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OPINIÓN: La postura de Rusia respecto a Bachar al Asad

En los círculos diplomáticos de EU y Europa frustra la actitud de Rusia ante el conflicto que se vive en el país árabe
vie 03 febrero 2012 03:21 PM
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Nota del Editor: Daniel Treisman es profesor de ciencias políticas en la Universidad de California en Los Ángeles, y es el autor de "The Return: Russia’s Journey from Gorbachev to Medvedev".

(CNN) — Mientras aumentan las bajas de manifestantes sirios que están a favor de la democracia, a raíz de la embestida brutal de las fuerzas de Bachar al Asad, los rusos siguen sin ofrecer su ayuda. En Washington y Bruselas, incluso los diplomáticos políticamente fríos han demostrado su frustración.

El 31 de enero, Rusia se unió con China para bloquear un plan presentado al Consejo de Seguridad de la ONU en Marruecos, apoyado por la Liga Árabe, en el que le hacía un llamado a Asad para entregar el poder a su asistente, y así convocar a una elección general. Si Asad no lo hacía en un lapso de 15 días, la resolución amenazaba con tomar "medidas a futuro".

En octubre, Moscú vetó una resolución denunciando el uso de la fuerza de Asad. Como los líderes occidentales comenzaron a entrometerse para remover al dictador sirio, sus viejos amigos de Moscú enviaron el mes pasado un crucero con misiles hacia aguas sirias, como muestra de apoyo, y embarcaron a sus tropas con un lote de misiles de Yakhont.

Esas acciones son las más recientes de una letanía de maniobras obstruccionistas y de estratagemas saboteadores, cuya meta casi siempre parece debilitar los objetivos internacionales de occidente. Desde Washington, Moscú parece haber logrado suavizar o retrasar las sanciones en contra de Irán, con miras a contener sus ambiciones nucleares, a retrasar las pláticas con Norcorea acerca de sus armas nucleares, a intimidar los movimientos a favor de la democracia en los estados vecinos, y a alentar a dictadores anti-americanos como Hugo Chávez.

Comentaristas de occidente atribuyen comúnmente dicho comportamiento a la paranoia personal de Putin o a los intentos de volver a encender el orgullo lastimado de la nación y reasegurar el estatus de superpotencia de Rusia. Sin embargo, si se analiza con más detalle y cercanía, las acciones de Rusia parecen estar motivadas más por una calculada, aunque a veces mal dirigida realpolitik, que por impulso psicológico.

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Primero, los intereses estratégicos están en juego. En Tartus, Siria maneja la única base naval rusa en el Mediterráneo, que actualmente es restaurada por  600 técnicos rusos. El tener que perder este punto de desembarco sería una pena, consideran los rusos.

En segundo lugar, aunque con sus limitantes, Rusia tiene verdaderos intereses comerciales en Siria. Los contratos para vender armas a los Damascos, los que están ya firmados y los que están en negociaciones, de 5,000 millones de dólares. Habiendo perdido 13,000 millones de dólares debido a sanciones internacionales con Irán y 4,500 millones en contratos cancelados con Libia, la industria de defensa rusa se está tambaleanado. Aparte de la exportación de armas, las compañías rusas tienen mayores inversiones en la infraestructura de Siria, en energía y sectores turísticos con un valor de 19,400 millones de dólares en el 2009.

Contar el dinero mientras disparan a los protestantes puede parecer cínico.  "¿Cuántas personas tienen que morir antes de que las conciencias de las capitales mundiales sean sacudidas?", cuestionó el Secretario de Relaciones Exteriores británico, William Hague, el 31 de diciembre, en un comentario que claramente hacía referencia a Moscú.

Pero los legisladores rusos han desarrollado una alergia a la moralidad de los líderes de occidente. Así como presionaba a Al Asad para que renunciara, el Departamento de Estado de los Estados Unidos levantó silenciosamente una prohibición de ayuda militar a la dictadura de Karimov en Uzbekistán, quien masacró a sus propios manifestantes unos cuantos años atrás.

Para Washington, las intervenciones recientes de occidente en el Medio Oriente, parecen no estar debidamente planeadas. Para Moscú, es fácil determinar un patrón en el constante uso de la fuerza para deshacerse de líderes, desde Afganistán e Irak a Libia, y una presión diplomática para desalojar a los demás, en Túnez, Egipto y en Yemen. Puede que se haya ido el presidente George W. Bus, pero su "Agenda Liberal", a veces, parece que todavía continúa.

Libia es un punto particularmente sensible. Los líderes rusos sienten que fueron obligados a proteger una resolución para proteger a los civiles que sólo se utilizaba para protegerse de los ataques aéreos para derrocar a Moammar Gadhafi. Frases vagas como "medidas a futuro" ahora activan campanas de alarma.

Más allá de los intereses estratégicos y comerciales, el mayor miedo del Kremlin es el de la inestabilidad en el Medio Oriente y en Asia Central.

En lugar de una pelea de cuentos de hadas entre un dictador y el pueblo, ellos ven un conflicto religioso potencialmente explosivo entre gobernantes Alawis de  Siria (cercanos al Shi’a Islam) y su mayoría Sunni. El celo con el que los gobernantes de los estados del Golfo y algunos en Washington piden por la destitución de Al Asad, parece parte de un proyecto más grande para aislar a Irán, aliado de Siria.

El Secretario de Relaciones Exteriores de Rusia Sergei Lavrov dejó ver un cambio el 31 de enero cuando dijo: "Nosotros no somos ni amigos ni aliados del presidente Al Asad".

Elegir el momento perfecto para botar a un dictador agradable nunca es fácil -considérense los movimientos que tuvo que hacer Washington con Hosni Mubrak en Egipto, y la pena de los franceses con los últimos mimos hacia Gadhafi-. Apartarse demasiado rápido conllevaría alarmar a los otros aliados.

Los legisladores del Kremlin son difícilmente adeptos a esto, y ciertamente pueden esperar demasiado. Hasta ahora, ellos creen que Al Asad aún tiene una oportunidad razonable de sobrevivir. Si sus posibilidades disminuyen, como se está observando, solo serían necesarios unos cambios menores en la resolución de la ONU para satisfacer las preocupaciones de Rusia y recibirlos a bordo.

Las opiniones expresadas en este texto pertenecen exclusivamente a Daniel Treisman.

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