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Un empresario... ¡de película!

Francis Ford Coppola tiene una exitosa vida empresarial que va más allá del cine; vinos, hoteles, alimentos, cafeterías y revistas, incluyen un emporio que no es de ficción.
vie 16 noviembre 2007 06:00 AM
Coppola ofreció una conferencia para empresarios dentro del

Quien comprende que el delicado arte de concebir un gran vino nace en la tierra misma, reconoce del tiempo, dedicación y pasión de la vida... y de los negocios. Francis Ford Coppola ha sembrado en buena tierra, la ha comprendido, se ha fundido con ella y ha cambio de más de 30 años de trabajo, ha cosechado un emporio que nada tiene que ver con el superficial mundo de Hollywood.

Lacónico y sin pretensiones, camina escoltado por sus anfitriones hacia el salón donde se reunirá con un selecto grupo de afortunados. A su paso, aquellos que le reconocen apenas pueden creer que sea el laureado director de cine quien camina frente a ellos en tierra mexicana. Para el resto, simplemente pasa desapercibido por su casual y despreocupada forma de caminar y vestir.

Toma su lugar entre los comensales, y se dispone a disfrutar uno de los grandes placeres de su vida: comer. Pero no por el vulgar acto de ingerir cuanto a su mano encuentre, sino por el gusto mismo de cocinar y compartir el deleite de un buen platillo con sus amigos y familia. De hecho, así nació su línea de pastas y aderezos Mammarella.

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Recuerda haber crecido entre los artificios y experimentos culinarios de sus abuelos y sus padres. “La cocina es el corazón del hogar italiano”, relata y asegura que cuando nació este negocio, no encontró mejor nombre para esta línea de productos. Mammarella era la forma cariñosa con la cual se dirigía a su madre Italia Coppola, y significa “querida mamá”.

Esta empresa de la que pocos saben, y que de hecho es uno de los negocios “pequeños” del ganador del Oscar a Mejor Director, ofrece ocho tipos de pastas diferentes, además de seis diferentes aderezos o “salsas” tradicionales de Italia. Pero su oferta no se limita a una producción masiva de los típicos alimentos procesados estadunidenses, sino que se enorgullece de su origen orgánico.

El servicio está listo. Aunque será casi imposible asombrar a quien conoce y vive del arte del vino, el sommelier se esfuerza, le presenta su mejor cosecha y se dispone a servir su copa. “¡No!, es muy temprano para vino, quiero de esa agua, sírvame agua de hor...chata”.

“Creían que no la conocía... si conozco sus costumbres más de lo que se imaginan. Yo vivo entre mexicanos, aprendo de los mexicanos, admiro a los mexicanos”, comenta con naturalidad y sin falsa adulación.

Y no miente, pues para construir el negocio al cual le debe más pasión y cariño, el que le ha tomado más de 30 años edificar, el que le ha dictado sus principales teorías de vida y empresariales, lo ha hecho de la mano de un grupo de mexicanos.

Sus abuelos además de inventar creativos platillos, disfrutaban de fermentar su propia mezcla de uvas. Lograban un vino casero, sin pretensiones, pero que llenaba de placer la mesa familiar. Ford Coppola crece aprendiendo las lecciones de la vid, de su cuidado, del tiempo de maduración, de su personalidad.

En 1975, Francis y su esposa Eleonor, compran mas de 1,500 acres de un viñedo que fue concebido en 1871 con el nombre original de Inglenook, una expresión escocesa que significa “rincón acogedor”. La historia no fue sencilla, ya que los dueños no querían vender un lugar con tanta historia, y opusieron consistentes negativas a la insistencia de los Coppola.

Cuentan que inicialmente se les permitió instalarse en un pequeño espacio, sólo para que el director de cine pudiera satisfacer su deseo de crear un vino artesanal, tal como lo hicieran sus abuelos. Con el tiempo, los dueños originales, descendientes del fundador de apellido Niebaum, reconocieron su pasión por el vino, y decidieron venderle el viñedo.

En honor y respetando el deseo de los vendedores, se conservó el nombre, integrando desde entonces el viñedo y bodega Niebaum-Coppola.

Hoy, 32 años después, la bodega ofrece una extensa colección de vinos de tan distinta personalidad y características, y en donde Francis Ford Coppola ha podido reflejar su percepción de la vida, y que son reconocidos por sommeliers y enólogos, dada la calidad que ofrecen.

Más de 20 etiquetas, con añadas que han sido distinguidas y bien calificadas por revistas como Wine Spectator, Decanter y Wine & Spirits. Cepas de California y del norte de México, se arriesga igual a ofrecer varietales que a mezclar. Y todo ello, con el apoyo de manos mexicanas.

“Estar dentro de la industria del vino es una gran pasión para mi y mi familia. Pero ello hubiera sido imposible sin el apoyo de los colegas mexicanos, de los trabajadores que cruzan la frontera y trabajan nuestras tierras. Son gente maravillosa, son gente trabajadora, en un gran honor trabajar con ellos y conocerlos”, comenta mientras disfruta sin poses sus platillos.

