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Juegos Olímpicos impactan Vancouver

Los eventos deportivos son contraproducentes si falta la visión a largo plazo, dice Nuno Fernandes; Grecia, por ejemplo, aún sigue padeciendo los efectos económicos negativos de las Olimpiadas.
sáb 13 febrero 2010 06:00 AM
Los organizadores del evento deberán tomar en cuenta las consecuencias de sus decisiones en el largo plazo.  (Foto: Cortesía SXC)
vanc (Foto: Cortesía SXC)

Toda la atención internacional se centra en Canadá, ahora que los atletas empiezan a llegar a Vancouver para participar en los Juegos Olímpicos de 2010. Como en todas las Olimpíadas, algunos de ellos recibirán el mejor premio a sus largas horas de dedicación y práctica: la medalla de oro. Una de las preguntas que se hacen los canadienses es si ellos serán "ganadores económicos" de la inversión realizada por el país para albergar los Juegos.

Las ciudades en las que se celebrarán competiciones tienen que dedicar tremendas inversiones a deportes e infraestructuras. En general, se considera que un evento de estas características es muy positivo para la ciudad y el país y que el dinero gastado es una buena inversión. De hecho, los comités organizadores han realizado estudios de impacto económico que confirman que las expectativas son buenas y que se prevén miles de millones de dólares de beneficios económicos.

Sólo hay un problema: todos esos estudios se basan en previsiones de futuro, que, como sabemos, son bastante difíciles de cumplir. El problema principal de los estudios clásicos de impacto económico a priori es que manejan un efecto multiplicador, pero olvidan que la gente cambiará su comportamiento durante la celebración de los Juegos. Y así es: los precios hoteleros suben, lo que sólo contribuye a espantar a los turistas habituales. Las conferencias de negocios y otros viajes profesionales también se posponen o cancelan durante ese tipo de eventos. Incluso los turistas que acuden en esas fechas gastan menos en productos y servicios distintos de la hostelería, ya que están pagando unos precios de estancia superiores. De modo que, al final, el beneficio neto puede no ser tan alto.

No obstante, hay estudios que observan la situación a posteriori y cómo les ha ido en realidad (basándose en datos realizados) a ciudades y países que han acogido este tipo de eventos multitudinarios.

Los Juegos Olímpicos Atenas 2004 fueron un éxito deportivo y de organización. Sin embargo, dejaron al contribuyente griego una deuda por pagar. Los costos previstos se rebasaron con creces y, al final, el costo total directo de los Juegos de 2004 fue superior a los 11,000 millones de dólares estadounidenses, sin incluir muchos de los grandes proyectos de infraestructuras que se habían acometido antes de las Olimpíadas; entre otros, el Aeropuerto Internacional de Atenas (3,000 millones de dólares), la autopista de circunvalación de Atenas (4,000 millones de dólares) o la ampliación del metro (2,700 millones de dólares).

Es importante reseñar que el costo final de 11,000 millones de dólares duplicó la previsión de costo  inicial realizada por el gobierno griego para los Juegos Olímpicos. Además, los fondos procedieron casi exclusivamente de los contribuyentes, mediante gastos emprendidos por el Estado y los gobiernos locales. Los beneficios asociados a la venta de entradas, derechos televisivos, patrocinios y venta de productos relacionados ascendieron finalmente a menos del 20% del coste total de los Juegos de 2004. Y lo que aún es peor: muchas de las infraestructuras que se crearon entonces no se utilizan ahora, y se habla incluso de demoler partes de esas construcciones. En definitiva, un éxito a corto plazo, pero un fracaso desde el punto de vista de la inversión a largo plazo que supondrá una carga para los ciudadanos griegos durante mucho tiempo.

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Por otro lado, han pasado casi veinte años desde los Juegos Olímpicos Barcelona 1992. A estos Juegos se les reconoce indiscutiblemente un éxito enorme, no sólo desde el punto de vista deportivo, sino también por sus efectos financieros y económicos para la ciudad y el país. La renovación de la ciudad que se inició con vistas a la celebración de los Juegos se prolongó 10 años más. Áreas clave de la ciudad como el Barrio Gótico, el Raval y, desde luego, el Puerto Olímpico, se remozaron completamente y experimentaron una transformación urbanística y económica que los convirtió en destinos apreciados para turistas y lugares de reubicación de empresas. Hoy, Barcelona se considera una de las ciudades más atractivas de Europa tanto para el turismo como para los negocios.

Lo que distingue los eventos buenos de los malos desde el punto de vista del impacto económico es la planificación a largo plazo y el análisis riguroso de la inversión que subyace. Es evidente que siempre existe la tentación de gestionar a corto plazo, es decir: preparar las cosas para que estén listas el día 0 y, una vez terminado el evento, pensar en las consecuencias futuras.

Si trasladamos esta situación al mundo empresarial, se parece al intento de Microsoft de manipular los beneficios por acción del próximo trimestre y así presentar a sus accionistas unos resultados a corto plazo muy positivos. Hay muchas formas de hacerlo, pero todas tienen algo en común: destruyen el valor a largo plazo para el accionista. Esto es lo que deben tener muy en cuenta los comités organizadores de unos Juegos Olímpicos. La clave no es tomar en consideración únicamente el impacto a corto plazo y el éxito deportivo.

El potencial de generación de valor de eventos de estas dimensiones es innegable. Sin embargo, como ocurre con cualquier inversión, se necesita un análisis concienzudo de costo-beneficio, como solemos decir en análisis de inversiones: la rentabilidad del capital invertido tiene que ser superior al costo del capital. Es muy fácil olvidarlo cuando los directivos (o los políticos) se entusiasman y, basándose en su optimismo, sólo ven la parte positiva de las cosas. Entonces es cuando se toman las malas decisiones. Y esto es lo que distingue las buenas adquisiciones o inversiones de las malas; justamente lo que distinguió a los Juegos de Atenas de los de Barcelona.

La creación de valor a largo plazo debería ser el objetivo prioritario a la hora de tomar decisiones. Sólo con un análisis financiero sólido y exhaustivo de las consecuencias estratégicas a largo plazo de las decisiones puede lograrse esa creación de valor. El tiempo dirá hasta qué punto lo han tenido en cuenta los organizadores canadienses.

Nuno Fernandes es profesor de finanzas del IMD , escuela de negocios de prestigio mundial establecida en Lausanne, Suiza. Dirige el programa de Finanzas Estratégicas del IMD.

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