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El 'invisible' tráfico de miles de niños migrantes en la frontera sur

México reconoce una crisis humanitaria, pero busca sellar su frontera; esto podría traer más riesgos para los menores, alertan especialistas
lun 21 julio 2014 01:00 PM

Giovany Lemus y Sirgy Guerra recorren la zona aledaña a la estación del ferrocarril que piensan abordar para llegar al norte de México; piden algunas monedas a los transeúntes para comprar comida y pagar la cuota que los grupos criminales que controlan el tráfico de migrantes les piden para poder subir a  La Bestia . Tienen 13 y 14 años respectivamente, provienen de la comunidad La Ceiba, Honduras, a más de 1,000 kilómetros de este municipio chiapaneco.

Los dos adolescentes garífunas –una mezcla étnica descendiente de africanos, caribeños y arahuacos, originaria de varias regiones de Centroamérica y el Caribe– se sumaron hace algunas semanas al éxodo de niños y niñas migrantes que cruzan la frontera de México con la intención de llegar a Estados Unidos, en lo que los gobiernos de la región han considerado una crisis humanitaria.

Giovany Lemus y Sirgy Guerra tienen a su favor la alegría y la gracia para el baile típica de su etnia; aún cuando transitan sobre peligrosos caminos de terracería, no dejan de mover el cuerpo al ritmo de la música que suena en un pequeño aparato de sonido que traen consigo. Van acompañados por tres adultos que en primera instancia aseguran que son sus “primos”, para más tarde confesar que sólo uno de ellos es su guía, es decir, el traficante, pollero o coyote que contrataron para llevarlos en su ruta.

Salieron de su país huyendo de la amenaza del reclutamiento forzado de las pandillas. A Sirgy, el más joven, le exigían que fuera a “cobrar la cuota” a las tiendas de su barrio, el “cobro de piso”, como se conoce en México a este tipo de extorsiones.

La magnitud del problema

Estos dos menores de edad forman parte de los miles de niños migrantes que cruzan sin sus familiares la frontera sur de México, en un tráfico hormiga que se da a través de caminos irregulares, donde –según explican especialistas a CNNMéxico– los traficantes de personas buscan hacerlos “invisibles” a los ojos de las autoridades migratorias, con lo que aumentan los riesgos que enfrentan... Pero, ¿cuál es la magnitud del problema?

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Las cifra de cuántos menores no acompañados pasan por la frontera sur y se encuentran en tránsito para llegar a Estados Unidos es imprecisa. El único dato que se conoce con exactitud, es el de quienes no logran su objetivo: en las estadísticas migratorias mensuales de la Secretaría de Gobernación, se registra que entre enero y mayo de este año, el Instituto Nacional de Migración (INM) ha detenido a 8,007 menores de entre 0 y 17 años, de los cuales  4,230 viajan sin la compañía de ningún familiar . El miércoles pasado, el titular de la Segob, Miguel Ángel Osorio Chong, aseguró que esta cifra de menores migrantes no acompañados detenidos por el INM, ya  había llegado a 7,600 en lo que de 2014 .

Por su parte, la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos ha reportado en el primer semestre del año, la detención de  57,525 menores no acompañados en su frontera sur, de los cuales 43,933 son hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, 12,614 son mexicanos y 978 son de otras nacionalidades. Estos datos muestran que, entre enero y junio, han ingresado por la frontera sur, al menos 52,000 menores no acompañados.

“Puntos ciegos” en una frontera de 1,149 kilómetros

Las rutas para adentrase a México y llegar a Estados Unidos depende de los recursos económicos con los que cuenten los migrantes, quienes deben pagar entre 3,000 y 9,000 dólares, según estimaciones del sacerdote Heyman Vázquez,  director del albergue “La Santa Cruz”, ubicado en el municipio chiapaneco de Huixtla. 

“Quienes llegan a buscar refugio a los albergues son los más pobres, los que no tienen los recursos para poder entrar de manera legal a México, los que no pudieron siquiera pagar al pollero (traficante) para que los lleve por avión o autobús”, detalla el sacerdote.

