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La vida en Corea del Norte: entre los jardines cuidados y la pobreza

Una colaboradora de CNN conoció el deterioro y las carencias de los coreanos, que contrasta con la imagen que intenta transmitir el gobierno
mar 06 agosto 2013 09:48 AM
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El militar que me acompañó en el viaje a Corea del Norte me pidió que apagara la cámara. Enseguida me di cuenta de por qué lo decía.

La pobreza que veo por la ventana del autobús no es la imagen del país que el régimen de Corea del Norte quiere que se proyecte. Partimos de vuelta hacia la capital desde Hyangsan, tres horas al norte de Pyongyang, pero el camino principal, la ruta autorizada, está inundado. Este es el único camino de vuelta. Los edificios están deteriorados y en algunos cuesta imaginar que se pueda vivir.

Los habitantes de este pequeño pueblo caminan o se sientan al lado del camino. Da la impresión de que no tienen mucho que hacer. Varios hombres que parecen agentes, vestidos con trajes estilo Mao color marrón, permanecen silenciosamente de pie en las esquinas. Es imposible saber quiénes son o para qué órgano del partido o de las fuerzas armadas trabajan, pero es obvio que están vigilando . Aunque el conductor pasa lo más rápido posible por estas zonas habitadas, puedes sentir que la comunidad local está bajo vigilancia.

Hay decenas de hombres trabajando a las afueras de la ciudad y construyen un muro de piedra entre sus cosechas y el crecido río. Cargan piedras y las apilan sin cemento. Esta fuerza de trabajo se ve en repetidas ocasiones en el campo norcoreano, pero no veo maquinaria pesada para asistir en las labores de construcción o de cultivo.

Un hombre poda unos setos con una guadaña oxidada, otros hombres reparan a mano parte del pavimento con pequeños picos. Hay pocos autos, la mayoría de las personas caminan o montan en bicicleta.

Me sorprende cuánta tierra cultivada hay. Las Naciones Unidas señala que una cuarta parte de los niños del país tienen desnutrición grave, aunque los campos de maíz, arroz y trigo se extienden hasta donde alcanza la vista. En plena temporada de lluvias, el paisaje es exuberante y provoca que te preguntes cómo se distribuye este alimento una vez que se cosecha.

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Mientras nos dirigíamos a Hyangsan, una región a la que el régimen quiere que los turistas acudan, nos detienen en varios retenes militares.

En cada ocasión, nos dicen que no podemos continuar porque los caminos están inundados; cada vez, nuestros guías nos explican hasta que queda claro que los daños son considerables. Un lado de una autopista de dos carriles colapsó completamente y cayó seis metros hasta el río. Dos soldados esperan sentados en sus bicicletas y observan impotentes. Este es uno de los principales caminos de Corea del Norte, pero podrían tardar meses en reparar los daños, de acuerdo con uno de los oficiales militares que nos acompañan.

El pueblo de Hyangsan está lleno de jilgueros y carteles de la celebración del 60 aniversario de la Guerra de Corea, denominado como el Día de la Victoria.

Las mujeres se acurrucan al lado del camino y quitan la hierba mala del césped, otras barren las calles con una rama. El paisaje es asombroso. Las exuberantes montañas se alzan entre la bruma que cubre el río que alimenta a la comunidad local.

Un niño pesca con una red burdamente confeccionada y camina hacia atrás por los bajos del río mientras arrastra la pequeña red unida a un trozo de madera, con la esperanza de atrapar algo. Cerca de allí, una familia lava la ropa en el río, lo que indica que el agua corriente es un lujo en esta región.

El hotel en el que nos hospedamos tiene un suministro intermitente. Río abajo, un hombre lleva un jabón para lavarse el cabello y la ropa. Un agente de seguridad surge de la nada y me pide que deje de filmar.

En este viaje, veo dos Coreas del Norte muy diferentes: una es el paisaje aprobado para los turistas con los jardines bellamente cuidados del templo budista de Pohyon y sus santuarios perfectamente conservados. La otra es el paisaje de pobreza que veo pasar a toda velocidad por la ventana del autobús.

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