Víctimas desaparecidas: Las heridas abiertas del combate al narcotráfico
CIUDAD DE MÉXICO.— El sobre de plástico azul está lleno de papeles: fotos de cámaras de seguridad, registros de teléfono celular, tarjetas de presentación empresarial y cartas pidiendo ayuda.
"Mi carpeta, esto es mi hijo", dice Alfonso Moreno.
El joven salió de la Ciudad de México en un viaje por carretera a Texas en enero de 2011. Sus padres dicen que Alejandro, de 33 años de edad e ingeniero de sistemas, desapareció tan sólo una hora de distancia de la frontera México-Estados Unidos.
Ellos lo han estado buscando desde entonces.
Este día, el siguiente paso en su búsqueda es una sala de reuniones con paneles de madera de una fundación por la paz en la Ciudad de México. Se sientan en una mesa con los padres de un artista de la calle, de un agente de bienes raíces y un grupo de vendedores de oro.
Hace un año, todos ellos eran desconocidos. Ahora, se saludan como viejos amigos, con sonrisas y abrazos.
Un combate contra las drogas los ha reunido.
Sus hijos se encuentran entre las más de 5,300 personas que han desaparecido en México desde que el presidente Felipe Calderón inició una ofensiva contra los cárteles hace cinco años , de acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos en el país. Las autoridades temen que el número total pueda ser mucho mayor, ya que muchas desapariciones no se denuncian.
La cifra de muertes por la guerra contra las drogas llama la atención internacional, pero las desapariciones forzadas son uno de los problemas más preocupantes que enfrenta México, dice Rodrigo Escobar Gil, un representante de los derechos humanos de la Organización de Estados Americanos.
A medida que el número de casos crece, Moreno y otros padres de desaparecidos se han convertido en miembros de alto perfil del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad , que ha organizado en todo el país marchas de protesta exigiendo una nueva estrategia de guerra contra las drogas, un mejor tratamiento de las víctimas y mayores esfuerzos para encontrar a los desaparecidos.
La esperanza de que sus seres queridos puedan ser encontrados con vida alimenta su fervor.
Moreno dice que él y su esposa, al igual que muchos que se sienten frustrados por las lentas respuestas y escasos resultados de los funcionarios, se vieron obligados a lanzar su propia investigación. Su búsqueda de pistas los ha llevado a los confines de su tranquila comunidad en la capital de México hacia algunas de las zonas más peligrosas del país.
"Yo tengo más que las autoridades. Desgraciadamente, el crimen organizado está organizado. Nuestras autoridades no están organizadas", dijo.
Volviendo sobre la pista
Esto es lo que Alfonso Moreno sabe: su hijo Alejandro se metió en un coche compacto rojo y dejó la ciudad de México a las 7 am el 27 de enero de 2011. Más tarde esa noche, tenía previsto llegar a Laredo, Texas, visitar a un amigo y recoger una computadora nueva.
Alejandro nunca llegó a la frontera. Desapareció. Igual que su coche.
Sin embargo, dejó un rastro. Un ingeniero de sistemas de IBM y amante de la tecnología de toda la vida, envió actualizaciones regulares a lo largo de su viaje, disparando mensajes de texto y la publicación de detalles en Foursquare y Facebook sobre su ubicación.
"Acabo de pasar el Trópico de Cáncer", escribió en Facebook mientras conducía por el central estado mexicano de San Luis Potosí.
Unas horas más tarde, en una actualización comparó el tráfico de las horas pico en la norteña ciudad industrial de Monterrey, con los de la capital del país.
Justo antes de las 7:30 de la noche, su madre le envió un mensaje de texto: "¿Dónde estás, hijo?"
"Estoy en Monterrey", respondió.
A las 8:55 pm. publicó en Foursquare Cuadrangular que se encontraba en la caseta de peaje a unos 107 kilómetros (65 millas) de distancia de la ciudad industrial, en el municipio de Sabinas Hidalgo.
Justo después de las 9 pm. publicó su ubicación de nuevo. No hubo un mensaje, sólo sus coordenadas. Sus padres sospechan que los envió cuando vio algo sospechoso en la carretera.
