La joven mutilada por talibanes halla paz en medio de sus desafíos médicos
En el comienzo, cuando su rostro desfigurado apareció en la portada de la revista Time, en agosto del 2010, Aesha Mohammadzai simbolizó la opresión de la mujer afgana.
Durante seis meses ha enfrentado varias etapas de cirugía reconstructiva, en un camino de resistencia, esperanza y cambio, que no teme mostrar.
"No me importa. Todo el mundo tiene algún tipo de problema", dice ella, con la ayuda de un traductor.
"Al principio, yo estaba muy asustada. Tenía miedo de ver mi cara en el espejo (...) me daba miedo pensar en lo que sucedería en el futuro para mí. Pero ahora no tendré miedo nunca más”.
Aesha, quien no creció celebrando cumpleaños pero cree que tiene 21 o 22, está bajo el tratamiento de médicos en el Centro Médico Walter Reed, en Bethesda, Maryland.
Está programado que se someta a una nueva cirugía este lunes, en un procedimiento que tomará cerca de ocho horas.
Si todo va según lo previsto, podría llegar a la mitad del camino en su odisea médica, y tener la nariz que quiere para el próximo verano.
Su transformación, sin embargo, no solo es física. Aesha también está un proceso para crecer como mujer.
Ella llegó a Estados Unidos con la promesa de tener una nueva nariz, pero los cuidadores en el sur de California y Nueva York determinaron que no estaba preparada emocionalmente para las cirugías extenuantes.
Aesha estaba haciendo progresos y su condición estaba mejorando en Nueva York, cuando decidió que necesitaba un cambio. Aterrizó en Maryland, por iniciativa propia. Y ahí encontró un lugar donde podía sentirse como en casa, con una familia afgana que la adoptó.
Aesha está en paz. Ella dice que ocurrían demasiadas cosas en Nueva York, donde vivió durante un año. Su mente, dice, se ha despejado.
"Ahora sé cuál es el sentido de la vida, la manera de vivir”, comentó.
Las pesadillas de Aesha se han detenido. Ella no es perseguida como antes. Se da cuenta de que hay muchas mujeres en el mundo que han sufrido como ella, y que no está sola. Está segura de que hubiera muerto si seguía en Afganistán.
Pero estar en paz no significa que su pasado está olvidado.
"Lo que pasó es parte de mí, parte de mi vida, y está todo el tiempo en mi mente", dice. "Pero tengo que vivir, y tengo que amar".
Con información de Jessica Ravitz