la entrada de la sede diplomática.
La poderosa explosión dañó el edificio de cinco pisos y en general todo el vecindario. Minutos antes un ataque similar ocurrió en la embajada estadounidense en Dar es Salaam, Tanzania.
Los ataques pusieron a Al-Qaeda en la mira y Osama bin Laden , su líder, se colocó en la lista de los "más buscados" del FBI. Tal como sucedió en los ataques del 11 de septiembre de 2001 , el impacto fue más sentido para las víctimas y sus familias.
Cientos de personas murieron en esos ataques de Al-Qaeda, y miles quedaron heridos. En Nairobi, la mayoría de las víctimas fueron kenianos comunes y corrientes que hacían sus actividades rutinarias.
La familia de Muriuki pudo encontrar el cuerpo de la madre en una morgue tres días después de la explosión. Su cadáver estaba en tan malas condiciones que apenas si era reconocible.
Mary Muriuki era el pilar de la familia. Ella dejó ocho huérfanos y un viudo.
Devastado por la pérdida, Charles Muriuki comenzó a beber, y sólo culpaba a una persona de sus problemas: Osama bin Laden.
"La vida desde entonces ha sido diferente, y siempre escuchaba 'Osama, Osama, Osama'", dice. "Finalmente el día ha llegado. Esto debe servir como una advertencia a todos los (terroristas) que quedan por ahí sueltos. La justicia siempre triunfará".
Tan pronto Muriuki supo que bin Laden estaba muerto , se apresuró al sitio donde alguna vez estuvo la embajada y el banco a donde iba su madre. Se sentó en la banca, en el mismo lugar donde se ha lamentado por diez años.
De alguna manera, su familia pudo sobreponerse a la tragedia. Pero ahora, dice Charles, ha llegado el final.
"Dios me dio la fuerza para aguantar", dice. "Finalmente estoy aquí: soy un hombre casado, tengo dos hijos, y he visto a Osama morir. Estoy feliz y me siento reconfortado".