OPINIÓN: Votar por quien no nos representa, es una traición a uno mismo
Nota del editor: Emiliano Gaytán estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), se identifica como defensor del voto desde 1988 y promovió el voto nulo en la elección intermedia del 2009. Amante de las letras, es colaborador ocasional de redes sociales para el Centro Nacional de Comunicación Social, A.C. (CENCOS). Puedes seguirlo en su cuenta de twitter: @UnodelDuo
(CNNMéxico) — El voto en blanco consiste en realizar el acto mismo del voto, pero manifestando (al no sufragar por alguno de los candidatos registrados por la autoridad electoral) que ninguna de las opciones presentadas es adecuada para el elector.
Votar es un derecho y una obligación. Es poner una cruz en una boleta, pero esa boleta cuenta para elegir quién administrará el país, quién nos gobernará, quién será jefe supremo de las Fuerzas Armadas. En México es el momento de decidir quiénes vigilarán el ejercicio presupuestal, quiénes harán, mejorarán, aprobarán, abrogarán leyes que tendrán influencia en el actuar diario de toda la ciudadanía.
El primer domingo de julio de 2012 haremos un gran ejercicio democrático, de democracia indirecta, pero es lo que tenemos. Entonces surgen las preguntas: ¿Por quién votar en cada boleta? ¿Por qué votar por un partido? ¿Por qué no puedo dar una opinión más amplia?
Es difícil responder si se toma en cuenta que las leyes mexicanas no te permiten incidir directamente en la toma de decisiones de los poderes Ejecutivo, Legislativo y mucho menos de lo que corresponde al ámbito del poder Judicial; difícil sí los partidos políticos son las únicas figuras legales que pueden proponer leyes, candidatos, enjuiciar funcionarios o discutir con la Suprema Corte; difícil si dependemos de la buena fe de nuestros elegidos para que exigencias, reclamos y propuestas de la ciudadanía sean tomadas en cuenta; difícil si los proyectos partidistas y sus estatutos son un poco más que letra muerta.
Entonces surgen voces que proponen claramente: ellos no nos representan, no les regales un voto, ve y realiza un voto blanco. Pero no quieres anular, sabes que es una opción pero antes de hacerlo intentas responder por qué no anular tu voto. El sistema toma en cuenta los votos nulos como parte del conteo pero hasta ahí, son parte de la estadística sobre la cual se trabajará en la evaluación y definición de resultados.
Con algo de suerte alcanzará para eliminar a partidos que no logren la representación mínima porque justamente no representan a nadie y son negocio de algunos. Pero también sabes que tachar al mismo partido en todas las boletas sería traicionarte, porque el sistema partidista actual no te permite medianías al evaluar su actuación, ser 'antialgo' no es suficiente, y te obliga a elegir alguna alternativa.
Es política, no fútbol. Aquí no puedes ser 'antichiva' o 'antiamericanista', en la elección es uno u otro o ninguno. Y ninguno te convence. Pero buscas argumentos, oleadas de memes —imágenes o montajes en las que aparecen los candidatos a puestos de elección popular con mensajes de diversos temas y en distintos tonos, al alcance de los usuarios de redes sociales como Facebook o Twitter— te dicen que votes por el menos peor, que des otra oportunidad, que no es el mismo de siempre, que es diferente, que no es un político. Pero no lo crees, no puedes, la mínima ética ciudadana de las clases de civismo que todavía te alcanzaron a raspar no te lo permiten.
¿Y si anulo mi voto? De inmediato te responden: “voto nulo, protesta nula”, pero no estás protestando, en verdad quieres votar. Preguntas de nuevo y te llueven las promesas de cambios, de cambios verdaderos, de que son diferentes, de que no son como ellos.
Quieres creer, entonces investigas los historiales y no puedes creerles, investigas un poco a los gobiernos de cada partido y se te hace irresponsable creerles: narcos, corruptos, homicidas, omisas, pederastas, peculados, traidores y traidoras de promesas, incongruentes, violadores impunes de los derechos humanos, etcétera, etcétera, etcétera. La lista es demasiado larga y quienes no son todo eso, por lo menos, son ecocidas o personas que imponen proyectos urbanos de demostrada ineficacia. No les importa el país ni la ciudadanía ni la tierra que los mantiene vivos (y vivas).
Falta menos de un mes para que te encuentres frente a un fajo de boletas electorales. Sigues sin saber qué hacer, sin saber cuál será la mejor decisión. El día de la elección quizá resuelvas tu voto por la presidencia, pero faltan los de senadurías, diputaciones federales y locales, delegaciones y asambleístas en el Distrito Federal, ejecutivos estatales, presidencias municipales y la correspondiente lista de regidurías. Quizá resuelvas un par de boletas sin tener ninguna duda pero te faltan muchas y la fila de votantes te presionará. Respirarás profundo, sabes que no te representan y decides no traicionar a quien nunca debes traicionar: a ti mismo, a ti misma.
La única conclusión certera a la que puedes llegar es que anular o no tu voto no tiene ningún sentido si durante los próximos tres o seis años te vas a quedar mordiéndote los labios porque tu decisión no fue la correcta. Votar o anular tiene sentido solamente cuando no limitas tu participación a un acto tan importante pero tan pasajero. La ciudadanía tiene sentido cuando actúa.
A fin de cuentas, Sartre siempre tiene la razón: “Nada de lo que se haga al respecto tendrá sentido si al mismo tiempo, es decir desde hoy, no se lucha contra el sistema de la democracia indirecta, que nos reduce deliberadamente a la impotencia, tratando de organizar, cada uno de acuerdo con sus posibilidades, el amplio movimiento antijerárquico que en todas partes cuestiona las instituciones”.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Emiliano Gaytán.