Así, entre horchata y tortillas, igual habla de su inconformidad contra la construcción del muro que se construye en la frontera, y del efecto positivo de los migrantes mexicanos, que de la política y las elecciones presidenciales que se aproximan en su país. Declarado demócrata, deja de lado sus éxitos taquilleros y platica sin limitaciones de sus posiciones políticas...

Lecciones de vida, lecciones de negocios

Su visita a México fue fugaz. Ofrece una conferencia para empresarios dentro del Foro Mundial de Marketing e Innovación, para después compartir los alimentos con un pequeño grupo de comensales, entre los cuales se encuentra Excélsior.

A pesar de que como empresario muestra ser un incansable generador de rentables negocios, asegura sin enfado que “el ser humano no fue traído al mundo para trabajar, sino para vivir y fundirse con la naturaleza...”.

Tal vez por ello las empresas que ha desarrollado están tan íntimamente ligadas al hedonismo. “Mi lógica para los negocios es brindar placer a la gente, a mis consumidores. Quiero ofrecerles una forma de mejorar sus vidas, y eso es lo mejor que puedo sugerirles como empresario”.

Generoso en ideas así como en su tiempo, degustó sin prisa sus alimentos, y relata de su otra pasión: la naturaleza.

“Siempre he estado interesado en la tierra, en la naturaleza, desde que era niño la apreciaba... ahora con el calentamiento global, la contaminación y todo el daño que se genera al medio ambiente, deberíamos ser más conscientes. Debemos encontrar el equilibrio con la naturaleza, con las criaturas de nuestro entorno. Incorporarnos sin destruir el medio ambiente, y nuestra tierra, esta hermosa, hermosa tierra”.

Una vez más, no sólo es un discurso. Francis Ford Coppola sabe de lo que habla, y este pensamiento lo ha materializado en otro ramo de sus negocios: los hoteles boutique con visión ecológica.

En el año 2003, enclavados en lo que él llama un “Paraíso Maya”, comenzó a abrir las puertas de lo que hoy son tres desarrollos turísticos, dos en Belice y uno en Guatemala.

Blancaneaux y el Turtle Inn, se encuentran a los pies de la arena y el mar de Belice, con toques rústicos que permiten a quien lo visita, olvidarse de la vida cosmopolita y fundirse con la naturaleza.

La Lancha, se encuentra frente al Lago Petén Itzá de Guatemala, cerca de la región de Tikal, lo cual no sólo le convierte en una puerta a la cultura maya, la cual dice admirar.

Pero sin olvidar su visión de hombre de negocios, y el bono extra que se debe pagar por acercarse a la naturaleza virgen de algunos paraísos del continente, el costo de sus hoteles está lejano a lo módico. Así, que en ninguna circunstancia olvida una de sus políticas en los negocios y en el cine: “la naturaleza y las circunstancias te dan la materia, tu misión es hacer lo mejor que puedas con ella, con base a tu experiencia”.

Y es que su vida empresarial y el cine siempre han ido de la mano. De alguna forma la filosofía que aplica en uno u otro ámbito, no puede desasociarse, y ello le ha permitido ser coherente y consistente a lo largo de su vida.

Bajo esta lógica es que también diseña sus otros dos ámbitos de negocios: un para de cafeterías que mantiene en California, y que tratan de transmitir su pasión por la tierra, el vino y el cine. Así como su revista Zoetrope, en donde permite la publicación de pequeñas historias que podrían tener el potencial de convertirse en libretos de cine.

Con esta revista además de ganar premios por mejor publicación de arte, también le ha permitido descubrir nuevos guionistas, y abrir un espacio para artistas en el más completo significado del arte.

El final feliz...

¿Quién es usted como ser humano?, ¡háblenos de su vida!, cuestiona un curioso comensal.

“Uff, bueno, tengo 68 años, soy un hombre que lleva 45 años de casado, tengo cuatro hijos y dos nietas que son mi adoración. Ellas me inyectan de vida. Una de las cosas de las que me siento más orgulloso es de seguir casado con mi mujer. Estoy feliz de estar con ella, es mi soporte, a veces ella sabe mejor que yo lo que necesito”.

Relata de sus hijos, de su educación y de sus padres, quienes fueron un gran ejemplo y un pilar fundamental en su vida.

No lo menciona, pero aquel director que ha dirigido con precisión y éxito violentas escenas de El Padrino, Apocalipsis Hoy, y Drácula, deja ver que el amor le imprime pinceladas a su vida. Se confirma cuando otro curioso pregunta ¿qué tipo de película le ha faltado hacer?

“Uhmm, puedo pensar en tantas cosas, pero hay un tipo de películas apasionantes que yo veía cuando era joven. Historias de personas que se aman sin límites, historias que te rompen el corazón, películas muy emocionales, que cuando acaban, te dejan pensando en temas importantes... tal vez antes de que me muera pueda hacer una película así”.

Algo que seguramente cumplirá, porque antes de marcharse, dejó a los presentes un claro mensaje, que le ha marcado en su vida como cineasta y como empresario.

“Yo no entiendo a las personas que tienen miedo de hacer cosas o de probar experiencias nuevas. El final de todos ya lo conocemos, todos nos vamos a morir. Y si cuando mueres tienes la seguridad de que hiciste lo que quisiste y asumiste riesgos, entonces, seguramente será un final feliz...”.

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