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OPINIÓN: ¿Los demócratas reconsideran su voto del 2008?

Políticos demócratas cuestionan el resultado del 2008, mientras una encuesta de CNN colocó el nivel de popularidad de Hillary Clinton en 69%
mié 05 octubre 2011 03:23 PM
EU - Barack Obama
EU - Barack Obama

Nota del editor: Paul Sracic es presidente del departamento de Ciencias Políticas de la Youngstown State University en Ohio. Su libro más reciente es “San Antonio v. Rodriguez and the Pursuit of Equal Education" de la University Press de Kansas.

(CNN) – ¿Los demócratas empiezan a reconsiderar su voto de las primarias demócratas del 2008?

Con la economía del país –y discutiblemente, su política- en caos, no es de extrañarse encontrar que en una reciente encuesta de Bloomberg el 34% de los encuestados piensan que hubiese sido mejor para el país que Hillary Clinton no hubiera perdido la contienda por la candidatura demócrata ante Barack Obama . Una encuesta de CNN publicada la semana pasada colocó el nivel de popularidad de Clinton en un contundente 69%.

Quizá nadie esté cuestionando los resultados del 2008 más que los políticos demócratas que deberán verse las caras con el electorado el próximo año. Por ahora, pareciera que en lugar de que el presidente Obama atraiga votos a favor de aquellos en su bando, les está dando un ancla. Esto es irónico, cuando uno ve lo que ocurrió en las primarias demócratas del 2008 y a quienes hicieron a Obama el candidato del partido .

Generalmente se asume que Barack Obama usó sus habilidades como orador y su retórica aspiracional para estimular a votantes jóvenes y de minorías de tal forma que le permitió arrebatarle la nominación a Clinton, la candidata favorecida por el sistema demócrata. Esta es una bonita historia, pero no es completamente cierta. Para empezar, Clinton derrotó a Obama en el voto popular.

Sin embargo, uno debe tener cuidado en la lectura que le da a ello, ya que el estrecho margen a favor de Clinton depende del conteo de votos de Michigan.

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Dado que Michigan se negó a someterse a las reglas del Partido Demócrata cuando se programaron las elecciones primarias, Obama retiró su nombre de las boletas de esa entidad.

En realidad no importa quién ganó el voto popular ya que el Partido Demócrata no elige a su candidato únicamente a través de una elección directa.

Para convertirse en el abanderado del partido, un candidato debe ganar los votos de la mayoría de más de 4,000 delegados, quienes son seleccionados para asistir a la convención nacional del partido.

Aunque en parte los delegados son premiados por los votos que reciben, ni Clinton ni Obama consiguieron los delegados suficientes en sus resultados de las primarias y de las asambleas delegacionales para hacerse con la candidatura. En efecto, en el 2008, las reglas del Partido Demócrata hicieron tal proeza casi imposible.

A diferencia de los republicanos, los demócratas no permiten a los estados premiar a sus delegados basándose en “el que gana se lleva todo”. Esto dificulta que los candidatos que van mano a mano se separen en el recuento de delegados.

Además de este problema, aproximadamente el 20% de los delegados de la Convención Nacional Demócrata no están atados a los resultados de las contiendas primarias. Las reglas del partido estipulan que más de 800 asientos de la convención le pertenecen a un grupo denominado “Líderes de Partido y Funcionarios Electos”.

Estos denominados “superdelegados”, no están comprometidos formalmente con ningún candidato y asisten a la convención sin importar los resultados de las primarias y de las asambleas delegacionales.

Efectivamente, parece que la verdadera brillantez de la campaña de Obama fue darse cuenta con prontitud de que una mayoría real no era alcanzable.

En respuesta a este hecho y teniendo una ventaja en los estados que realizan anticipadamente votaciones de asambleas delegacionales gracias a una mejor organización de sus bases, la campaña de Obama cambió hábilmente el entendimiento de las reglas.

Actuó como si la nominación fuera determinada por el conteo de delegados tras las primarias y asambleas delegacionales, sin importar si se hubiera conseguido o no una mayoría absoluta. Lo que ocurrió con esto fue que se bajó la suma total en más de 800 votos (los superdelegados) y consecuentemente, cambió el umbral de la victorial.

Dado que la mayoría de los estadounidenses no están familiarizados con la forma en que funciona el proceso de nominación, esta fue una historia fácil de vender.

La prensa cooperó en su mayoría. Una vez se aceptó esta ficción, cualquier otro resultado se hubiese considerado antidemocrático. En efecto, las quejas de Clinton sobre este cambio de reglas posterior a los hechos de manera no oficial, fue tomado como una forma divisoria de envidia. Después de todo, tras la cómoda victoria de Obama en 10 estados el supermartes de febrero, fue evidente que Clinton no ganaría con este nuevo umbral.

Al final y más importante aún, los líderes electos y no electos del Partido Demócrata aceptaron el giro de la campaña de Obama. Esto fue crucial para el triunfo de Obama ya que la victoria real de la convención dependía de que estos superdelegados ignoraran el hecho de que Clinton era el candidato más fuerte en una elección general en estados clave como Pennsylvania, Florida y Ohio.

Al final, fue el apoyo de estos superdelegados –nuevamente, líderes de partido y funcionarios electos- lo que forzó a Clinton ceder la candidatura.

La ironía de todo esto debería estar clara. Según una reciente encuesta de CNN, sólo el republicano Mitt Romney parece estar en una posición para ofrecer un reto real a Obama en el 2012. Desafortunadamente para el Partido Republicano, la nominación de Romney es todo menos segura.

Sin embargo, los resultados de las intermedias del 2010, cuando se juntan con los resultados de recientes elecciones especiales, indican que con Obama al frente del proyecto, las perspectivas de varios funcionarios electos del Partido Demócrata son sombrías.

Por supuesto, muchos de estos políticos no tienen a nadie que culpar mas que a sí mismos. No obstante, sospecho que están sintiendo algo más que una sensación de remordimiento de compras.

Las opiniones expresadas en esta columna son únicamente las de Paul Sracic.

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