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La habitantes de Aleppo que regresan solo encuentran ruinas y carestía

Los que vuelven a la mayor ciudad de Siria se topan con la destrucción de los bombardeos, la escasez y el alto costo de los alimentos
mar 04 diciembre 2012 09:16 PM

Nota del editor: Arwa Damon, de CNN, y su equipo son algunos de los pocos reporteros internacionales en Siria, en donde se ha restringido el acceso a la prensa extranjera y a muchos se les ha negado la entrada. Lee más de CNN en Siria.

ALEPPO, SIRIA (CNN)— En una pequeña aldea a las afueras de Aleppo en la que nos alojamos para pasar la noche, nuestro anfitrión se disculpa profundamente. No tiene suficientes mantas para nosotros y hace mucho frío.

Él y su familia se vieron obligados a huir de su hogar en la ciudad hacia su humilde residencia sin muebles en el campo, sin poder llevar más que la ropa que traían puesta. Gastó 25,000 libras sirias (cerca de 300 dólares) para pagarle a un camionero para que llevara los muebles de la recámara y la TV desde su casa en Aleppo.

No podía pagar otra huida. Se quedó con su hermano, quien también se disculpaba porque no podía ofrecernos té. No había electricidad ni gas para cocinar.

En la oscuridad, charlamos acerca de la situación en Aleppo, la mayor ciudad de Siria. Allí, los ataques aéreos han transformado los edificios en montones de escombros y la mayor parte de la ciudad está bajo el control de los rebeldes. Muchos de los residentes huyeron cuando empezaron los combates y terminaron apiñados en las casas de algún pariente o en los campamentos de refugiados conforme se acercaba el invierno.

El crudo frío y las penurias financieras los trajeron de vuelta. Otros, como esta familia, regresaron solo para recuperar sus pertenencias y se fueron rápidamente.

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En Aleppo, las líneas de combate son cambiantes y en algunos vecindarios los francotiradores son un peligro constante. En donde los combates han cesado, existen otras amenazas.

“El increíble costo de la vida está causando muchos problemas”, nos dijo el hermano de nuestro anfitrión. “El crimen ha aumentado significativamente. Cada día atrapamos ladrones, hasta niños. La gente tiene hambre y frío”. En esta aldea, el precio de un cilindro de gas para cocinar subió de 450 a 3,500 libras (de cinco a 45 dólares), y eso cuando hay. “Si la situación no mejora pronto, la gente va a empezar a destrozarse entre sí”, lamenta.

El aumento de los precios de la comida y la escasez implica que algunos niños sirios están comiendo poco, solo una vez al día, si acaso. Los residentes de un vecindario en Aleppo han tomado cartas en el asunto y han reunido dinero para comprar comida para los más necesitados, pero nunca es suficiente.

Los niños se empujan y forcejean, los más pequeños tratan de escabullirse para conseguir un cucharón de trigo quebrado que reparten los vecinos voluntarios a la mitad de la calle.

En medio del caos, las pequeñas manos tratan desesperadamente de tomar alguna de las bolsitas de hummus que se están repartiendo.  A una calle de distancia, los residentes claman por pan.

Fatme esperó formada durante tres horas. Huyó de Aleppo con su familia y regresó hace un mes cuando pensaron que sería seguro. Estaban equivocados. Su esposo resultó herido por las esquirlas de una explosión que ocurrió poco después. “Claro que tengo miedo”, dijo Fatme. “Pero, ¿qué puedo hacer? Mis hijos tienen que comer”.

Al otro lado de la ciudad, lo que eran productos básicos ahora son un lujo

Un niño lleva dos tazones de restos quemados de trigo quebrado. Para Abu Abdo, uno de los voluntarios, esto es demasiado “¿Hasta cuándo vamos a soportar esto?”, grita “¡Miren, la gente come alimentos quemados!”.

En todas partes de Aleppo hay indicios de que los combates han afectado a los más vulnerables. Cerca del bombardeado hospital de Dar el Shifa , que una vez fue la principal clínica de la ciudad y que ahora es una pila de escombros, las familias revisan los escombros. Algunos se detienen para ver lo que ha quedado mientras en sus rostros se dibuja la sorpresa y una profunda pena. Pocos pueden comprender lo que ha pasado con su realidad.

Hamza, de 14 años, se reúne con otros niños cerca de un enorme cráter lleno de agua sucia proveniente de una tubería rota que explotó en un ataque, hace unos días. Sus padres lo enviaron a llenar un contenedor con agua luego de que se cortara el suministro después de un ataque aéreo.

Habla bajo, tiene un brazo en un cabestrillo. “Fui herido en un ataque a la aldea a la que huimos”, dice simplemente. Se escuchan tiros en las calles de Sakhour, un vecindario que las fuerzas del régimen esperan recuperar para cerrar una vía importante para las fuerzas de la oposición y reabrir la ruta al aeropuerto de Aleppo. En medio de los combates callejeros, un grupo de mujeres me invita a entrar en una casa, y desahogan su frustración y su ira.

“Sabemos que la libertad tiene un precio, pero ¿cuánto tiempo podemos vivir así?”, pregunta una mujer. Otra relata que el techo de su casa se derrumbó debido a una explosión. “Cada vez que escucho una, miro hacia arriba y espero morir”. Ella y su familia se mudaron en tres ocasiones antes de que se les terminara el dinero. “Al menos si hubiera trabajo, algo, sería un poco más fácil”, dice.

Para muchos de los niños en este lugar, las detonaciones se han vuelto ruido de fondo. Khawle, de 12 años, se sienta en la banqueta y arrulla a la pequeña hija de un vecino. No se mueve ni deja de hablar cuando se intensifican los tiroteos, simplemente abraza a la bebé y la mece de un lado a otro.

Otras personas tiemblan con cada estallido de las armas. Cada vez que Saleh Hadidi sale de su casa, su hija de cuatro años se aferra a sus piernas y le ruega que se quede. De su brazo vendado sobresalen unas varillas metálicas: es una herida que sufrió en un punto de revisión del gobierno al proteger a su hija.

“Estaba sentada en el frente (del auto) cuando empezó el tiroteo y la rodee con mi brazo”, recordó. “Estaba empapada con mi sangre, los soldados gritaban, me acusaban de ser un combatiente rebelde. Me apuntaron a la cabeza en tres o cuatro ocasiones, y ella gritaba ‘¡Papi!’”.

La niña tiembla y aprieta las manos, se voltea mientras su padre relata lo ocurrido ese día. Cuando nos vamos, una mujer me susurra: “A veces quisiera morir en vez de vivir así”.

El periodista Ammar Cheikomar colaboró con este reportaje.

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