OPINIÓN: Sobre cómo una película iraní logra unirnos a todos
Nota del editor: John Anderson es crítico de cine de la revista Variety y del periódico The Wall Street Journal, y es colaborador del periódico The New York Times. Es autor de Sundancing (2000) y I Wake Up Screening (2006).
(CNN) — Cuando el director iraní Asghar Farhadi fue premiado el mes pasado con el Globo de Oro por la mejor película extranjera, pronunció unas breves palabras de agradecimiento. Hizo una breve pausa y anunció que quería decir algo acerca de su pueblo. En ese instante, las dos naciones contuvieron el aliento.
“Son personas que aman la paz”, dijo Farhadi, y después se fue. Aunque su comentario fue breve, fue elocuente, directo e inquietante por su misma simplicidad.
Con su película sucede lo mismo. Gran parte de la razón por la que Una separación tuvo tanto impacto en Occidente —virtualmente barrió con todos los premios de la crítica, un Globo de Oro y dos nominaciones al Oscar, incluyendo un gesto virtualmente inaudito para un guión de una película no hecha en Estados Unidos— es que para nada es una película extranjera (excepto por todo ese idioma persa).
En todo caso, es una película para hacerte sentir bien, aunque de una manera bastante perversa: al experimentar la angustia de los personajes de Farhadi, el espectador sale de la sala de cine con la inevitable sensación de nuestra humanidad común, el rotundo sentido de que todos estamos juntos en esta vida. Si suena como lugar común, que así sea.
Por supuesto, no existe una posición políticamente aceptable.
En medio del militarismo fácil de los candidatos republicanos para la presidencia de Estados Unidos, la belicosidad del presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, y la temeridad nuclear de los mulás, Una separación reitera el hecho a menudo ignorado de que Irán está lleno de personas educadas, sofisticadas y cultas, quienes no necesariamente están de acuerdo con su gobierno. Particularmente los personajes principales de Una separación.
Farhadi no busca problemas. Nadie en el elenco declara que “nuestro régimen imposible, teocrático hasta la exasperación es antiintelectual, antioportunidades, antimujeres, antilibertad y antihumano”. Sin embargo, Simin (Leila Hatami) quiere salir de allí. Una joven madre educada de clase media de Teherán, quiere una vida mejor para su hija, Termeh (interpretada por la hija del director, Sarina Farhadi) y —¿por qué no?— una vida mejor para ella.
Ella trabaja, toma clases, alberga una curiosidad intelectual. Bajo su hiyab (su velo), su cabello está teñido en un tono rojo para nada natural pero elegante, el cual refleja más o menos su disposición. Ella es firme. Ella se mueve, mientras su esposo, Nader, está dispuesto o no. Y no lo está. Su padre tiene demencia y no puede dejarlo atrás. Y como la ley islámica exige que el esposo decida a dónde debe ir la hija, Termeh decide quedarse también.
Sin revelar toda la trama, vale la pena decir que Una separación rápidamente se convierte en una semitragedia impulsada por la arrogancia institucional: Simin es juzgada por el sistema porque tiene bases insuficientes para un divorcio, pero, ¿por qué podría suceder lo contrario cuando la base para su solicitud es el mismo sistema que le niega el divorcio?
Nader, necesita encontrar una trabajadora doméstica que pueda cuidar de su padre mientras va al trabajo. Sin reflexionarlo, contrata a Razieh (Sareh Bayat), una mujer tan temerosa de faltar al decoro religioso que tiene que pedir un fallo antes de poder cambiarle las ropas empapadas al anciano con incontinencia. No poder tocar al padre de Nader, interpretado por Ali-Asghar Shahbazi, y menos violar algún principio religioso, por lo que llega al borde de la comedia absurda. La serie de malos entendidos y de los diversos actos de deshonestidad que se entrelazan tan graciosamente y con tal terrible sentido de destino, predicen un sistema que niega la realidad.
De esa forma, se puede ver reflejado en el sistema político estadounidense, en el que los políticos están dispuestos a decir cualquier cosa absurda con el fin de atraer a las minorías ruidosas, marginales y en muchos casos fundamentalistas, cuyas inclinaciones hacia la libertad, al intelecto, a la diversidad y a la razón, no los ubican tan lejos de los mulás. Francamente, no quieres que ninguno de los grupos tenga armas nucleares.
Eso hace que Una separación sea una especie de película peligrosa, por lo menos para las personas que obtienen una ganancia política con la división de la gente.
En una época de nacionalismo que se asemeja a lo tribal y con un aparente afán de Estados Unidos e Irán para pelearse militarmente, la cámara de Farhadi cultiva una generosidad emocional: el punto de vista cambia de lo objetivo a lo subjetivo y captura las emociones de los personajes a través de su punto de vista compartido.
La perspectiva cambia de Simin a Termeh y de Razieh a Nader, el resultado es un matrimonio de percepción, una unidad de punto de vista, una experiencia compartida no sólo entre los personajes, sino también con la audiencia. Todo esto se suma a una experiencia que es rara en las películas, es demandante para el director y que crea el mismo fenómeno que convierte a Una separación en algo único y sonoro.
Podrás salir de la sala de cine, pero no podrás alejarte de la película. Porque su historia está a nuestro alrededor.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a John Anderson.