No se ha sabido nada de él desde entonces.
Una y otra vez, Alfonso Moreno y su esposa, Lucía Baca, han volado a Monterrey y recorrido el camino que hizo su hijo. Pero es lo más lejos que han llegado. Las autoridades les han advertido que permanezcan fuera de los poblados cercanos en la zona, un bastión del cártel de los Zetas.
"En unos de estos pueblos me he querido andar buscando, pero las autoridades dicen, 'No, si te metes, ya no sales.'"
Esto es lo que el padre guarda en su carpeta azul: una foto de seguridad de la caseta de peaje que muestra la mano de su hijo, cuando pagó 186 pesos en Sabinas Hidalgo, Nuevo León. Tarjetas de visita de los legisladores, periodistas y organizaciones de derechos humanos que han escuchado la historia de la familia. Fotos y descripciones de otros que desaparecieron de la misma manera, cuando conducían en las carreteras cerca de la ciudad de Monterrey.
Él conoce tanto esas historias, así como la de su hijo. Erguido, recita las fechas de las desapariciones.
Esto es lo que Alfonso Moreno dijo cuando se reunió con sus familiares: Vayan a las casetas de peaje ahora, porque sólo guardan por dos meses las fotos de las cámaras de seguridad.
Un problema creciente
En octubre, el presidente de México dijo que el "alto" número de personas desaparecidas era una preocupación creciente. Los enlistó entre las víctimas de la violencia que describió como "heridas abiertas" en la sociedad mexicana.
"No sabemos el tamaño del problema", dijo Calderón durante un discurso de apertura de oficinas de una nueva Procuraduría encaminada a ayudar a las víctimas.
"Son distintas las cifras", dice Gil, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos, "pero lo que sí es real es que es un fenomeno masivo en donde un número muy alto de personas están siendo victimas de este flagelo ... Sume a la familia a los amigos y a toda la comunidad de angustia y incertitumbre".
El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad ha documentado 600 casos recientes de “desapariciones forzadas" y manifestantes de este grupo han realizado tres caravanas por todo el país para protestar por la violencia y recaudando historias de víctimas.
Hay miles más, dijo Valentina Peralta, quien da seguimiento de toda la información generada sobre los casos de las víctimas para el movimiento.
Por cada muerte reportada, ella se entera de al menos ocho desapariciones más. Sin embargo, el miedo evita que muchos acudan a las autoridades para pedir ayuda.
“Nos dicen: no queremos denunciar porque nos van a matar”, señaló Peralta.
Algunos de los que han denunciado se las han arreglado para sostener reuniones con Calderón y otros altos funcionarios.
“Gracias al movimiento se han abierto las puertas”, dijo Moreno. “Ya no somos víctimas invisibles”.
Pero la carga que llevan generalmente se esconde a la vista, enmascarada con la implacable determinación de su lucha por justicia.
Un padre cierra su negocio familiar. Una mujer ve al mundo con desconfianza. Una abuela teme por el futuro de sus nietos. Para Moreno, sus viejas amistades se han desvanecido. A los conocidos les resulta muy difícil preguntar por un niño desaparecido.
“Ha nacido una familia de dolor”, agregó Moreno. “Todo, todo, todo es esperanza y dolor”.
La lucha financiera de un padre
Melchor Flores Landa compraba y vendía artículos domésticos en Nextlalpan, municipios del estado de México, en el centro del país. Ahora la búsqueda de su hijo y las marchas de protesta en contra de la guerra contra el narcotráfico consumen su vida. Su negocio está cerrado y el dinero es escaso.
El dolor es la única constante. Todo lo demás es incertidumbre —mentalmente, físicamente y económicamente—.
“Es como una cascada, todo en picada. No sabes cuándo vas a tocar el fondo”.
Al igual que en el caso de la familia Moreno, su hijo —un artista callejero conocido como el “Vaquero Galáctico” desapareció— en Monterrey. Viaja 10 horas en camión tanto como puede, en busca de información. Afirma que no se sabe nada de su hijo desde que la policía local lo detuvo hace tres años.
