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Un centro de operaciones para la regata

El monumento volado Veles e Vents está a la orilla de canal, en el puerto español de Valencia; muestra que la arquitectura puede dominar su desplante y dejar una derrama urbana significativ
lun 04 febrero 2008 12:00 AM
Voladizos amplios y una estructura oculta rompen la sujeción

Valencia vivió el 2007 en gran forma. Allí se disputó la competición náutica más antigua del mundo: la trigésima segunda edición de la America’s Cup. La Copa tomó este nombre en 1851 al coronarse un velero estadounidense invitado ante las mejores embarcaciones británicas y llevarse al New York Yacht Club la entonces Copa de las 100 Guineas.

Así, con su más de siglo y medio de historia y 31 sedes anteriores, Valencia adquirió el prestigio de realizar los eventos principales y recibir el mayor número de competidores en la historia, provenientes de los cinco continentes. Hoy, ciudadanos, autoridades y organizadores celebran todos y cada uno de los reconocimientos que ha merecido la magna sede, el edificio central del encuentro náutico.

Todo un poema
Ganador del premio Overall Winner 2006 que otorgan los LEAF Awards anualmente, el edificio Veles e Vents —o Velas y Vientos, que hace honor al poema del mismo nombre escrito por Ausiàs March— ha obtenido un sitio de privilegio internacional al superar en esta competición a proyectos de arquitectos como Zaha Hadid, Gert Wingårdh y el despacho multinacional Atkins, entre otros. El jurado que otorgó este reconocimiento internacional no se equivocó al exaltar las aportaciones a nivel constructivo y de diseño arquitectónico que realizó la dupla conformada por el estudio David Chipperfield Architects y b720 Arquitectura del español Fermín Vázquez en la realización de este nuevo ícono arquitectónico europeo que se ha convertido en el más emblemático de la regeneración urbana que vive Valencia y pieza central de la reorganización del puerto industrial.

Ubicado cerca del edificio de aduanas y de los muelles donde se almacenan granos y naranjas, Veles e Vents es el resultado de un concurso internacional convocado a inicios de 2006. Su carácter minimalista es el emblema actual de la America’s Cup y su fisonomía espacial establece un punto de convergencia social que articula un estacionamiento con capacidad para 800 automóviles —adyacente al edificio principal, resuelto como una pieza continua a lo largo del canal. Este elemento aloja una serie de pérgolas en 55,000 m2 donde es posible realizar actividades lúdicas y eventos al aire libre, además del parque construido sobre el estacionamiento de 100,000 m2.

Su vocación de hito urbano y solución de escala —ambos aspectos definidos desde las mismas bases del concurso, el cual exigía generar un edificio emblema para la regata y símbolo del inicio de la intervención del contexto portuario— han influenciado de manera trascendental la ordenación de la zona.

Con su planeación quedó establecida como primera acción la reestructuración de los usos de suelo que regían en el malecón del puerto para dotar de áreas verdes, un parque público e incluso diversas pasarelas peatonales que permiten una continuidad de flujos comerciales, deportivos y turísticos: desde la playa hacia el puerto, hacia el entorno de la ciudad, o de la ciudad misma hacia los puntos comerciales y de mayor impacto turístico.

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Mucho que demostrar
El edificio y el parque son de esta forma el punto neurálgico para la premier mundial de la competencia organizada en Europa por primera vez en más de 150 años, periodo en el cual ha sido abrumadora la hegemonía deportiva que ha saturado las vitrinas estadounidenses, con la ocasional aparición de neozelandeses y australianos.

La construcción se realizó en sólo 11 meses, durante los cuales quedó de manifiesto el interés de los promotores del proyecto por obtener un espacio de la mano del perfeccionista genio de Chipperfield. Este último definió en todo momento la esencia espacial y conceptual del proyecto generando un espacio público desde el cual, además de tener una excelente panorámica del paisaje y ser la base de operaciones de los equipos participantes, se puede disfrutar de las carreras de la copa gracias a que brinda una secuencia dinámica de cubiertas públicas que, trabajando en cantilever, soportan a los espectadores suspendiéndolos por encima del puerto. La planta baja actúa como área de recepción para las instalaciones destinada a ‘gente muy importante’ (VIP, por sus siglas en inglés) y tiene un restaurante que se abre hacia la pasarela peatonal que rodea el edificio y un canal recién excavado que une al puerto para los cursos de carrera de veleros. El primer nivel contiene mirador, zona de accesos e integra locales comerciales con marcas como Louis Vuitton y America’s Cup Boutique. Los siguientes dos niveles albergan las instalaciones del club, un restaurante, dos bares y salones.El último piso funciona como un espacio abierto y flexible que puede adaptarse a cualquier tipo de evento.

Es parte del espectáculo
La audacia antigravitacional que particulariza cada uno de esos cuatro niveles y su enfatizada horizontalidad generan microclimas —producidos por la sombra proyectada de estos elementos construidos en concreto prefabricado y apoyados, todos ellos, en cuatro puntos estructurales de concreto armado (dos verticales y dos inclinados)—, y al mismo tiempo alojan la circulación vertical. La fisonomía ligera del edificio no necesitó de mayor complejidad en la selección de los materiales utilizados. A decir de Chipperfield, “la obra no merecía perderse entre apariencias; por ello el acero blanco pintado, de la mano de los plafones metálicos y la iluminación adecuada, enmarcan los bordes de la estructura de concreto y obsequian vistas generosas perfectamente estudiadas que se nutren de la sensación de recorrer estos espacios y hallar contrastes obvios como los producidos en los pisos exteriores, realizados en madera, y los interiores, de resina epóxica blanca, o el mismo paisaje y los intensos colores del mobiliario interior”. La construcción recurre continuamente a la exageración de los espacios por el juego en perspectiva que supone la disposición de los planos horizontales —libres de soportes estructurales periféricos o notablemente visibles—. Encuentra en la modulación una forma efectiva de cumplir con el programa requerido a nivel espacial y se niega a generar una fachada por planos dado que acude al cristal en barandales de terrazas y a revestimientos en los voladizos resueltos con el principio de ménsula. Escaleras y elevadores delatan su función pero al mismo tiempo exhiben las cualidades de los materiales empleados para soportar las condiciones específicas del entorno marino al que se halla sometida la edificación.

Dos de las características del autor son el cuidado por la integración urbana de sus proyectos y la estricta supervisión de ellos en su proceso constructivo. Obras como el Museo de Arte Figge (Davenport, Iowa, EU), el Neues Museum (Berlín, Alemania), el Social Club Forest Village (Liangzhu, China), son muestra de este argumento que hoy se manifiesta claramente en  Valencia. Más allá de imposiciones al paisaje, la solución constructiva de este conjunto de volúmenes perfectamente definidos ha merecido la reiteración del adjetivo utilizado para la obra del Chipperfield: minimalismo denso. Su filosofía alguna vez tuvo su oportunidad de concretarse en nuestro país al concursar la Biblioteca Vasconcelos; en ese entonces el arquitecto definía que “cualquier proyecto debe experimentar con las formas y espacios, que ofrezca una nueva dimensión social, un sentido de comunidad”.

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