Ramón Verdugo, director del albergue para niños migrantes Todo por Ellos, ubicado en Tapachula, Chiapas, explica que los migrantes cruzan la frontera sur mexicana a través de los llamados “puntos ciegos”, cruces informales que hay a través de los 1,149 kilómetros que dividen a México, de Guatemala y Belice.

Los migrantes, sean menores o adultos, cruzan la frontera por caminos de extravío en los que no entran las autoridades; veredas hechas por el paso continuo de personas. Algunos “puntos ciegos” desembocan en zonas donde el nivel del río Suchiate –que divide a México de Guatemala– es bajo y la gente puede cruzar nadando; otros están en la zona montañosa, desde donde descienden caminando hasta llegar a carreteras mexicanas, explica Edgar Uriel Fuentes Miranda, delegado migratorio en el Departamento de San Marcos, Guatemala.

El funcionario guatemalteco detalla que en su país tienen identificados más de 30 “puntos ciegos”, que no pueden vigilar ni patrullar porque no cuentan con personal suficiente; asimismo, menciona que los centroamericanos que buscan llegar a México a través de Guatemala, lo hacen ya sea por el departamento (estado o provincia) de Huehuetenango o el de San Marcos; si vienen de Huehuetenango suelen caminar la sierra hasta llegar a Tuxtla Gutiérrez; mientras que los que llegan por San Marcos, cruzan nadando o en balsa el río Suchiate y siguen hacia el norte, pasando por Arriaga, un pequeño poblado con poco más de 40,000 habitantes en el que lo migrantes suben a La Bestia.

Transitar entre países centroamericanos no representa complicaciones con las autoridades, se puede cruzar las fronteras libremente sin necesidad de visa, explica el delegado migratorio guatemalteco... Los problemas comienzan al entrar a México.

Giovany Lemus y Sirgy Guerra, entrevistados nueve días después de haber entrado a México, relatan que para llegar a Arriaga –municipio chiapaneco a 300 kilómetros de la frontera– viajaron en autobús desde Honduras; y, tres kilómetros antes de llegar a El Carmen, ciudad guatemalteca que hace frontera con Chiapas, bajaron del transporte y su “guía” los introdujo por una vereda selvática, donde caminaron hasta encontrar el río Suchiate. 

“Primero cruzamos en balsa –fabricada con llantas de tractor y tablones–, luego empezamos a caminar. Algunas veces tomábamos transporte, pero nos teníamos que bajar cuando había retenes”, dice Sirgy.  

Ya en México, los migrantes deben ir rodeando los puestos de control para evitar ser detenidos y deportados. Tan sólo en el tramo que va de la frontera a Arriaga, hay de manera permanente una docena de retenes y un número variable de puestos de revisión móviles.

Escondidos en hoteles de paso y casas de seguridad

Son las 8 de la mañana, el tren de carga que se encuentra estacionado en la estación y comienza a hacer maniobras sobre las vías. Con el ruido de la locomotora aparecen decenas de rostros en las ventanas y balcones de los hoteles de paso y viviendas que, a los costados de la estación ferroviaria, sirven de “casas de seguridad” para que los polleros lleven a sus clientes.

El Hotel Iris, que momentos antes parecía semivacío, de pronto llena sus balcones con varios adultos y media docena de niños, algunos de brazos. Una vez que los migrantes se dan cuenta que en ese momento no avanzará el tren, una mujer se apresura a meter al interior del edificio a los pequeños. No se les volverá a ver el resto del día. También vuelven hacia el interior quienes se asomaron en el Hotel Lupita, el Hospedaje Posada del Migrante y un sinfín de casas que hay a los costados de las vías del tren.

A estos lugares sólo acuden agentes del INM o policías cuando existe alguna denuncia formal de que en su interior se está cometiendo algún delito. Entrar de manera irregular al país solo está catalogado como una “falta administrativa”, con lo que, en teoría, los migrantes no tendrían por qué ser perseguidos en estos hoteles y viviendas.