Flores se preocupa de que las autoridades se vayan a olvidar el caso si no se presenta en persona. Le cuesta miles de pesos hacer el viaje.
En una tarde reciente, su hija le pidió 80 pesos para comprar un libro. “No los tuve para un libro. Si los doy, no puedo venir acá".
El temor de una abuela por el futuro
Cuando María Herrera Magadalena le da un baño a su nieto, un pensamiento pasa por su mente. Es igualito a su padre —la manera en que se mueve, las palabras que dice—. Pero para su nieto y varios otros, el tener un padre es un recuerdo lejano.
Cuatro de los ocho hijos de Herrera desaparecieron en viajes que realizaron para comprar oro — negocio conocido en Pajacuarán, en el central estado de Michoacán—. Tres de ellos dejaron atrás a tres niños pequeños que aún lloran por sus padres.
"Hasta la fecha no entienden que esta pasando. Ellos creen que se fueron y los abandonaron. No hemos querido decir algo hasta la fecha. La verdad es que no siento fuerza para decirles la verdad".
El miedo ha tomado el lugar de sus hijos en la mesa y en la calle.
Herrera sufre un dolor constante, pero sabe que sus nietos van a sentir las consecuencias más profundas.
“ Sabemos que no van a crecer como otros niños , ni pueden ser niños como los demás. No sabemos qué futuro les podemos dar. ... El amor, la seguridad que tiene una familia, yo sé que nadie se los puede dar."
Lágrimas recorren su rostro. “Cuando empiezo a hablar de mis hijos no dejo de llorar”.
La vida de una madre en el limbo
Según Herrera, otros miembros del Movimiento por la paz son mejores en guardar la compostura. Ella apunta al otro lado del salón de conferencias a Julia Alonso, de 54 años, cuyo hijo —un agente de bienes raíces— desapareció cuando vacacionaba fuera de Monterrey en el 2008.
Alonso dijo que mantenerse concentrada en la búsqueda de su hijo es una lucha constante para ella también. En ocasiones, el odio la abruma. No invita a nadie a su casa. No da información por teléfono. Teme que la naturaleza en confiar de su hijo haya sido factor para su desaparición.
"Te vuelves una persona desconfiada. Es como si te robaran la mitad de tu vida. Ya no confías en la voluntad de personas."
A pesar de su lucha interna, Alonso afirma que ha jurado no llorar hasta que encuentre a su hijo y sepa cuál fue su destino.
"La única manera que me mantengo así, cuando hay 10,000 ideas que pasan por mi mente, inmediatamente corro a algún lugar y respiro. Espero que esta luz llegue a mi corazón, y yo sé que tengo que vivir."
La búsqueda de su hijo la hace seguir adelante, aún en sus horas más oscuras. “Los familiares de víctimas que han fallecido, al menos saben que están muertos. Estamos ansiosos. Es una situación de incertidumbre. Somos los que empujamos más porque tenemos la ilusion de que los encuentren con vida”.
Moreno afirma que algunas autoridades le han insinuado que podría ser el caso, de que los cárteles secuestran a personas para fortalecer sus propias operaciones, poniéndolos a trabajar.
“El coche al rato aparecerá por allá en un rancho. Lo deben de estar usando”, le dijo un oficial de Nuevo León, destacando que las habilidades computacionales de su hijo podrían ser valiosas. “Deben estarlo usando”.
En octubre, tropas mexicanas liberaron a más de 60 personas en el estado vecino de Coahuila. Las víctimas le dijeron a las autoridades que habían sido secuestradas en diversos lugares en todo el país y obligados a trabajar para los grupos criminales.
Asimismo, reportes de tumbas masivas de personas no identificadas han crecido considerablemente en la región.
Un año después de la desaparición de su hijo, Moreno dijo que las autoridades no han conseguido ninguna pista. Él y su esposa están esperando respuestas y rezando por que su hijo sea liberado por sus captores.
"No perdemos la fe. No nos cansamos de seguir buscando", destacó Moreno.
Su esposa sonríe y abraza a amigos mientras la reunión se acerca a su fin. Moreno toma con su mano el sobre de plástico azul.