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OPINIÓN: La convivencia religiosa en un México diverso

La presencia de Benedicto XVI en México podrá ser una muestra de la capacidad de los mexicanos para respetar a quien profesa una fe distinta
mar 20 marzo 2012 11:09 AM
Los sacerdotes también son victimas de ciudad juarez
sacerdotes iglesia Los sacerdotes también son victimas de ciudad juarez

Nota del editor: Ricardo Bucio Mújica es presidente del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred). Puedes seguirlo en su cuenta de Twitter  @ricardobucio

(CNN) —  Este mes, el papa Benedicto XVI vendrá a México. Es el segundo pontífice que visita el país, además de Juan Pablo II.

Si un Papa hubiera visitado México hace 200 años —a finales del siglo XVIII o a principios del siglo XIX— hubiera encontrado un país donde sólo la religión católica estaba permitida.  Esa fue la regla tanto en las postrimerías del virreinato de la Nueva España como en los albores de la nación independiente, según lo estableció la primera Constitución de 1824, que proclamaba a la católica como la única religión, sin tolerancia de ninguna otra.

Un siglo después, con las Leyes de Reforma de por medio, si un pontífice hubiera visitado el país habría encontrado a una sociedad predominantemente católica, pero en la que el nuevo Estado posrevolucionario —a través de la Constitución de 1917— marginaba no sólo a la Iglesia católica, sino a todos los grupos religiosos, al no otorgarles reconocimiento jurídico, una postura que tuvo su punto más álgido durante la persecución religiosa y la consecuente Guerra Cristera.

Hacia el fin del siglo XX, Juan Pablo II visitó México antes y después de las reformas legales de 1992, que reconocieron jurídicamente la existencia de las asociaciones religiosas, se establecieron derechos y obligaciones, y se definió la forma de regular su relación con el Estado.

Además, a partir del 2001 y de la reforma al artículo primero constitucional, se prohibió legalmente todo tipo de discriminación, incluyendo los motivos religiosos.

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Ahora, en los inicios de este siglo XXI, Benedicto XVI encontrará una nación en la que la Constitución reconoce a todos los grupos religiosos en igualdad jurídica.

El dirigente universal de la Iglesia católica visitará México, como recientemente lo hicieron otros líderes religiosos mundiales como el Dalai Lama, del budismo tibetano; Gordon Hincley, de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y el Rabino Ismar Schorsch, de la Comunidad Judía, por mencionar algunos.

El Papa llegará a un país cuya diversidad religiosa crece aceleradamente, si tomamos en cuenta la poca movilidad que tuvo en este aspecto durante décadas o siglos.

Según el Censo de Población y Vivienda 2010, el 82.7% de las y los mexicanos se considera católico; alrededor del 10% se identifica con alguna otra iglesia cristiana, y 4.6% declara no tener religión. Otro porcentaje minoritario está conformado por quienes pertenecen al judaísmo, el budismo, musulmanes,  hinduistas, sikhs, entre otras.

A lo largo de su historia, México se ha movido entre concepciones extremas sobre el lugar que debe tener la religión, pero ahora parece estar en un justo medio donde el respeto y la tolerancia son clave para la convivencia social y religiosa, perspectiva que sin duda se ha fortalecido con la reciente Reforma Constitucional en Derechos Humanos.

Desde el enfoque de un Estado democrático de derechos, la laicidad, así como el reconocimiento y la garantía de libertades, son indispensables para lograr respeto y tolerancia, para garantizar a cada persona la posibilidad de creer y expresar sus creencias sin menoscabar las contrarias.

Una sociedad incluyente y moderna se mide por la posibilidad que todas las personas tienen para ejercer sus derechos y libertades, y contar con la protección del Estado en igualdad de circunstancias.

Ahora, la discriminación por motivos religiosos está prohibida explícitamente por la legislación mexicana, tanto en la Constitución como en la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, y en la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación.

Sin embargo, aún hay casos graves de discriminación por motivos religiosos, ya que afectan a la persona en sus convicciones más profundas y trascendentes.

Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México 2010 (Enadis), las personas pertenecientes a minorías religiosas señalaron que viven discriminación, rechazo, falta de respeto e intolerancia principalmente de parte de sus vecinos, es decir, de su entorno más cercano.

La Enadis 2010 también muestra que un 73% de la población considera que la religión provoca divisiones en la sociedad, lo cual confirma la persistencia de una cultura social que tiene aún grandes dificultades para reconocer, aceptar e incluir la diversidad religiosa.

La diversidad no sólo es una realidad, sino una fuente de riqueza para las sociedades, lo cual no es ajeno al campo religioso. Esto es comprendido desde los fundamentos más profundos de las religiones, que comparten la centralidad de la dignidad de las personas, de la igualdad, la libertad y el respeto a los derechos de los demás.

Esta certeza, médula de la esencia doctrinal de las religiones, debe ayudar a encontrar puntos de convergencia para una sociedad más armónica, debe ser motivo y motor para que la diversidad religiosa coadyuve con la igualdad y no genere conflictos e intolerancia.

Avanzar en este sentido es una responsabilidad colectiva, pero tiene como actores principales a las instituciones del Estado, de la laicidad, el ejercicio de libertades y la dignidad intrínseca de toda persona.

Al igual que la visita de otros líderes religiosos, la presencia del papa Benedicto XVI en México es una gran oportunidad para reafirmar estos principios doctrinales y para dar estricto cumplimiento al marco legal.

Será también un momento importante para revisar hasta dónde están presentes el respeto y la tolerancia religiosa en la sociedad mexicana, así como para ampliar y profundizar el debate —en los términos más democráticos y objetivos posibles— acerca de las reformas propuestas sobre el Estado laico y en torno a la Libertad Religiosa.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Ricardo Bucio Mújica.

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