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La cacería: un negocio mal visto que genera 163 mdd

Representa el 1% de la industria turística mexicana y en el país hay 12,503 zonas autorizadas; gusta a empresarios y políticos, pero disgusta a la opinión pública. El estigma frena su desarrollo.
jue 21 mayo 2015 06:00 AM
Sólo los afiliados a un club de cazadores pueden registrar sus armas, pero los aficionados pueden rentarlas en los ranchos cinegéticos. (Foto: Jesús Almazán / Expansión)
caza deportiva (Foto: Jesús Almazán / Expansión)

La caza deportiva en México representa 1% del total de la industria turística y crece 8.8% anual; sin embargo, la falta de promoción frena su desarrollo, dado que esta actividad conlleva un estigma social que atrae incluso agresiones.

La cacería o turismo cinegético generó ingresos estimados en 163 millones de dólares (mdd) en 2014. Se practica en ranchos y áreas autorizadas por la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) donde se crían animales exclusivamente para este fin.

El modelo de negocios es la conservación de las especies a cambio del pago de cuotas estatales y federales, la venta de animales y la oferta de servicios de viaje.

El número de cazadores crece 5% cada año, según un estudio preliminar de la Secretaría de Turismo. Y a pesar de la polémica social por convertir en trofeo a un animal, los permisos aumentan 8% anual, según la Semarnat.

Dónde se puede cazar

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En México hay 12,503 áreas autorizadas para cazar. Los estados con más ranchos cinegéticos están en Tamaulipas, Nuevo León , Sinaloa, Sonora, Chihuahua, Zacatecas y Coahuila.

Las zonas autorizadas se llaman Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (Uma). Ahí  se crían especies como borrego cimarrón, cebra, berrendo, venado, mapache, liebre y jabalí, principalmente. En México también es posible cazar aves como paloma y codorniz.

“La cacería tiene gran potencial”, dice el ex presidente del Club Safari México, una asociación de cazadores, Rafael Ayala y Aranda. “Sol y playa no son toda la oferta turística del país”.

Pero “falta información y vinculación para impulsar el desarrollo”, dice Alejandro Moreno, cazador y exsubsecretario de Operación Turística federal.

De hecho, no hay datos oficiales de cuántas personas practican este hobby. “Tampoco hay estadística de los extranjeros que vienen de cacería a México”, dice Gabriel Serna, presidente de la Asociación Nacional de Ganaderos Diversificados Creadores de Fauna (Angadi). Sólo existe el registro de 750 clubes de cacería en la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).

El negocio en México es casi virgen si se compara con países como Estados Unidos, donde la cacería genera 21,300 mdd al año.

No requiere gran infraestructura, fomenta la biodiversidad, preserva áreas naturales y genera derrama económica a las comunidades rurales, según un informe de la Secretaría de Turismo.

Lee: México busca ser el quirófano de EU y Canadá

Cuánto cuesta cazar

Los precios de esta actividad en México son competitivos. Cazar una paloma cuesta desde 1,000 dólares, un venado cola blanca, unos 1,500 dólares, y un borrego cimarrón, 25,000 dólares.

En África, un leopardo cuesta 36,000 dólares y un león, 46,000 dólares. No obstante, la inseguridad ha disminuido el negocio y cada vez más aficionados cazan en Estados Unidos, dice Guillermo Soto, dueño del rancho El Triángulo en Nuevo León.

Para tener un arma para cazar legalmente hay que tramitar un permiso en la Sedena. Un rifle cuesta entre 350 y 3,000 dólares. Sólo los afiliados a un club de cazadores pueden registrar sus armas, pero los aficionados pueden rentarlas en los ranchos cinegéticos.

Los viajes de turismo cinegético en México duran siete días, en promedio. En ese periodo, los cazadores requieren servicios de hospedaje, alimentos, transporte, guías y taxidermistas para disecar sus presas.

Una excursión en Europa toma 10 días y en África, 21. Los cazadores profesionales viajan una o dos veces al año al extranjero. Este hobby es caro. Una jornada cuesta entre 1,000 y 50,000 dólares. El pago se hace en el rancho y la cuota cubre el precio del animal y los impuestos por derecho de aprovechamiento de las especies.

El precio varía según el animal, el país y los servicios. “Trasladar a un león o a un elefante a México eleva el gasto”, dice Serna.

Mala reputación

El turismo cinegético no goza de buena reputación. Todo empresario o figura pública que se enorgullece de sus trofeos se enfrenta a la crítica.

“La gente está en contra porque no sabe lo que hacemos”, dice Fritz Jacobson, cazador y socio de una empresa de energía eólica. “Creamos más vida de la que quitamos”. Los ranchos cinegéticos crían animales y crean ecosistemas para esta práctica.

La caza deportiva surgió en Europa en el siglo XIV. Desde entonces, los aficionados son gente adinerada y poderosa. “El ex presidente Miguel de la Madrid cazaba con flecha”, recuerda Orlando Deándar, empresario y dueño del rancho Serendipiti en Nuevo León.

La cacería es un gusto que se hereda por generaciones. Empresarios del norte, como Héctor Cuéllar Sánchez (Worcester), Adrián y Federico Sada (Vitro) y Eugenio Baeza (Grupo Bafar) cazan por tradición familiar.

Un buen cazador es paciente, no pierde de vista su objetivo ni se distrae con otras presas. “Su disciplina lo define”, dice Jacobson.

Pero en México ser cazador no es sencillo. “Tengo amigos que han sido agredidos en aeropuertos al documentar sus armas”, comenta Jacobson. “Poca gente sabe que preservamos ecosistemas y la mayoría nos llama ‘asesinos’”.

Las quejas de organismos sociales no paran. “No hay argumento que valga”, dice Emilia de León, presidenta de la Asociación Defensora de Animales de Nuevo León. “Es inadmisible matar por gusto”.

Los entrevistados asumen la responsabilidad del estigma social. Estar cerrados a comunicar, abiertamente, el modelo de negocios de la cacería les ha traído enemigos.

El camino para fortalecer el turismo cinegético es que autoridades, empresarios y cazadores transparenten su actividad, dice el cazador Alejandro Moreno, quien también es consultor de empresas turísticas.

Moreno tiene una sala de trofeos. “Tengo más de 50 especies”, comenta. “Es mi espacio y un lugar especial a donde sólo entran mis amigos”.

 

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