“Cuando los gobiernos de México y Estados Unidos dan a conocer las cifras de los miles de niños y niñas que han detenido para su deportación, las personas se imaginan que al llegar a la frontera van a ver a esos miles por los camino, pero eso no es así porque pasan por diferentes rutas, muchas desconocidas”, explica Lourdes Rosas, investigadora del Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova.

“Tratan de perderse, de pasar desapercibidos (...) son llevados a casas de seguridad, a hoteles u otros lugares donde los traficantes pueden hacer con ellos lo que deseen, donde se encuentran completamente vulnerables”, explica la activista.

 Invisible y riesgoso camino

“Axel Yulia Figueroa Paredes, 13 años. Originario: Copan Ruinas, Honduras. Desaparecido”, señala el cartel con la imagen de un adolescente moreno de cabello rizado, cuya fisionomía podría ser la de cualquier mexicano. La historia de este adolescente puede ser la misma que la de miles de niños que al entrar a México tratan de invisibilizarse para evitar ser detenidos, con lo que quedan a expensas de los traficantes, expuestos a cualquier peligro, señala Patricia Villamil, excónsul de Honduras en México.

“En las calles de Tapachula es común ver a niños vendedores ambulantes de dulces, cuyo negocio no siempre es ese, sino el de distribuir pequeñas dosis de droga, o el de la prostitución. Las niñas y los niños están siendo víctimas de la trata de personas, en condiciones aún más riesgosas que la de los adultos, porque a ellos les es más difícil defenderse o escapar”, explica Luis García Villagrán, director del Centro de Dignificación Humana.

A estos menores de edad es difícil identificarlos como víctimas de trata porque en las ciudades fronterizas es una constante la población flotante de guatemaltecos que trabajan en las calles o en fincas agrícolas. Sólo en 2013, la Procuraduría de Chiapas reportó haber rescatado a 403 víctimas de trata de personas, en su mayoría de entre 12 y 17 años de edad, originarias de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua.

¿Se podrá sellar la frontera?

Para tratar de detener la migración, los gobiernos de México, Guatemala, El Salvador y Honduras, acordaron iniciar este mes una campaña de información para persuadir a sus connacionales y alertarlos sobre los riesgos de transitar de manera irregular, y explicarles que el gobierno de Estados Unidos repatriará a quienes lleguen a esa nación.

“Estamos hablando con fundaciones con presencia en Guatemala, para conseguir becas de estudios, buscar oportunidades para las familias y convencerlas de que la solución no es la migración”, explicó el cónsul de Guatemala, Héctor Ramiro Sipac Cuín. Su homólogo de Honduras, Marco Tulio Hueso Guerra, no se muestra tan optimista: “Este fenómeno migratorio responde a un problema estructural que no se va a resolver con soluciones provisionales”.

Por su parte, el INM ratificó en junio pasado su compromiso “con la protección y salvaguarda de los menores extranjeros que ingresan y transitan por territorio nacional, ante el incremento del flujo migratorio registrado en los últimos años”, para lo cual ha intensificado su colaboración interinstitucional con los tres niveles de gobierno, dijo un funcionario de la dependencia.

El pasado 7 de julio los gobiernos de México y Guatemala anunciaron la implementación del “Programa Frontera Sur”, que comprende, entre otras acciones, el reforzamiento de medidas de seguridad en la frontera de ambos países. Días después, Miguel Ángel Osorio Chong, anunció que las autoridades mexicanas buscarán  sellar la frontera sur  e impedir que los migrantes suban a los trenes de carga.

Ante estas medidas, activistas defensores de los derechos humanos de los migrantes, consideran que no se logrará contener el tránsito de los miles de niños y niñas que cruzan por la frontera sur. “Sólo va a hacer más difícil su tránsito, porque el traficante los va a tratar de ocultar, de llevar por lugares más riesgosos, más apartados, donde corren mayor riesgo”, sentenció Carlos Bartolo Solís, director del albergue para migrantes El Hogar de la Misericordia.

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